Caminando por el infierno de Monrovia, capital de Liberia (12) de (14) “Un poco de oxígeno en Congo Town“, por Nuno Cobre

16/12/2015 | Bitácora africana

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Trato de abandonar Bushrod Island. Por fin, empiezo a divisar de nuevo el puente. Hoy he sonreído muy poco. Estoy ya quemado después de tanto tute estos días, esta sobredosis africana te mata tío. He visto otra foto maravillosa que no me he atrevido a hacer: gente apiñándose en un autobús regalado por el gobierno indio y encima más gente haciendo cola en la calle. Todo esto es muy duro.

Al cruzar el puente por fin, sigo recto, y creo descubrir casi seguro que esta fue la calle donde me perdí una vez de noche con Yure y dos japonesas: JohnsonStreet. Johnson Street me pareció increíble, llena de gente, con otro gran mercado dominando un paisaje de tierra. Hay mucha gente antes esperando, posiblemente el autobús, tal vez para salir de Monrovia…

Rechazo seguir por Johnson Street al recordar de pronto el mal trago de la otra vez y vuelvo sobre Carey Street y poco a poco voy buscando Newport y su mezquita, que es la calle que me da más confianza, pero me meto primero por Mechlin y veo que hay un grupo considerable de muchachos alrededor de algo, y luego me doy cuenta de que es una televisión que proyecta una película china.

Por fin llego a Newsport y luego desemboco en UN Drive que me parece de nuevo una calle de paz y milagro. Sobre todo cuando toco la puerta amarilla de mi casa y entro en mi hogar. Gracias.

CONGO TOWN

Por fin he acabado estas excursiones a pie que he emprendido estos días alrededor de Monrovia. Esa era la idea: patearse Monrovia. Ese fue siempre el objetivo desde que marqué estos días en mi calendario de vacaciones. Caminar, recorrer la capital de Liberia.

Afortunadamente, la ruta de hoy no era tan dura como la de ayer por Bushrod Island. Me atrevería incluso a decir que el itinerario de hoy era casi agradable… Pero lo cierto es que después de un rato, al cabo de unas horas me encontraba de nuevo agotado, con ganas de acabar ya, de finalizar estas rutas bípedas que me han dado sin duda una visión mucho más exacta y omnicomprensiva de lo que está pasando en esta ciudad y en este país.

Supongo que mañana me sentiré al menos un poco extraño al regresar a los ‘algodones’ de la organización internacional, al ver a tanto blanquito, al comprobar como se me abre la puerta al son de un Sir, al cerciorarme de que todo funciona relativamente bien: el ordenador, la impresora, el escáner, la luz… Como un Clark Kent que oculta una doble vida, volveré a la oficina y me convertiré en un miembro más de la organización con toda la formalidad y el oficialismo que eso supone. Pero dentro de mí, sabré que hay otros mundos por ahí, como siempre sospeché.

Pero esto fue lo que ocurrió en Congo Town. Llamé al taxista Lameen por lo menos a las tres porque el cuerpo no me dejó levantarme hasta las doce. Sí, me encontraba cansado para variar, y como sospechaba, he finalizado las vacaciones con ojeras, con estas con las que estoy escribiendo ahora estas líneas. Lameen me ha respondido con una voz somnolienta pero se ha presentado rápida y diligentemente como siempre. No era plan de ir caminando hasta Congo Town y menos a estas horas. Así que me he bajado justo donde empieza Old Road. Aquí precisamente es donde Yona me ha dicho que estuvo viviendo un tiempo, algo que me impresionó verdaderamente. Sobre todo cuando la ves con esa pinta tan fresca y almibarada. Pero lo cierto es que la alemana se pasó viviendo una temporada con una familia de aquí e iba todos los días al trabajo con los motoristas que siempre andan por ahí buscando transeúntes.

Casi al principio de Old Street, a la izquierda, hay un hotel como de mampostería. Al bajarme del coche he comprobado por cierto, como el look de Lameen se transformaba al ponerse el chófer unas gafas de sol de chulo y un cigarro en la boca y luego ha pisado el acelerador. Aquí, al inicio, hay un bar de donde salían muchos jóvenes portando una Club Beer. Más a la izquierda, delante de donde se supone que está el aeropuerto doméstico de Monrovia, el JamesSpriggs Payne Airfield, había un corrillo de liberianos yendo y viniendo en medio de sombrillas amarillas, motos y bajo un tendido eléctrico caduco y oxidado.

No tenía apenas ganas de ponerme en pie, de caminar, pero había que hacerlo. Pronto me di cuenta que no iba a ser fácil sacar una foto por aquí puesto que la gente miraba, te miraba, y uno podía intuir la rabieta que les causaría la aparición repentina de un flash. Old Road es una calle larga, ancha y flanqueada por arena. De una arena que casi parece de playa. En esta calle también habían muchos bares, peluquerías siguiendo más o menos la misma tónica de Monrovia y de mis pateos anteriores. Había un tendido eléctrico dotado de una cierta dignidad que se extendía a lo largo de la calle y como siempre muchos árboles: mangos, papayas, acacias…

Original en : Las Palmeras Mienten

Autor

  • Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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