Después de años de trabajo en Yaundé, la religiosa Cristina Antolín debe dejar el país para dirigir su congregación
África le enamoró cuando tenía 15 años. Ella siempre había querido ser médico y al ver un reportaje sobre la República Democrática del Congo sintió que ese sería el camino de su vida. En ese momento se juntaron la llamada de África con el sentimiento de que Dios también la reclamaba. “Ambas vocaciones nacieron juntas”, comenta la hermana Cristina Antolín Tomás. “Mi servicio como médico y mi vocación de servicio, de reconocer que era una llamada de Dios para dedicar mi vida a él y a los demás”.
foto Chema Caballero
Antolín nació en Orihuela, Alicante, en 1959, aunque pasó su infancia y juventud en Granada. Allí estudió Medicina e ingresó en la Congregación Santo Domingo (más conocidas como Dominicas de Granada). Ahora, han sido sus hermanas las causantes de que después de 32 años de trabajo en África, tenga que regresar a Madrid: fue elegida madre general en el último capítulo de su congregación celebrado el pasado mes de agosto. Su nueva tarea consiste en coordinar la vida y el trabajo de sus compañeras esparcidas por todo el mundo. Dice que espera que se cansen pronto de ella. «Y me manden de vuelta a Camerún”, apunta. Pero, en su interior sabe que esto no va a suceder; que al menos durante los próximos seis años tendrá que prestar el servicio que le han pedido.
Tras la toma de posesión, a principios de septiembre pudo regresar a Yaundé, al barrio de Mvog Betsi, donde se encuentra el Hospital de San Martin de Porres que ha dirigido desde su fundación, hace 10 años. Solo un par de semanas para recoger sus pertenencias, que caben en una maleta, y pasar la dirección a la hermana Judith Moche, psicóloga del centro. Un año antes, ya había dejado la dirección médica en manos del doctor Hermann Fossoh.
En 1985, Antolín pisaba el continente africano por primera vez, y lo hacía en Isiro, en el noreste de la República Democrática del Congo, donde montó y dirigió un gran hospital hasta que la guerra le impidió continuar su labor. Entonces se trasladó a Camerún, en 1999. Allí se encontró con un pequeño dispensario a las afueras de la ciudad. Poco a poco, transformó aquello en un gran hospital, con 80 camas y toda una serie de servicios difíciles de encontrar en otros, sobre todo, a precios tan económicos como los que ofrecen allí. Así pueden atender a todos los pacientes, independientemente de su nivel adquisitivo y ofrecerles una alta calidad.
En aquel momento la ayuda le llegó de la Fundación Recover. Hospitales para África, que desde un primer momento le ha apoyado, no solo con la construcción o equipación del centro, sino también con la formación de gran parte de su personal. El hospital y la ONG nacieron juntos, ambos cumplen 10 años de existencia, y la simbiosis ha producido un resultado espectacular, imposible de imaginar cuando empezaron a caminar y que ha sido clave para que poco a poco otras organizaciones se sumen al esfuerzo de hacer realidad el sueño de la hermana Cristina.
Es increíble la cantidad de personas que cada día llega hasta el hospital, situado en la cima de una colina en torno a la cual ha crecido todo un barrio ahora, a pesar del mal estado de la carretera que lleva hasta él. Da sensación de angustia, de que no hay sitio para nada. A veces hay que poner dos enfermos en una cama, especialmente en maternidad. Se ha aprovechado cualquier rincón disponible para encajar una consulta médica, un despacho o un almacén. Pero todo funciona a la perfección. “Cuando empezamos no nos imaginábamos que íbamos a tener una respuesta tan grande de la gente. Teníamos 80 consultas al día, ahora tenemos 350, claro, ya se han pasado las previsiones. Entonces la infraestructura no la pensamos para tanta gente”, explica Antolín.
Para ella la fama que ha cogido el centro se debe a que “a la gente cuando viene le gusta la acogida que tiene, la limpieza, la preocupación. Que siempre ve médicos y enfermeras que están preocupándose de ellos, mientras que en otros sitios para ver un médico tienes que buscarlo por todos los sitios, y el tener precios asequibles. Una serie de razones que hacen que venga mucha gente. Estamos en una colina de difícil acceso y te cuesta mucho decir a la persona pues no tengo sitio, o vete a otro hospital. Entonces admitimos a todo el mundo que llega y claro, estamos desbordados. Estás siempre pensando en la mínima hospitalización, es una angustia. Tenemos 12 camas de maternidad y 18 partos en solo un fin de semana, más las cesáreas que se añaden, somos centro de referencia de otros hospitales y centros de salud que nos mandan a las mujeres que necesitan cesárea, que necesitan mínimo tres días de hospitalización
En medio de este bullicio, siempre aparece la hermana Cristina con una gran sonrisa, y cuando se le pregunta cómo puede vivir día tras días sin apenas descansar, contesta: “yo siempre digo que a mí las fuerzas me las da el Señor, o sea, las ideas más fuertes, las ideas más verdaderas que me han surgido y las iniciativas más profundas han surgido siempre en un momento de encuentro con él. Eso es la fuerza de mi vida. El hecho de tener cada día un rato largo de serenidad, de intimidad, de estar con él, y ahí te surge. Te das cuenta de que no depende de ti, que surge en ti pero que la fuerza viene de lo más profundo pero que no es una fuerza propia, sino que es una fuerza que viene de Dios”.
Es fácil pensar que el estar todo el día dándose a los demás debe conllevar un gran desgaste físico y psicológico, pero Antolín no parece notarlo: “yo soy una persona de por sí muy vital, muy entusiasta y creativa”, explica. “Luego en lo físico soy una persona con bastante energía, con mucha vitalidad, con buena salud, entre comillas, aunque últimamente he tenido algunos percances. Con mucha fuerza física y eso me acompaña también porque tú puedes tener mucha fuerza interior, muchas ganas de hacer cosas y luego no tener la energía para ello”.
Fuerza, energía y una mente que no para de pensar pues como comenta ella: “mi cabeza está siempre manejando, reflexionando, mirando al futuro. Es raro que yo piense lo que voy a hacer mañana, yo pienso lo que voy a hacer al año que viene, al otro, o sea, es una actividad continua pero sin angustia. Eso te da una felicidad tan grande que yo puedo decir que lo que me ha hecho más feliz en la vida es el no estar pensando en mí, sino el estar siempre pensando en qué puedo hacer para que esto progrese, para el bien del otro, para que el otro pueda ser más feliz, y eso te da todavía más energía”.
Toda esta potencia y capacidad de trabajo sin perder nunca la sonrisa, ¿de dónde sale? se preguntan todos la que la ven en acción. Pero ella tiene muy claro cual es el motor que la impulsa: “hay dos cosas, el amor a Dios siempre ha estado muy presente en mí, y el amor al otro, el amor a la humanidad, a la persona que sufre, al débil, al vulnerable… En una palabra, lo que me mueve es el amor”.
Esa energía le ha llevado a conseguir financiación para ampliar el hospital. Ahora se construye un nuevo edificio donde irán prenatal, maternidad, pediatría y cuidados paliativos, servicio en el que este centro es pionero en Camerún. Y justo Antolín se tiene que ir cuando está a punto de empezar esta nueva etapa, con más camas y servicios. Esto, sin embargo, no parece preocupar a la hermana, que se siente muy orgullosa de que el proyecto quede totalmente en manos camerunesas: “tengo plena confianza en el equipo de gestión y sé que lo va a seguir haciendo muy bien. Es un gran equipo”, enfatiza.
Y a pesar de ello, la hermana Cristina está triste: “me cuesta mucho irme”, confiesa. “Son muchos los años pasados aquí. Esto era una selva cuando llegamos y mira en lo que se ha convertido ahora y en lo que se va a convertir”.
Indigestión de lágrimas
El viernes 15 de septiembre, todas las actividades del hospital, menos las urgencias y el personal de servicio, se detienen a las 13.00. Un poco después el vestíbulo de entrada del centro, donde los pacientes normalmente esperan a ser atendidos por el médico, se llena de los trabajadores vestidos con sus mejores galas: médicos, enfermeras, auxiliares, personal de laboratorio, de la farmacia, celadores, conductores, limpiadores. Una misa presidida por el obispo de Yokadouma inicia los actos de despedida de la hermana Cristina. El ambiente es de fiesta, pero se respira tristeza. Parece que nadie puede contener las lágrimas, ni siquiera el cielo que, en el mismo instante en que el prelado saluda a los reunidos, derrama una fuerte lluvia.
Tras la ceremonia religiosa, grupos de empleados cantan, bailan, hacen discursos, presentan regalos. Una foto de Antolín es colgada en el vestíbulo a la vista de todos los que entran en el hospital, para que siga presente. El evento se alarga como si nadie quisiera que terminase, como buscando la excusa para que la hermana Cristina nunca se vaya.
El doctor Fossoh resume el pesar de todos: “ para nosotros la partida de Cristina es algo tremendo. Perdemos una madre, la persona que es nuestra gasolina, nuestra motivación. Ahora tenemos miedo. Ella ha apoyado el hospital, ha buscado los proyectos que lo han hecho crecer, da confianza a todo el mundo. Pero desde otro punto de vista, cuando un niño crece es necesario cortar el cordón umbilical. Si el niño no puede hacer nada sin la madre, es que no es adulto. Por eso también estamos emocionados, aunque la salida de la hermana Cristina coincida con un momento muy sensible para el hospital”.
La hermana Judith añade: “Cristina empezó e hizo grandes cosas y ha dejado el listón muy alto. Ahora nosotros vamos a continuar lo que ella ha hecho. Es una nueva etapa. Es mucha responsabilidad, pero somos un equipo y vamos a trabajar juntos. Ese es el espíritu de este hospital y vamos a seguir con él. ”Cristina es muy consciente de esta realidad. Cuando por fin, al anochecer cesa la música y se da paso a la comida, comenta: “me va a dar una indigestión de tantas lágrimas como he tragado hoy. Hemos luchado tanto junto para llegar a este punto y sé que van a seguir haciéndolo muy bien”.
Original en : Blogs de El País . África no es un país