Primero fueron esclavos, luego su opresión recibió la etiqueta de colonizados, ahora son caboverdianos y este domingo celebran cuarenta años de soberanía. El archipiélago volcánico de Cabo Verde está marcado a fuego por la lírica, en sus orígenes de leyenda y en su independencia, que mucho antes que política fue cultural y vino de la mano de una revista.
La leyenda cuenta que cuando se creó el mundo fueron arrojados diez granos de tierra que el viento se encargó de desperdigar a barlovento y sotavento. Así se dividen las diez islas que forman Cabo Verde, esos deus grazinhos de terra que narra la tradición oral que fueron a caer en el Atlántico, muy cerca del extremo más occidental de África, la península de Cabo Verde, que da nombre a este Archipiélago convertido en país desde el cinco de julio de 1975, cuando dejó de ser oficialmente colonia de Portugal. Sin embargo, cuatro décadas antes de que esto ocurriera la identidad reprimida de los caboverdianos ya había salido a la luz a través de la revista Claridade. Y lo hizo precisamente a raíz de los medios que había puesto Portugal para justificar la necesidad de establecerse en el Archipiélago.
Cuando en el siglo XV los portugueses desembarcaron en la isla de Santiago lo hicieron para quedarse. Allí constituyeron la que llegó a ser la ciudad europea más longeva del Trópico, Cidade Velha. Normal, era un chollo, en las islas no había un alma y África estaba al lado repletita de esclavos que transportar hacia América. Así, el Archipiélago macaronésico se convirtió de la mano de Portugal en el lugar ideal para albergar a los esclavos africanos hasta que les llegara el turno de ser vendidos al Nuevo Mundo.
Con el paso del tiempo, el motivo de que Cabo Verde se convirtiera en una tierra desde la que partir ya no era la esclavitud. Desde que fue abolida en el siglo XIX, las generaciones nacidas de colonos y esclavos que ya en ese momento habitaban las Islas, empezó a emigrar en masa hacia América y África. Una emigración que no cesó en tanto en cuanto la sequía y la pobreza no dejaron de asolar a los caboverdianos.
Mientras tanto, la Metrópolis tenía que justificar de cara al sistema internacional la propiedad de unas tierras que estaban a miles de kilómetros de su nación. Por ello hizo de Cabo Verde baluarte de la necesidad civilizadora de los territorios colonizados bajo su bandera. Por ello, ya en 1842 instalaron la primera imprenta en este territorio, para la edición del Boletín Oficial, eso sí, pero que trajo consigo una creciente incitación a la lectura. Además crearon un centro de enseñanza, el Seminario-Liceo de San Nicolau, y hasta una biblioteca en Praia, que hasta bien avanzado el siglo XIX sería la única de toda el África portuguesa. Todo ello fue el caldo de cultivo de los impulsores de la cultura caboverdiana, una rica fuente de creación como vía de escape que, si bien tiene en la música su arrorró, es en la literatura donde reside su despertar.
Como si fueran luciérnagas en la oscuridad, Jorge Barbosa y Baltazar Lopes se pusieron al frente de Claridade. Junto a otros muchos escritores, este proyecto literario que publicaba periódicamente prosa de ficción, sacó a la luz una realidad en la que se reconoció todo caboverdiano, marcada por tres ejes que son un todo: mestizaje, el contraste y la añoranza. Una mezcla presente de raíz, por sus orígenes fruto de oprimidos y opresores, por las fuentes culturales europeas, africanas y americanas de las que a lo largo de su historia han bebido; y sobre todo por el sentimiento de sodade, esa suspiro que surge tanto al marchar de la tierra natal como al quedarse y soñar con progresar. Por eso, Cabo Verde son islas útero, porque su seña de identidad es el sentir que no hay nada como el calor del hogar y al mismo tiempo desear salir a lo que debería ser la vida. Una mescolanza de contrastes que en el caboverdiano cobra su propia armonía.
Original en : Ruth hacia África