El sábado pasado, día 12 de diciembre, algunas de las calles de Bujumbura, capital de la pequeña Burundi, una República de poco menos de 30.000 km2 situada en la región de los Grandes Lagos
africanos, amanecieron repletas de cadáveres. 87, para ser más exactos. El presidente Pierre Nkurunziza, en el mando desde 2005, dio la orden de reprimir tras el ataque opositor a tres puestos militares. Testigos señalaron que entre las víctimas no solo hubo opositores, sino civiles sin adhesión partidaria, por lo que la arremetida fue leída en ciertos sectores como un simple acto de venganza política de parte del gobierno de turnofrente a quienes no aceptan que el presidente gobierne tres mandatos consecutivos.
La perpetuación política de líderes en el continente está a la orden del día. Los dos más emblemáticos (por la prolongada duración de sus respectivos mandatos) son José Eduardo Dos Santos, de Angola, y Teodoro Obiang Nguema, de Guinea Ecuatorial, ambos desde 1979 en el poder. Muchos gobernantes llegaron por la vía no democrática
y luego convocaron a elecciones, otros han triunfado electoralmente pero en comicios de dudosa transparencia criticados por la oposición, como Nkurunziza. Como sea, cuando un mandatario se rehúsa a abandonar el poder, se yergue la sospecha. No obstante, hay regímenes democráticos que funcionan bien en África, por lo que no se
debe generalizar. Pero Burundi no es el caso.
Si Nkurunziza pretendía perpetuarse en el poder (al respecto, tiene ejemplos cercanos en las vecinas República Democrática del Congo y Rwanda), la oposición salió a combatirlo (con intento de golpe trunco en mayo y el asesinato del líder opositor más reputado). La situación se complicó desde que en julio el presidente asegurara su reeelección, tras modificar la ley, y pese a las críticas. Si todo le sale bien, obernará 15 años, hasta 2020 (y Paul Kagame, en la vecina Rwanda, pudiera hacerlo hasta 2034).
La situación en Burundi, ex colonia belga al igual que Rwanda, ambas independizadas en julio de 1962, si presentaba desde abril un panorama de tensión en aumento (desde el momento en que el presidente anunció la intención de presentarse a elecciones para
lograr un tercer mandato consecutivo), los hechos recientes no hicieron más que convertirla en un infierno. Al menos hay 240 víctimas desde hace ocho meses, cientos de arrestos arbitrarios y detenciones, junto a unos 200.000 desplazados. Mientras tanto,
las Imbonerakure, milicias integradas por jóvenes radicales en apoyo del régimen, siembran terror y explican éxodos e intimidaciones.
La situación es tan preocupante que el gobierno de los Estados Unidos ha dado la orden de retirar a todo su personal (excepto el de situaciones de emergencia) y recomienda a
sus ciudadanos no viajar a Burundi.
La Embajadora de los Estados Unidos en Naciones Unidas, la escritora y diplomática Samantha Power, autora del libro Problema infernal: Estados Unidos en la era del genocidio, alegó amargamente que la situación en el país se hunde en el infierno.
Además, lamentó que no haya ningún plan de Naciones Unidas para hacer frente a lo que se vive (y que, por otra parte, no es un cuadro nuevo), mientras la Unión Africana decide cómo actuar ante el recrudecimiento de la violencia.
Fantasmas del pasado
La declaración de Power es muy sensible puesto que hace 21 años la vecina Rwanda se hundió en lo peor y la actitud de los Estados Unidos fue de negligencia y abandono respecto de un genocidio que dejó entre 800.000 a 1,5 millones de muertos en apenas tres meses, desde el 6 de abril de 1994. Su libro es un claro testimonio de lo acontecido
y una denuncia en tanto Power como férrea activista por los Derechos Humanos.
En Burundi, varias voces han dado la alarma (aunque no todos coinciden). Se especula con que su situación pueda convertirse en algo semejante a lo acontecido en 1994. En efecto, la guerra civil en Burundi de 1993 a 2005 (muy poco conocida) en su inicio alentó el cometido del genocidio en territorio rwandés. Pudiera ocurrirle a Washington la posibilidad de que Burundi se le convirtiese en un nuevo “problema infernal”.
Aunque por el momento no pasan de ser especulaciones. Rwanda y Burundi tienen bastantes semejanzas, como la composición étnica. El 85% es hutu, el 14% de tutsi y el 1% restante twa (este último, uno de los grupos popularmente conocidos como pigmeos). Asimismo, el colonizador en el pasado alentó las divisiones étnicas que más tarde estallaron sin freno.
En el caso rwandés los hutus, en el poder desde 1959 (proceso que costara la vida a 30.000 tutsis en los cinco años siguientes), diseñaron el genocidio poco antes de abril de1994, si bien hubo matanzas durante todo 1993. Como resultado, fallecieron cientos de miles, mayoritariamente tutsis, y también numerosos hutus moderados. Como refieren las cifras en el primer párrafo, se trata del genocidio más veloz de la historia humana.
En Burundi, al contrario de Rwanda, la minoría tutsi fue dueña del poder. En comparación, la historia de este país desde la independencia fue más turbulenta que la de Rwanda, pero bastante menos conocida. Por caso, dos Primeros Ministros fueron asesinados, se dieron siete gobiernos en rápida sucesión y tres golpes de Estado: 1966, 1976 y 1987. En realidad, el primer genocidio no ocurrió en Rwanda sino en Burundi. A pesar del poco conocimiento y de la insuficiencia de estudios sobre el tema, se estima que en 1972 la élite hutu fue prácticamente eliminada acompañado por una cifra de víctimas del orden de entre 100.000 a 300.000 civiles. Recién a comienzos de la década
de 1980 los hutus comenzaron a ser integrados en la vida cívica del país y, en 1991, se llamó a la reconciliación con los tutsis.
Las primeras elecciones multipartidarias del país fueron en junio de 1993. A resultas de los comicios, resultó electo el primer presidente hutu Melchior Ndadaye, que llamó a un gobierno de unidad nacional. Sin embargo, los tutsis afectados por su desplazamiento del poder reaccionaron y emprendieron un golpe de Estado que culminó con el asesinato de Ndadaye, en octubre. Dicha muerte inició la guerra civil en Burundi y ésta actuó como caja de resonancia para Rwanda. En consecuencia, la desconfianza de la minoría tutsi se elevó al máximo en ambos países.
En Burundi, a diferencia del vecino, los hutus fueron los objetivos predilectos de la violencia del Estado, además de bloquearle el acceso al gobierno a los partidos de esa extracción. La guerra finalizó en 2005 tras un acuerdo que allanó el camino a la presidencia a Pierre Nkurunziza, y con un saldo superior a los 200.000 muertos. Los
hutus de Rwanda sintieron miedo de seguir los pasos de los de Burundi y eso explica en parte el genocidio de 1994. Nkurunziza, docente de educación física antes de ingresar en la arena política, había perdido a su padre en las matanzas referidas de 1972. Sin
embargo, a diferencia del conflicto del pasado, Nkurunziza hoy reprime por igual, tanto a hutus como tutsis no leales.
Región crítica
El empeoramiento de la situación en Burundi se suma a un cóctel explosivo que habla a las claras de una situación regional más que inestable en gran parte de África centro-oriental (el trabajo del Global Peace Index 2015 da muestras de esto). Al grave problema en este pequeño país se suma un conflicto de larga data, el de la República
Democrática del Congo, hace casi dos décadas en conflicto sin pausa, así comoSomalía, en el extremo del Cuerno de África, desde 1991 tierra de nadie y en donde hoy, además, arrecia el islamismo. Sin olvidar, por último –valga la redundancia– crisis olvidadas más recientes como la de República Centroafricana (objeto de visita papal
hace unos días) y la de Sudán del Sur, el país más joven del mundo (2011) que el día 15 de diciembre hizo dos años desde que estalló la guerra civil. El resultado de esta última es el de 2 millones (sobre 12 millones) que han abandonado sus hogares desde diciembre de 2013, la cifra de muertos es imprecisa pero claramente sea superior a los
3.000, mientras 7 millones viven bajo inseguridad alimentaria. Para mayor preocupación, hoy día combaten unos 16.000 niños soldados.
Parafraseando la expresión que acompaña el título de este artículo, se puede pensar si la región (y no solo Burundi) puede considerarse un “problema infernal”. Lo que sí es cierto es que la democracia y el respeto por el otro parecen realidades de otro planeta en los países mencionados .