Burkina Faso y el espejo del África subsahariana, por Omer Freixa

31/10/2014 | Bitácora africana

En lo que va de 2014 hubo muchos casos en el mundo de episodios de revueltas populares en contra de gobiernos: Venezuela, Ucrania, Tailandia, Bosnia, Hong Kong, pero del que tratarán estos párrafos es el primero en un país por completo desconocido, Burkina Faso, situado en el corazón de África occidental. A éste no ha llegado la tan temida epidemia de ébola que devasta países cercanos como Liberia, Sierra Leona y Guinea Conakry, y se ha cobrado su primera víctima en la vecina Malí. No obstante, desde esta semana comienza a impactar mediáticamente Burkina Faso. No es por la enfermedad más “exitosa” de 2014, sino debido al resultado de la política interna pergeñada desde hace 27 años en ese pobre rincón del África subsahariana.

Hasta ahora poco se oyó o se leyó del país objeto de estas líneas, de 17,5 millones de habitantes y con uno de los PBI per cápita más bajos y entre los cinco más pobres del mundo, según indicadores de Naciones Unidas. En forma pasajera, su nombre causó admiración y fue conocido por varios en la previa del último mundial en Brasil cuando su seleccionado estuvo a punto de completar la hazaña e ingresar entre los 32, aunque Argelia se le impuso. Finalizado el Mundial, como siempre, de nuevo el silencio, paradójicamente en un año de aniversario para la nación cuando en 1984 cambió su nombre de Alto Volta al actual, que en idioma local quiere decir “tierra de los hombres íntegros”. Pero como se trata de África y de un país pobre, el olvido y el desinterés son más fuertes.
Sin embargo, hace apenas 48 horas el país volvió a concitar la atención internacional (aunque limitada, no olvidar, es África) cuando las turbas se hicieron a la calle indignadas por la intención del presidente Blaise Compaoré de reformar la constitución a efectos de permitírsele presentarse como candidato el año próximo. Los burkinabés dijeron basta. La oposición política también salió a protestar y algunos líderes dijeron que en la capital Ouagadougou el número de manifestantes llegó a ser del orden del millón, aunque el gobierno minimizó la cantidad y la redujo a algunos miles. La rabia se explica. Compaoré lleva 27 años en el poder, desde el día en que derrocó a Thomas Sankara, conocido como el “Che Guevara africano” por su entusiasmo por el modelo cubano, un idealista y austero líder progresista que en los años ochenta, frente a la marea, nacionalizó recursos, empoderó el rol de la mujer y se enfrentó a los organismos internacionales en tiempos de ajuste y recortes. A apenas dos semanas de cumplidos los 27 años de su derrocamiento, su verdugo estaría atravesando la posibilidad de tener un pésimo desenlace, como su víctima. Compaoré en poco tiempo deshizo todo lo que Sankara diseñó en apenas un lustro de gobierno. También literalmente en 1987 deshizo a su rival, una vez fallecido. Actualmente son muchos africanos los que reivindican el mensaje y el accionar de Sankara.

Como en otras revueltas en diversos puntos del mundo, esta no estuvo exenta de ser difundida a través del mundo 2.0. En pocas horas afloraron varios hashtags en contra del criticado presidente, como #CompaoréDégage, #Iwili, #BurkinaProtests, #TheBlackSpring, #AfricanSpring. En breve lapso el presidente debió huir y comenzaron los rumores entre los internautas sobre su paradero.

Tal vez sea el momento en que los burkinabés se den a sí mismos el tiempo suficiente para que el país revalide el significado de su nombre, haciéndose eco de las palabras del revolucionario Sankara, y vuelva a recobrar la integridad perdida, la misma por la que los manifestantes asaltaron las calles, incendiaron el Parlamento nacional y perdieron al menos a 30, junto a unos 100 heridos. El proceso estaría en marcha. La estatua derribada en Bobo Dioussalo, la segunda ciudad en población, anuncia, al menos simbólicamente, un cambio de época. La capital se tiñó de humo negro, y habrá que ver qué surge una vez disipada la humareda. Por lo pronto, sería lamentable repetir la secuencia de hechos que se vio en Egipto durante buena parte de 2013. Pero, por empezar, en el país subsahariano pese a que reaparecieron los militares (como tantas veces en su historia: 1966, 1980, 1982, 1983, 1987 y varios intentos fallidos posteriores), declararon el toque de queda, disolvieron el gobierno y el Parlamento, y establecieron un gobierno de transición que promete volver a la senda constitucional dentro de 12 meses, todo ello en una jugada sobre la cual varios dirigentes opositores denunciaron que se trataría de un golpe de Estado. No obstante, lo iniciado el miércoles se trata de una asonada popular.

Francia, que no pierde el interés en África occidental, sede de varias de sus ex colonias con las cuales mantiene fuertes vínculos, medita cómo proceder frente al caos en la ex Alto Volta. El primer arrimo ya se dio a conocer. El periódico galo Jeune Afrique publicó una carta mediante la cual el presidente Hollande se dirigió a Compaoré expresándole solidaridad y el pedido de restablecimiento del orden, tomando al país como modelo regional. Hay gato encerrado. Francia tiene intereses económicos y respaldó el gobierno desde 1987, cuando cayera Sankara. Actualmente París desarrolla una importante operación de intervención en la vecina Malí (provista de minerales como oro y diamantes), donde los extremistas islámicos complican los planes de utilizar el territorio como vía para el aprovechamiento del vital uranio de la vecina Níger. También Burkina Faso comparte frontera con el último y, frente a la pobreza mayoritaria de la población, contiene altas reservas de minerales, como el ascendente oro (principal exportación y cerca del 20% del PBI), y es el primer productor africano de algodón. Por ende, los ojos franceses no pueden mirar para otro lado. El país europeo debe mostrarse como centinela en la región (como lo probó la experiencia marfileña durante la crisis de 2010-2011), puesto que en el cumplimiento acertado de la función, entre otros éxitos, garantiza el aprovechamiento de los abundantes recursos de la región, principalmente minerales.

Pero quizá más crucial que el futuro de la postura francesa frente al caos burkinabé, desatado en apenas dos días, sea el interrogante sobre si esta “primavera africana” como indican algunos de los hashtags citados, pueda florecer en otros países del continente donde, al igual que en el de los hombres íntegros, no son gobernados por tales sino por todo lo contrario. Personajes que, en la mayoría de los casos, simplemente buscan su propio bienestar en desmedro del pueblo y han sido acusados de ser autoritarios y corruptos, como le sucediera al propio Compaoré.

Si bien el sentido común sobre lo africano tiende a privilegiar una mirada reduccionista que construye África, en el plano político, exclusivamente a partir del atraso político y el predomino de la figura del dictador, no obstante, hay regímenes estables donde no figura este personaje, como en Senegal, Marruecos, Botswana y Sudáfrica. Pero, de gobernantes que se perpetúan en el tiempo y lo resisten, abundan los ejemplos. El angoleño José Eduardo Dos Santos es el presidente más longevo en su cargo, desde 1979, considerado un “petrodictador”. Un caso similar es el de Teodoro Obiang Nguema, quien rige con mano despótica la pequeña Guinea Ecuatorial también desde 1979, año en el que derrocó y asesinó a su tío. Un minúsculo grupo adicto a él detenta la riqueza petrolera de un Estado en un país donde la mayoría de la población es considerada pobre. Sigue en récord de permanencia en el gobierno, desde 1980, el gobernante más anciano de África, Robert Mugabe, de 90 años, en Zimbabwe. En Gambia, la dictadura y los delirios de Yahya Jammeh (que dijo tener una cura para el Sida y una más reciente para el ébola) llevan 20 años. Uganda, Sudán, Chad, Rwanda, Camerún, Argelia y República Democrática del Congo pueden completar este preocupante inventario.

El poder tienta mucho en África y países norafricanos han pagado caro este axioma: dictadores derrocados en Túnez, Egipto y Libia en 2011, al calor de la agitación en el mundo árabe. Solo el tiempo dirá si la caída de Compaoré provoca, por efecto contagio como durante las “primaveras árabes”, el derribo de otros autócratas en África. La posibilidad está abierta y los medios digitales ofrecen una vía explosiva, no disponible en el pasado cuando cayeron dictadores muy recordados como el Emperador Bokassa en República Centroafricana (1976), el sanguinario Idi Amín en Uganda (1979) y el General Mobutu en el ex Zaire (1997). Una de las pancartas de protesta en Burkina Faso pedía a Compaoré no confundir reino y República. Esta confusión tarde o temprano genera un problema irresoluble y lo paga el propio gobernante o sus gobernados.

Autor

  • Historiador y escritor argentino. Profesor y licenciado por la Universidad de Buenos Aires. Africanista, su línea de investigación son las temáticas afro en el Río de la Plata e historia de África central.

    Interesado en los conflictos mundiales contemporáneos. Magíster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF).

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