Una comida frugal con un Diaz en duelo por mi partida. Una invitación a casa de Tomás, amigo hindú. Un abrazo sincero con Angelica, angolana, mujer luchadora. Mensajes en el móvil. Últimas compras en el barrio de Natite. “Voy a tener Saudades de você” me dice un niño que a veces me pide dinero y que no sé su nombre. Le acaricio la cabeza y me voy rápido. Yuma ya no quiere venderme nada más. Otra cerveza con Adolfo. Viola y Fernando, con sus miradas intentan dibujar un hasta pronto. Cristina, la presidenta tiene los ojos húmedos. Los amigos de este viaje compartido nos despiden mientras saludan a otros que llegan.
Fui a enviar un correo electrónico, pero se había ido la señal. Una vez más.
Ya todo estaba listo. Adiós, Pemba.
A tres kilómetros a la salida de Pemba, junto a la señal que nos deseaba «Boa viagem», Nico tenía una última despedida. Su equipo de fútbol. El partido en la aldea Majate fue un espectáculo. O mejor dicho, lo que había alrededor del partido era un regalo para mis ojos. Toda la aldea era una fiesta. Las crianças desviaron su mirada curiosa hacia esos dos “nkunhas” que aparecían de pronto. La camarita de fotos fue el jolgorio total. Todo el mundo reivindicaba su foto. Pero al primer gol todo brincó, y dio vueltas en el aire, y la gente inundó el campo y las mujeres con niños a la espalda se abrazaron. Alegría y risas en medio de la pobreza.
Llenamos el tanque de gasoil y terminamos saliendo a las cuatro y media de la tarde. Me iba de un lugar tan difícil de comprender como hermoso. Tan duro como seductor. Tan ajeno que me estaba comenzando a hechizar. Nos quedaban dos mil quinientos kilómetros hasta Maputo.