Hasta la fecha, sólo mi niño de tres años me había llamado « papá ». Por eso, cuando en el Congo un policía de tráfico me para, se me cuadra y me saluda de forma tan afectuosa no puedo menos de sorprenderme gratamente. Pero la familiaridad se termina pronto cuando el uniformado de amarillo y azul va directamente al grano.
« Les papiers, s’il vous plait ».
De la guantera saco una carpeta que contiene toda la documentación del vehículo que conduzco : mi carnet de conducir, el seguro del coche, el certificado de exención de impuestos , la tarjeta rosa y el certificado que acredita haber pasado la inspección técnica. Suspiro al recordar que para conseguir alguno de estos documentos he pasado a veces dos días peregrinando por distintas oficinas de Goma.
« Muy bien, papa. Usted esta en orden ».
Pero mejor no cantar victoria tan pronto. Raramente la cosa termina ahí y siempre hay algún detalle al que él o la policía se agarra como a un clavo ardiendo:
« Papa, su pasajero no lleva el cinturón de seguridad puesto. Eso es una infracción grave que en nuestro país se castiga con una multa de cien dólares ».
Giro la cabeza y, efectivamente, reparo en que la persona que va conmigo no se ha abrochado el cinturón. Por un momento siento deseos de llamarle de todo pero intento calmarme. A mi alrededor veo a docenas de coches cuyos conductores van sin el cinturón puesto, reparo incluso en un coche de la policía cuyo conductor va sin cinturón. Pero ya se que a esos otros no los pararan nunca.
« No puedo devolverle la documentación. Primero tiene usted que ir a la estación de comisaria y pagar la multa que le voy a poner. Cuando haya terminado, vuelva aquí, que le esperare ».
Estoy a punto de soltar todas las maldiciones que me vienen a la cabeza, pero me contengo porque sé por experiencia que perder la calma en este tipo de situaciones solo sirve para empeorar las cosas. Balbuceo algo así como que tiene usted razón, mi pasajero tendría que haberse puesto el cinturón. Ustedes educan al público sobre como mejorar la seguridad vial, etc, etc. El policía entonces pasa directamente al ataque :
« Me imagino que tiene usted mucha prisa y que le molestará tener que ir a pagar la multa. Pero no se preocupe, podemos arreglarlo aquí entre nosotros. Pague 30 dólares y le dejaremos marchar ».
Comienza entonces una negociación en la que normalmente yo le digo que las normas de mi ONG no me permiten pagar nada sin un recibo oficial y que si me da una factura oficial por el dinero que me pide, se lo daré. El policía se ríe entonces y va bajando la cifra : veinte dólares, diez dólares… Que no y que no, le digo, ni aunque me pida un dólar, que yo no puedo hacer eso. Como ultimo recurso llamo por teléfono al superior de los salesianos y casi siempre ocurre que su teléfono no está disponible en ese momento. Paciencia, y hasta que vea que conmigo no vale y me deje ir.
Otras veces esta todo en orden, no encuentran nada en lo que pillarte en falta y entonces la cosa es mas descarada.
« Bonjour, papa. Tenemos mucha sed ».
« Me imagino. Con este calor cualquier tiene sed. Es una lástima que hoy no lleve agua en el coche ».
« No se preocupe. Nos puede usted dar dos dólares y la compramos en alguna tienda ».
« Pero señor, desde cuando en África hay que pagar por el agua ? »
Y así puede comenzar una conversación de tontos en la que yo sonrío sin parar y que normalmente finaliza cuando el tipo se cansa y me deja ir. Si quien me ha parado es una señora agente con un bonito peinado bajo el casco y algo maquillada, cualquiera que pase igual pensara que estamos haciendo planes para el fin de semana. Cuando me marcho siempre pienso lo mismo : durante los 20 años que viví en Uganda creo que la policía de trafico me paro unas tres veces, mientras que en el Congo hay días en que me paran en cuatro ocasiones.
Un amigo congoleño me explico el sistema que funciona aquí : cada sábado el jefe de tráfico reparte a los policías por los diferentes puntos estratégicos de Goma. Hay cruces y rotondas consideradas como más rentables, por donde pasa gente con mas dinero y allí son destinados los agentes que durante los días anteriores han recaudado más. De este modo el jefe premia sus buenos oficios, ya que él mismo exige una sustanciosa comisión de todo lo recogido. Los pobres pardillos que tienen la mala suerte de toparse con un tipo difícil como yo y consiguen poco serán castigados con un destino menos apetecible : el de los barrios más pobres y congestionados donde, ademas de enfrentarse a un trafico mas caótico, tendrán menos posibilidades de llenarse el bolsillo.
Un sistema así puede tener su lado jocoso si se lo toma uno como una situación de sainete, pero cuando uno lo ve como una muestra de la corrupción que sigue reinando en este país en todos los niveles, esta forma de vida es mas bien para echarse a llorar y para agotarle a uno la paciencia. Pero como Dios no permite que seamos probados mas allá de nuestras fuerzas, todos los días nos manda un buen chaparrón que opera el milagro de hacer desaparecer de las carreteras a todos los guardias de tráfico. Cuando estoy en mi oficina y veo que empieza a llover, me apresuro a coger el coche porque sé que durante un buen rato podré circular libremente por Goma y hacer esas compras o gestiones que tenia pendientes sin peligro de caer en ninguna trampa de las que tienden los guardias de tráfico, esos amigos vestidos de amarillo y azul que intentan limpiarme el bolsillo mientras me llaman papá.