Hace pocos días veíamos en los periódicos digitales la chocante historia del programa pakistaní que regalaba bebés como premio máximo de un concurso televisivo. Cuando se hizo pública la noticia, parecía que algunos se rascaban las vestiduras como si esto fuera algo del otro jueves. Por un lado, deberíamos estar ya curados de espanto porque esta moda de los reality programmes se ha metido en todos los ámbitos posibles: desde la narcótica claustrofobia psicológica y cultural del Gran Hermano (donde España se lleva la palma metiéndose ediciones en vena) hasta la cirugía extrema, pasando por las dotes artísticas o las habilidades culinarias.
Tal como está el patio, no me extraña en absoluto que haya un grupo que se aventure a hacer programas así de extravagantes. ¿Para qué aburrir más al personal con premios tan manidos como un coche, unas vacaciones pagadas en Punta Cana o unos 20,000 eurillos de nada? Un bebé rollizo, envuelto en sus pañalitos que hace pis, caca y llora de verdad… ¿por qué no puede ser un premio gordo? Espero que capten mi sarcasmo: Por un lado me parece este tema moralmente cuestionable, pero por otro lado me da a entender que, a pesar de todo, un bebé es al fin y al cabo un bien no codiciado, sino codiciadísimo por muchas parejas, algunas de las cuales no han tenido hijo alguno, otras que quieren por cualquier causa añadir algún niño adoptado a sus hijos naturales. Para muchas personas, este tema supone una gran frustración… y cuesta muchas lágrimas. A las cifras me remito.
En un mundo donde veo tantos niños abandonados y sin cariño, no paro de decirme que uno de los mejores regalos que te puede dar la vida es el ser un hijo deseado y por tanto querido por una familia ya antes de llegar al mundo, sin que al final importe en absoluto si ese retoño ha salido biológicamente de esa familia o no.
Aquí en Uganda se me cae el alma a los pies cuando, con regularidad semanal, aparece en los periódicos, en la sección de anuncios clasificados, un espacio del departamento de policía en el cual se presentan (con foto y algunos detalles biográficos) todos los niños que han sido abandonados o han sido entregados a las autoridades al no saberse el paradero de su familia.
Tal como están las cosas aquí, con tantas personas que viven por debajo del umbral de la pobreza, no es raro que un padre o una madre decida “deshacerse” de uno o varios de sus hijos a los que apenas puede alimentar y los deje en un hospital o una comisaría de policía.
A veces abro esta página, miro a esos 10-15 primeros planos tomados en la comisaría y con esas caritas que rezuman miedo, desamparo o inseguridad y me pregunto por qué es tan difícil que nuestro mundo pueda tener un poco de equilibrio… por qué es tan complicado que aquellas familias que quieran hacer un hueco y llenar de cariño la vida de una persona tengan tantísimas trabas para hacerlo y por otro lado sea tan difícil separar a los hijos de aquellos seres que los maltratan y los traumatizan.
Todavía recuerdo cuando, trabajando en el Sudán, alguna madre me llegó a ofrecer su hijo diciéndome literalmente “sé que no le faltará de nada si se queda contigo.” Por desgracia, hay personas que llegan a tales extremos obligados por las circunstancias. Más allá de la anécdota del concurso, sí que estoy de acuerdo con la moraleja del mismo: una vida humana, especialmente la de un niño, es un valioso premio, es un valor que hay que defender por encima de todo. El día en que no los valoremos y no cuenten para nosotros, se habrá acabado la esperanza para esta humanidad.
Original en : En Clave de África