Cuando uno llega a Bangui, la primera cosa que ve es una inscripción en letras grandes por encima de la ciudad, en un monte que separa la capital del resto del país. La inscripción dice “Bangui la coquette”, es decir Bangui la coqueta en el sentido de una cosa bella y seductora. La inscripción bien protegida debía de corresponder a la realidad en una cierta época pasada cuando se hablaba de una bella ciudad al borde del rio Oubangui. Hoy en día, la famosa inscripción es solamente un conjunto de letras vacías. No se refiere a ninguna realidad.
Acabo de pasar una semana en Bangui, la capital de la República Centroafricana. La última vez que estuve allí, en 2015, se oían disparos la noche por los barrios colindantes a Km5 dónde se concentran los musulmanes de la ciudad. El país estaba todavía inmerso en una cruenta guerra civil con matices religiosos entre musulmanes y no musulmanes. Al mismo tiempo, los ciudadanos tanto musulmanes como cristianos estaban esperando como agua de mayo la visita del Papa Francisco quien, contra todas las mareas, había decidido ir a aportar su granito de arena al proceso de paz. Nadie sabía como aquella visita se desarrollaría entre tanto odio, angustia, división y desesperación. Me place decir que su paso por Bangui hizo algo milagroso: aquellos días supusieron un alivio para todos. Los musulmanes del km 5 pudieron salir de su aislamiento y cruzarse sin roce con el resto de los habitantes de Bangui. El Papa había roto las fronteras de la vergüenza.
Cuatro años después, la situación de la capital está algo tranquilo. El barrio del km 5 sigue siendo bastión de unas milicias musulmanas armadas pero ya no se oyen disparos. Aunque la mayor parte del territorio nacional esté ocupado por grupos armados bajo tutela de señores de guerra, la capital respira una cierta paz.
Sin embargo, la primera cosa llamativa que uno ve al adentrar en el corazón de la capital es la presencia de los cascos azules. La sorpresa va creciendo cuando ves que hasta el palacio presidencial está custodiado por los militares de la ONU, en este caso, los ruandeses. Es una cosa muy sorprendente ya que la presidencia de un país es un lugar que simboliza la independencia de la nación y su auto-gobierno. Ver a los casos azules por los cuatro ángulos de este edificio no deja de suscitar muchos interrogantes. ¿El presidente puede sentirse seguro y libre en un palacio protegido por los extranjeros? La presencia de los militares extranjeros en los lugares de alto valor simbólico es signo de un orgullo nacional herido.
En las calles, no se ven muchos coches. Nada que ver con otras ciudades de África como Lagos, Kigali, Douala o Accra etc. La mayor parte de los vehículos que circulan en Bangui son unos todoterrenos de los ONGs o de la mismísima ONU. Aparte de esto, ve puede apreciar una buena cantidad de taxis amarrillos cargados de personas como si fueran mercancía. Un coche-turismo de estos lleva siete personas dentro de un calor de pesadilla y música a todo volumen. Los taxis se mezclan con las motos que también hacen de transporte público, sin casco tanto para el conductor como para el pasajero. ¿De verdad, Se requieren inversiones extranjeras para que los conductores de moto lleven cascos? ¿Cuántas vidas humanas se podrían salvar llevando el casco?
La gente en la calle camina como sombras bajo el sol. Se nota la pobreza en la cara. Es una cosa que se ve directamente cuando estás acostumbrado a viajar en otros lugares. La pobreza en cuestión puede no ser tanto la falta de comida (que también), como la falta de esperanza. Los rostros no transmiten optimismo; la gente no camina con paso firme; los diálogos están cargados de negatividad. La manera de vestir, de caminar, de mirar transmite cierto cansancio. El pueblo está cansado de ser víctima de guerras y precariedad. Quiere pasar página y vivir en paz.
Desde el punto de vista político-militar, se han firmado los acuerdos de paz primero en Khartoum, luego en Bangui y en Adis Abeba. Dichos acuerdos suponen el alto el fuego y el proceso de paz hacia el desarme total de más de 14 grupos armados. Aunque en la teoría no hay otra vía posible hacia la paz, en la práctica los señores de guerra, muchos de ellos sanguinarios, siguen acampando en sus anchas sin preocupación. El pueblo, él, escruta el horizonte con una rara mezcla de frustración y esperanza.
El aeropuerto suele ser un lugar dónde el país ofrece su carta de presentación: acogida respetuosa, orden, limpieza etc. Tan es así que la primera impresión del aeropuerto acompaña al pasajero y puede ayudar a superar otros elementos negativos del país. Pues, Centroáfrica, en esto, hace excepción.
Nada más recoger las maletas, el pasajero tiene que pasar por una etapa dolorosa y para algunos, humillante que consiste en abrirlas y dejar que los agentes uniformados remuevan todo hasta el fondo con sus manos. Este ejercicio tiene por objeto de impedir que entren en el país algunos productos prohibidos. El país nunca ha sido capaz de comprar aparatos modernos como escáner por ejemplo afín de evitar esa bochornosa maniobra pública que roza la violación de la intimidad.
Nada más salir del aeropuerto, a doscientos metros, uno se encuentra en un atasco de gente dónde los coches y las personas están mezclados en un vaivén impresionante. Se trata del mercado de Combattant. Las mercancías se encuentran a escasos metros de la calle y los mercaderes circulan en medio de los coches intentando vender lo que llevan encima. Es la primera imagen de Bangui que el viajero tiene antes de adentrar en la capital. Nada que ver con el letrero de “Bangui la coquette” que se ve por el monte Bazoubangui, lugar que por cierto es una verdadera riqueza ecológica alrededor de una ciudad.
Dicen los que conocen la ciudad en los años ochenta que no tenía nada que envidiar otras capitales africanas. Situada al borde del río Oubangui, Bangui estaba pensado para ser un lugar idóneo para disfrutar de las vacaciones, hacer negocios, probar las recetas culinarias locales en toda tranquilidad. La luz que venía de la central hidroeléctrica de Boali alimentaba toda la ciudad y el agua purificada de SODECA era suficiente para toda la población de aquella época. Hoy en día, todo esto parece un cuento de las mil y mil noches.
Las diferentes turbulencias políticas y militares, la corrupción, la falta de visión de los sucesivos dirigentes convirtieron una ciudad atractiva en una aglomeración de miseria y tristeza. La Central de Boali, mal cuidada ya no alcanza abastecer a todos los habitantes de Bangui que, entre tanto han aumentado. A día de hoy, tener electricidad en casa más de ocho horas al día es un verdadero lujo. Todas las iniciativas de desarrollo que requieren la energía eléctrica quedan así paralizadas. Los habitantes de Bangui llevan años viviendo así y nada indica que algo vaya a cambiar dentro de poco ya que el Estado depende casi enteramente de las ayudas exteriores. La mejor solución sería potenciar desde el Estado el consumo individual con la energía solar, pero tampoco se ven iniciativas en este sentido.
Últimamente, se ha añadido el problema del agua potable. Es imposible imaginar una capital sin agua en los grifos. La vejez de las máquinas potabilizadoras, la falta de inversión para ir cambiando las tuberías y mejorar las instalaciones hacen que cada vez los habitantes de Bangui tengan la sensación de ir hacia atrás. Debe ser el único país del mundo que retrocede en lugar de avanzar. Las quejas no cambiarán las cosas. Hacen falta acciones fuertes en el sentido de las reformas estructurales para actualizar los servicios del Estado y mejorar la gestión económica del dinero público.
Durante mi estancia, había también dificultades para tener gasolina. El precio había subido tanto que era imposible para los coches de gasolina seguir circulando. Bien es verdad que el país está enclavado y no toca a ningún puerto. Pero, esto mismo tendría que motivar a las autoridades a buscar soluciones alternativas para que el país no quede paralizado cuando hay problemas de abastecimiento.
Sin embargo, en el centro de la ciudad, por la tarde, se sigue apreciando la presencia de los bares y restaurantes con comida local agradable: pollo asado, yagbanda, pescado asado etc. Solo por esto merece la pena visitar Bangui al menos por un tiempo.
Original en : Afroanálisis