El viaje del Papa Francisco a Brasil para presidir la Jornada Mundial de la Juventud ha dejado bastante en la sombra otros acontecimientos eclesiales importantes. Uno de ellos ha sido la reciente reunión de los representantes de las conferencias episcopales africanas en Kinshasa. Ciento veinticinco obispos participaron, del 8 al 15 de julio, en el Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM). En su mensaje final criticaron a los políticos africanos “que son indiferentes a la miseria de sus hermanos” y les pidieron “trabajar por el bien común, en lugar a sus propios intereses”. También denunciaron la guerra en el Este del Congo, la situación en la República Centroafricana y las dificultades que atraviesan otros países como Malí, Nigeria, Sudán del Sur, Túnez y Egipto.
El tema central de la asamblea, muy en la línea del segundo sínodo africano, fue “La Iglesia en África al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación. El comunicado final de prensa se puede leer en http://www.mafrome.org/16eme_Assemblee_Sceam.pdf.
Se trata, sin duda, de un documento bonito, como muchos de los que se publican desde hace bastantes años por parte de los episcopados africanos, y que por desgracia suelen pasar bastante desapercibidos en España. Pero hay un detalle que no se me ha escapado y que, a mi modo de ver, cuestiona mucho lo que se puedan decir en estos escritos por otra parte de muy buena calidad como contenido, y me refiero al hecho de que los 125 obispos que participaron en esta reunión se hospedaran y tuvieran sus reuniones en el hotel Fleuve du Congo, de cinco estrellas. No es la primera vez que se dan un baño de lujo cuando tienen una reunión. Recuerdo otra asamblea de la SECAM, celebrada en el año 2003, en Dakar, que también tuvo lugar en un hotel de cinco estrellas de la capital senegalesa. En aquella ocasión el presidente Abdulaye Wade pagó generosamente la cuenta. Me pregunto qué autoridad moral tendrían entonces los obispos para llamar la atención a un dirigente así después de que aceptaran su “regalo envenenado”.
Conozco poco Kinshasa (sólo estuve hace dos meses en una breve visita de dos días), pero me imagino que la capital congoleña tiene seminarios, comunidades religiosas y centros de pastoral suficientes para albergar con un mínimo de dignidad a 125 personas y que puedan ofrecerles una sala de conferencias donde deliberar y tomar decisiones sin que sea necesario ir a un hotel de cinco estrellas. Hace pocas semanas, el Papa Francisco decía que “duele ver a un sacerdote con el último modelo de coche”, y él mismo está predicando con el ejemplo al ejercer su ministerio petrino desde la sencillez y, por ejemplo, viviendo en una residencia en lugar de en un palacio. Tengo la impresión de que este mensaje no está calando lo suficiente en numerosos ambientes eclesiales católicos africanos, donde son muchos (no todos, por supuesto) los obispos que tienen el mejor modelo de coche, viven en residencias episcopales que son auténticos palacios y que contrastan con la pobreza extrema de las poblaciones de sus diócesis y viajan siempre en primera clase… Hace pocas semanas, viajando por un país africano muy pobre, mi acompañante me mostró la casa que el obispo del lugar se había hecho construir en su pueblo natal… una auténtica mansión que destacaba en medio de una localidad mísera y sobre la que uno sólo podría preguntarse de dónde habría salido el dinero para edificar aquel palacio.
Hace diez años vivía yo en Gulu (Uganda) con un obispo que llevaba un estilo de vida muy austero y no raramente viajaba en transporte público cuando iba a Kampala. Le habían invitado a dirigir unos ejercicios espirituales a sus hermanos en el episcopado de Sudán. Pocos días antes, me llamó a su despacho y me pidió que le ayudara a localizar “la casa de ejercicios” (utilizó esa expresión) donde le habían dicho que se hospedarían los obispos sudaneses. Miré la carta y vi que el lugar se llamaba “Jinja Nile Resort”. Hacía pocas semanas que había pasado enfrente de aquel lugar y no pude menos que sonreírme: “Monseñor, no es una casa de espiritualidad, es un hotel de cuatro estrellas”. Miré su cara de perplejidad. “¿Y en una ciudad importante como Jinja no hay comunidades religiosas o seminarios donde se podría hacer unos días de retiro?”, me respondió, seguramente sin esperar una respuesta.
África es muy grande y en el seno de sus iglesias locales hay situaciones muy diversas, pero una de las plagas de las que la Iglesia Católica parece no haberse librado suficientemente es una idea del ministerio eclesial basado en el poder y no raramente en la ostentación. Abundan los documentos en los que los obispos africanos denuncian las injusticias que padecen sus países e incluso retan directamente a algunos de sus dirigentes (aunque no raramente en bastantes países africanos hacen todos los esfuerzos necesarios por llevarse bien con ellos y no criticarlos), pero todo esto servirá de poco si las palabras van por un lado y los signos externos por otro. Hacer un documento denunciando la pobreza de las poblaciones africanas está muy bien. Pero redactarlo desde un hotel de cinco estrellas está mal, muy mal. los católicos que dan su dinero para obras de sostenimiento a las Iglesias de países de misión harían bien en exigir a este tipo de organizaciones que no financien este tipo de gastos extravagantes.
Original en : En Clave de África