“Arena en los bolsillos” Relato de un viaje a Mauritania y el Sahara Occidental I , por Rafael Muñoz Abad del Centro de estudios africanos de la Universidad de La Laguna

20/04/2012 | Bitácora africana

Buenos días señor, soy saharaui [te dicen] en un claro castellano que ya me gustaría para mí. Buenos días le contesto y de inmediato te muestran un histórico DNI azul siendo entonces cuando como español se te cae la cara de vergüenza por otra más de nuestras lamentables “hazañas” históricas. El viajero que por primera vez llega a El Aaiún siente dos cosas. La primera es la desbordante hospitalidad del pueblo saharaui que portando poco en sus alforjas crea el milagro de dar lo que ellas no tiene y donde los niños te paran por la calle para decirte con entusiasmo que estudian en Badajoz o en Jaén. La segunda sensación es la tensa calma que la capital del Sáhara respira en cada una de sus vigilantes esquinas. No tengo claro si el urbanismo de El Aaiún es una radiografía del barrio tinerfeño de Taco en los años sesenta o si el citado barrio es El Aaiún actual. La llegada al territorio comienza en la sala de embarque del aeropuerto de Gando; donde una cola multicolor se apelotona para embarcar en la guagua aérea que en apenas una hora te lleva a Africa. Es Ramadán y aunque no seas musulmán, los horarios comerciales te fuerzan a cumplir con Alá y sus dictámenes. El hambre aprieta y las ocho de la tarde se antoja un lejano horizonte para el remilgado estómago del occidental recién llegado. Con la puesta, la noche de El Aaiún es un orgasmo de colores, ruidos y sabores. Los mercadillos bullen de gente y la viva herencia de la colonización española se manifiesta en forma de algún Land Rover Santana que aún porta las desgastadas marcas de un ejército español que por allí no hace mucho deambuló. El tráfico es un denso goteo que se regula bajo un sublenguaje de guiños de luces y pitadas. ¿Policía?, mucha. La que ves, pero sobre todo la que no ves y que ya venía junto al viajero en el vuelo procedente de Las Palmas. Desde luego, si hay un sitio seguro es Marruecos y el Sáhara occidental. En casa de Babjir – el menor de catorce hermanos – comemos y dormimos como ellos. O te adaptas o les haces un feo inadmisible; y otro desplante después de la bochornosa retirada de 1975 sería imperdonable.

El Aaiún tiene el dudoso honor de pertenecer al club de ciudades donde la mera presencia de los coches de Naciones Unidas te deja claro que hay algo que aún no está del todo resuelto. Nadie habla bien de la MINURSO (Misión de Naciones Unidas para el Sáhara Occidental): “…están aquí de vacaciones; encerrados en el hotel Nagjir bebiendo cervezas y contando los días que les restan para volver a sus países con un buen puñado de dólares en el zurrón…” Al viajero poco docto no le es sencillo distinguir al marroquí del saharaui y eso sólo significa una cosa: prudencia. A favor de ambos destaco la amabilidad y la educación al trato recibido. Nadie puede negar que Rabat invierte en la zona: calles limpias; autobuses que operan con una puntualidad suiza; modernas y eficientes oficinas bancarias; una epidemia de banderas de Marruecos y retratos del monarca que de cada farola ondean y cuelgan; y en general, una agridulce sensación de seguridad. La visita acaba en la iglesia de El Aaiún. Templo regido por Valerio. Un amable padre congoleño que calma la fe de los pocos feligreses que acuden a una misa diáfana y rodeada de minaretes.

Te vas de El Aaiún más confuso de lo que llegaste. Los casi quinientos kilómetros que te separan de Villa Cisneros – ¡Inshallah ¡ – se hacen cortos bajo el asedio de las mil de preguntas sin responder que me acosan. Vuelvo a agradecer a ambas partes su cortesía. Dejo El Aaiún por un todavía soñoliento retrovisor. Y es que no hay Ramadán para la moderna compañía de autobuses con la que viajo. Ahora empiezo a comprender las palabras de un conocido que ha recorrido durante más de tres décadas la zona asegurando que ambas partes en realidad no están tan alejadas de una convivencia. Más preguntas: ¿y si sólo hubiese faltado el catalizador español para dar carpetazo al conflicto?; ¿cómo es posible que adolescentes me hablen maravillas de Aznar y Franco en lo referente a su posición con el pueblo saharaui, y detesten al actual expresidente del gobierno que aquí no pienso nombrar?; ¡qué vergüenza siento de alguno de mis gobernantes!; ¿recuerdan la palabrería a cerca del pueblo saharaui del señor Felipe González o de aquella infausta ministra de exteriores llamada La Trini? Yasar geidu y shouka para todos ellos que diría Marien Hassan.

(continuará)

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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