En diciembre hace frío en Nuadibú. Hay días que el sol permanece escondido detrás de un velo de polvo y un viento helado recorre la ciudad, llevando la arena de un lado para otro. En uno de esos días, ya cuando cae la tarde, se puede atravesar con parsimonia el caos del barrio viejo de La Charca y desembocar en el antiguo fuerte de los franceses, una construcción sorprendente, hoy casi en ruinas, que alberga en su interior un tesoro, la casa del gobernador de la antigua Port Étienne. Allí se alojaba el aviador aventurero y escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, autor del famosísimo El Principito, durante las escalas de los míticos viajes de la Aeropostal. La historia de esta compañía aérea gala que en los años veinte unía Europa y América del Sur a través de África es, también, la de sus intrépidos pilotos, como el propio Saint-Exupéry, Jean Mermoz o Henri Guillaumet. A lo largo de toda la costa occidental africana son numerosos los vestigios que nos hablan de esta epopeya, una ruta que ha sido propuesta por Senegal para ser reconocida como Patrimonio Mundial de la Unesco.
Para conocer los orígenes de esta historia tenemos que trasladarnos hasta 1918. La I Guerra Mundial está a punto de terminar, un conflicto en el que, por primera vez, la aviación tiene un papel decisivo. El industrial francés Pierre-Georges Latécoère, dedicado a la fabricación de aviones en Toulouse, da los primeros pasos para abrir una línea aérea postal que transporte el correo entre Francia y las posesiones galas de África y luego hasta América del Sur. En aquellos tiempos, la aviación está aún en pañales y cada vuelo es una aventura arriesgada, por lo que la empresa se plantea como una auténtica odisea. En noviembre de 1918 nacen las Líneas Aéreas Latécoère, que da empleo a muchos de los pilotos que combatieron en la Gran Guerra. La primera línea se abrió entre Toulouse y Barcelona.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que los aviones de Latécoère dieran el salto a África, siempre pasando por España. Las primeras experiencias están marcadas por la improvisación. El primer avión que aterriza en Alicante se encontró con un grave problema: las autoridades locales habían previsto un terreno de 600 metros cuadrados porque habían interpretado de manera errónea la instrucción de preparar una pista de “600 metros de largo”. Pero el empeño de la compañía Latécoère era grande y en marzo de 1919 comienzan los vuelos hasta Rabat (Marruecos), que luego se prolongan hasta Casablanca.
El avance es lento, pero imparable. A mediados de los años veinte, los aviones de la compañía ya volaban hasta Dakar, haciendo escalas en Agadir, la española Cabo Juby (la actual Tarfaya, sur de Marruecos), Villa Cisneros (hoy Dajla, Sahara Occidental), Port Étienne (actual Nuadibú, norte de Mauritania), Saint Louis (norte de Senegal) y finalmente la recién nacida ciudad de Dakar. Es entonces cuando Latécoère da el salto a Sudamérica, primero Recife y Río de Janeiro, luego Buenos Aires y Santiago de Chile. Sin embargo, la enorme expansión de la compañía compromete su supervivencia y el 11 de abril de 1927 se vende el 93% de la empresa al hombre de negocios francés Marcel Bouillox-Lafont, que cambia el nombre de la sociedad por el de Compañía General Aeropostal. Para ese entonces, la época dorada, los tres pilotos que convirtieron en un mito los vuelos de la Aeropostal ya trabajaban para la compañía.
El primero en entrar, en 1924, fue Jean Mermoz. Joven piloto del Ejército francés, al principio no fue visto con buenos ojos por el director de la compañía Latécoère, Didier Daurat, quien lo consideraba “poco serio” y demasiado “acrobático”. Sin embargo, le da una oportunidad. Empieza como mecánico, pero pronto lo vemos al mando de los famosos aparatos Breguet XIV que llevaban el correo hasta el continente africano. En mayo de 1926 tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en algún punto del desierto y fue capturado, junto a su mecánico, por una tribu maure, que sólo los liberó tras el pago de un rescate. Un año después, en octubre de 1927, el intrépido Mermoz vuela por primera vez sin escalas entre Toulousse y Saint Louis.
Con el tiempo, Mermoz es enviado a Sudamérica para desarrollar nuevos trayectos que deben superar un peligroso obstáculo, la cordillera de los Andes. Allí consolida su leyenda. En mayo de 1930 logra unir, por primera vez, Francia, Senegal y Sudamérica con un famoso vuelo sobre el Océano Atlántico que dura 21 horas y diez minutos entre Saint Louis y Natal. En los seis años siguientes vuela entre Europa y el continente americano en 24 ocasiones hasta que el 7 de diciembre de 1936 sufre un accidente y se precipita al mar con toda su tripulación a bordo del avión La Cruz del Sur. La muerte de Mermoz, conocido como “el Arcángel” y autor de famosas frases como “para nosotros el accidente sería morir en una cama” o “son los fracasos bien llevados los que dan el derecho a triunfar”, no supuso en absoluto su olvido, ni en Francia, ni en Sudamérica, ni en África. Un famoso hotel de Dakar lleva el nombre de La Cruz del Sur y un barrio de la capital senegalesa, situado al lado de la antigua pista de aterrizaje, y el liceo francés de esta ciudad se llaman Mermoz.
Nada más superar el remozado puente Faidherbe, en la histórica ciudad senegalesa de Saint Louis, nos encontramos con el hotel de la Poste, construido en 1850. En su segunda planta se encuentra la mítica habitación 219, donde se alojaba Mermoz, con unas vistas increíbles sobre el puente y el río Senegal. En el interior aún están la cama y el escritorio que utilizaba el aviador y por algo más de 50 euros, no más cara que el resto de las estancias, es posible quedarse una noche. A los clientes les gusta tanto la experiencia que es la única pieza del establecimiento que está ocupada los 365 días del año. Desde el balcón se puede ver también la entrada al Museo de la Aeropostal, llena de carteles y recuerdos de aquellos viajes, el homenaje que esta antigua ciudad africana ha querido hacer a estos pioneros del aire.
Compañero y amigo de Mermoz, el segundo piloto de nuestra historia es Henri Guillaumet. En total, sobrevoló los Andes en 193 ocasiones, pero la más famosa de todas fue la 92. El 13 de junio de 1930, Guillaumet sufre un accidente por el mal tiempo y cae en medio de las montañas. Vestido sólo con su uniforme de piloto y soportando temperaturas extremadamente bajas, camina durante cinco días y cuatro noches en un increíble ejercicio de resistencia. Luego dijo que pensaba todo el tiempo en sus compañeros y en su mujer Noëlle, porque si su cadáver no aparecía el seguro sólo pagaba la indemnización cuatro años después. Finalmente llega a un pequeño pueblo, donde permanece una semana atendido por los incrédulos lugareños. “Lo que he hecho [para sobrevivir] no lo habría hecho ni una bestia”, dijo tras su odisea. El 27 de noviembre de 1940, en plena II Guerra Mundial, Guillaumet muere de forma trágica sobre el Mediterráneo al ser abatido por error por un barco italiano cuando se dirigía a Siria a bordo de un cuatrimotor.
Sin embargo, uno de los pilotos más famosos de la Aeropostal es el escritor y aventurero Antoine de Saint-Exupéry, conocido en todo el mundo por haber sido el autor de El Principito. Perteneciente a la nobleza francesa, aprende el oficio de volar en el Ejército hasta que en 1926 entra a formar parte de la compañía Latécoère. Sus primeros vuelos son entre Toulouse y Dakar, en los que toma un contacto con el desierto que le marcará para siempre. En 1927 es nombrado jefe de escala en Cabo Juby y dos años después inicia su brillante carrera de escritor con su primera novela, Correo Sur, basada en su propia experiencia como piloto. En 1929 es destinado a las rutas sudamericanas y un poco más tarde publica Vuelo de Noche (1931), su primer gran éxito literario.
En 1939 le llega el espaldarazo definitivo con Tierra de hombres, con la que obtiene el gran premio de novela de la Academia Francesa. Este libro transpira África en muchas de sus páginas y en él recuerda el accidente que sufrió en 1935 en la parte libia del desierto del Sahara, cuando creyó morir de sed junto a su compañero André Prévot. Aquella experiencia le marcó para todo el resto de su vida y muchos han creído ver en ella el origen de su más famosa creación y una de las obras más importantes de la Literatura Universal, el libro El Principito, publicado en 1943 en Nueva York. El lenguaje sencillo y aparentemente destinado a los niños de esta obra cargada de simbolismo con sus sombreros, serpientes, elefantes y baobabs africanos ha cautivado desde entonces a generaciones de lectores.
Saint-Exupéry tendría, al igual que sus compañeros de la Aeropostal, un trágico destino. Destinado a una unidad de reconocimientos fotográficos para la reconquista de Francia por parte de los Aliados durante la II Guerra Mundial, el aviador desaparece el 31 de julio de 1944 durante una misión en el Mediterráneo. Sin embargo, su muerte está envuelta en el misterio. ¿Fue un accidente? ¿Fue abatido por un avión de guerra alemán? ¿Se suicidó? Todas estas teorías han circulado durante medio siglo. Lo cierto es que en los años noventa, 50 años después de los hechos, un habitante de Carqueirane admitió haber visto cómo un avión francés era abatido por un caza alemán y cómo había recuperado el cuerpo de un soldado de las aguas, que enterró anónimamente en el cementerio del pueblo. En 1998 un pescador encontró en el mar la pulsera identificativa de Saint-Exupéry y dos años después, cerca de Marsella, aparecieron restos de su avión.
Fueron estos pilotos y otros menos conocidos los que hicieron grande la leyenda de la Aeropostal, que en 1931 realizaba vuelos estimados en tres millones y medio de kilómetros al año llevando a bordo 32 millones de cartas procedentes o con destino a 25 países de ambos lados del Atlántico. Pese a todo, el 31 de marzo de 1931, debido en parte al crac financiero de 1929 y en parte a las malas relaciones de la compañía con el Gobierno francés, la Aeropostal entra en fase de liquidación. Dos años más tarde, en 1933, París impone la unificación de las cuatro grandes empresas de aviación bajo una sola entidad que, bajo el nombre de Air France, compra la Compañía General Aeropostal, lo que certifica su desaparición.
Pero las trazas de los viajes de estos pioneros del aire quedan patentes en toda la costa africana. Desde la casa donde se alojaba Saint-Exupéry en Nuadibú hasta una escultura en Tarfaya; desde el liceo Mermoz de Dakar hasta el hotel de la Poste en Saint Louis. La importancia histórica de esta ruta aérea, que supuso el inicio de la aviación en muchos territorios del continente, ha sido reconocida hasta el punto de que Senegal ha propuesto a la Unesco la protección de estos vestigios y el reconocimiento de la Aeropostal como Patrimonio de la Humanidad. Sería todo un reconocimiento a cuando Europa, África y Sudamérica se unieron por primera vez a través de los cielos.
Original en : Blogs de El País: África no es un País