Aquel Sahara olvidado…, por Rafael Muñoz Abad

17/03/2017 | Bitácora africana

Para mí nunca será Dakhla. Villa Cisneros tiene algo de El Médano o Puerto Cabras hace treinta años. Sus esquinas siempre en estival aún huelen a esa curiosa España insular de arena y sal donde todo es tremendamente familiar. La carretera que baja desde El Aaiún hasta Villa Cisneros es una recta trazada en tiralíneas que sin pausa va siendo limada por el insaciable apetito de la arena que el viento escupe. Se trata de la obra original que España construyó; una angostura en doble sentido cuyas oxidadas señales de tráfico advierten de unos márgenes aún minados.

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Marruecos, docto en el chantaje y la estrategia cuasi legal, ha sabido bloquear la situación del Sahara bajo una avalancha de apelaciones internacionales ante las Naciones Unidas. Si la esperanza del pueblo saharaui, que ya echa raíces en el exilio, es la ONU, mal lo llevan pues es apelar a la virginidad de una cortesana. Rabat nunca abandonará el Sahara de la misma manera que España jamás dará la cara en el contencioso. No hacer las cosas bien en términos históricos es una de las mejores cualidades del pueblo español. Un gran corral que todo lo permite a sus pastores. Dicta la comunidad internacional que [aún] somos la potencia administradora del territorio ergo responsable de organizar un referéndum con el censo de 1975…es una frivolidad pensar que este país, con su escualidez política y sin miras de estado, va a solucionar una cuestión que requiere de gallardía y personalidad; sólo le quedan las armas a los saharauis. Nos fuimos del Sahara a la española, por la puerta de atrás y sin hacer ruido; la mejor manera de crear un tufo insoportable pero en este país estamos [ya] tan habituados a la mierda, que no la olemos.

El Sahara occidental español es un descampado donde solo crecen las piedras. Una hammada. Un Río de Oro que rasga el azul atlántico y que cuando por primera lo encaras, sus rectas infinitas se te tatúan en luz creando un recuerdo eterno en la retina. Un pedregal vacío en el que hay que reconocerle al invasor marroquí su preocupación e inversión en infraestructuras. Todo debe decirse. La viabilidad del territorio como nación es discutible pues carece de casi todo. Marruecos realiza inversiones en obra pública e intenta conceder cierto grado de autonomía pero a la vez práctica una represión brutal y una discreta cerrazón informativa envuelta en un halo de censura. Se lo puede permitir. La Casa blanca concede más valor a sus relaciones con el reino alauita que las que pueda tener con La Moncloa; créanlo así. Rabat se sabe socio preferencial de Paris y Washington y eso le da margen de maniobra; también sabe que el estado español es cobarde y vive postrado a sus pataletas y que ya ha “olvidado” la cuestión. La metástasis integrista en el Sahel y la vuelta al proteccionismo norteamericano han sido el último clavo en el ataúd saharaui por la autodeterminación. Insisto, solamente les quedan las armas.

Aquel Sahara en sepia fue provincia española y allí dejamos a miles de saharauis con DNI azul que tenían más lealtad que muchos malnacidos que españoles de cuna amanecieron. Es este un tema espinoso pues se solapan las emociones y la historia más reciente [pero] también la más vergonzosa de este país a la deriva. En mi collage mental del Sahara están las aventuras de mi tío a lomos de un dromedario en las Tropas nómadas del Ejército español recorriendo la soledad calmada de un desierto infinito; sus solitarias iglesias anegadas en luz que erectas en campanarios mudos, esperan por feligreses que ya no volverán más o aquel legionario en guardia cuya sombra estirada en una tarde ardiente suspira por el relevo en forma de noche; mis caminatas en solitario y paseos en un viejo Mercedes poseído en artritis hasta Mauritania por el simple hecho de vagabundear; pero también me retumban las frases del señor Felipe González cuando era más…como decirlo, lozano y prometió nunca olvidar la cuestión. Shouka – espina – para ti que diría la eterna Mariem Hassan, voz quebrada del pueblo saharaui. También tengo para el último rey de esta monarquía goyesca que nos impusieron y con ella y su desvergüence hemofílico cargamos cual rucios. Y es que La Casa real está muy relacionada con el Sahara y con la manera en la que de la ex provincia salimos…Juanca, lo malo de meter la basura bajo las alfombras moras, es que el salón te lo limpia la CIA y aunque ya todos sabíamos que el Sahara lo entregaste al Sultán de Rabat y lo tapaste con una transición anestesiada, es ahora cuando sale la porquería. La Marcha verde fue una invasión cartesiana. Una traición en el momento en que España se cambiaba de traje politico y que debió de ser respondida por las armas. ¿Pero acaso importa eso algo?, la memoria y decencia de este país van a la par en escualidez. Si vas a un instituto y preguntas por la cuestión, es muy posible que la mayoría ni sepa dónde está el territorio. Y cierro acordándome de Yvonne, que en una cocina de otoño y mantel de tartan me contó que en barco dejó aquel Liverpool de los Beatles para acabar desterrada en El Aaiún sin saber decir ni buenos días en cervantino…También me confesó, que de allí se fue en lágrimas al exilio de Las Palmas aquel día que en una Marcha verde se desangró la vergüenza de este país indolente.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL.

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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