Aniversario de la ¿victoria? de los esclavizados brasileños, por Omer Freixa

16/05/2017 | Bitácora africana

En Brasil la población afro es enorme y, en muchas situaciones, sufre el mismo prejuicio y la marginación que en épocas pretéritas. En cierta forma, muchos de los pobres y marginados de hoy descienden de los esclavizados del pasado

El 13 de mayo de 1888 los esclavizados en el Imperio de Brasil teóricamente cantaron victoria. Se abolió la esclavitud (ley áurea), tras una larga discusión legal y algunos pasos previos, como la ley de vientre libre de 1871, al término de la Guerra de la Triple Alianza, como un reconocimiento a los afrodescendientes brasileños combatientes en esa contienda que aceleró los pasos para la supresión esclavista en la última nación americana en conservarla, hasta, por poco, el siglo pasado.

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En su etapa colonial Brasil recibió un flujo enorme de esclavizados africanos, al punto que su población hoy está compuesta por cien millones de afrodescendientes, poco menos del 50% del total, lo que la convierte en la nación más poblada por afros del mundo fuera de África, sólo superada por Nigeria. Entre el siglo XVI y el XIX, ingresaron 3,5 millones de «piezas de ébano». Con el tiempo, la población africana excedió con creces a la blanca, en 1818 eran 1,1 millón de blancos frente a 1,9 millón de afros, de alrededor de cuatro millones de habitantes.

Desde ya, un caudal humano inmenso debió tener significativas repercusiones en la historia de este gigante sudamericano, aunque buena parte de la historiografía local tendiese a minimizar u ocultar su impacto. Al tratarse de los 129 años desde la sanción de la ley áurea, se puede observar la forma en que este hecho influyó en el devenir del país. En efecto, sumado a otros factores como una galopante crisis económica y política desde la década de 1870, esta medida fue el puntal final para la caída de la monarquía (1822-1889) de la mano de un golpe militar que estableció la República Velha.

En el nuevo ordenamiento, surgido a partir del 15 de noviembre de 1889, primer golpe de Estado brasileño mediante y caída de la última monarquía continental, el eje fuerte de la actividad económica se trasladó y consolidó en la región de San Pablo, aunque se trató de un período no carente de conflictividad y testigo del ascenso de nuevos grupos, como el de los tenentes, el oficialato joven que se mostró adverso a la república. En las nuevas regiones de desarrollo la mano de obra primordial estuvo compuesta principalmente por inmigrantes italianos y alemanes, ya no por los esclavizados del pasado. El café reemplazó al azúcar como el principal artículo de exportación y se emprendió la modernización acelerada. Los esclavizados fueron vistos como la antítesis de ese cambio. El grupo al poder representó a las élites del sur (San Pablo, Minas Gerais y Río Grande del Sur), impregnado por la ideología positivista e influenciado por el autoritarismo progresista, responsable de la instalación de la primera república brasileña, de carácter militar.

Es autor de la bandera actual del país, con el lema de época: «orden y progreso». Los fundadores del nuevo orden, en parte, fueron antiguos esclavócratas, incluyendo familias de alcurnia colonial. Su carácter positivista no debe opacar que hasta hacía no mucho explotaban a seres humanos en forma inhumana.

Un sector importante de los propietarios esclavistas no perdonó a la monarquía haber sido despojado de sus «bienes» sin ninguna compensación, en mayo de 1888. Por ende, una franja de este sector, de tanto peso en el conjunto nacional, contribuyó a la caída del régimen monárquico, más allá de los complotados republicanos. Gran Bretaña, la más beneficiada por la trata, la prohibió en 1807 y presionó a sus antiguos clientes a seguir los pasos. Brasil obedeció, tras incumplir y luego de varias demoras, en 1845. Sólo quedaban los esclavizados internos y, como siempre, los introducidos en forma ilegal, aunque el control británico fue férreo: entre 1849 y 1851 capturó 90 embarcaciones brasileñas. De todos modos, en 1850 Brasil aprobó una ley de lucha sin cuartel contra el contrabando esclavista, que desapareció por completo a partir de 1856.

Como sea, el negocio fue rentable hasta sus últimos momentos, lo que explica la larga vigencia de la esclavitud (legal) en suelo brasileño, último país en abolir la infame institución en América. Además, los esclavócratas brasileños debieron lidiar con las fugas de esclavizados a territorios vecinos libres de esclavitud, como Argentina, legalmente desde 1861, Uruguay, desde 1842, o Paraguay, desde 1869.

Brasil carga con el estigma de la perduración de la esclavitud hasta fecha bastante reciente. Si es una nación que se jactó por mucho tiempo de ser una democracia racial, un mito histórico, cultivado, entre otros, por Gilberto Freyre, dicho relato disipa la vergüenza de haber conservado esclavizados hasta tan tarde. El carácter armónico de la sociedad brasileña, al entender de esa teoría, sería el producto de la benevolencia de los colonizadores portugueses que sembraron la simiente para una sociedad despojada (aparentemente) de conflictos.

Pero la caída de la monarquía, en 1889, puede resultar un dato incómodo al momento de explicar que en ese aspecto tuvo mucho que ver la presencia de esclavizados y la forma en que fueron manumitidos. Lo mismo sucede con numerosas revueltas de esclavizados, partiendo de la presunción de que el africano en suelo del Nuevo Mundo fue sumiso, cuando la evidencia histórica refleja lo contrario. El colonialismo intenta justificarse con varias tretas. La esclavitud y el anterior fueron de la mano, permitieron amasar las fortunas de las ex metrópolis europeas, como la portuguesa. Buena parte del fasto lisboetano se debió a la abundancia de recursos mineros coloniales en Minas Gerais, Goias y Mato Grosso, descubiertos entre finales del siglo XVII y principios del XVIII. Las vidas que se llevó el arduo trabajo minero fueron las de los esclavizados en su mayoría. La demanda de africanos se elevó, sumada a la preexistente del ciclo azucarero (Bahía) que no se interrumpió pese a los nuevos hallazgos.

La presunta democracia racial escondió la presencia inobjetable del racismo. Por ejemplo, el desprecio de las prácticas culturales africanas de los afrobrasileños por parte de la sociedad blanca y europea, a la vez que esta última concibió la trata y la esclavitud como actividades normales, de las cuales se benefició sobremanera. Incluso un factor que pesó en la necesidad de abolir la esclavitud fue el rechazo de las familias ricas a ser amamantada su prole por las amas de leche, pobres y generalmente de ascendencia africana.

La de hoy es una fecha para tener en cuenta cuando gran parte del nuevo orden construido en América tuvo relación con el paso y también la presencia, que llega hasta hoy, de los afrodescendientes, pese a que en algunos países de la región sea erróneamente negada. En Brasil la población afro es enorme y, en muchas situaciones, sufre el mismo prejuicio y la marginación que en épocas pretéritas. En cierta forma, muchos de los pobres y marginados de hoy descienden de los esclavizados del pasado. Lo mismo puede colegirse a América en general y otras zonas del planeta donde viven poblaciones afro.

Lo anterior es importante en virtud de la vigencia del Decenio Internacional de los Afrodescendientes (2015-2024), promovido por Naciones Unidas, con el fin de mejorar las condiciones en general de este factor humano al que se lo reconoce muy aletargado. Sería beneficioso que los gobiernos pasen a la acción y que esta declaración no quede en letra muerta, además de reconocerles a los de origen africano el debido papel cumplido a lo largo de la historia.

Original en : Infobae

Autor

  • Historiador y escritor argentino. Profesor y licenciado por la Universidad de Buenos Aires. Africanista, su línea de investigación son las temáticas afro en el Río de la Plata e historia de África central.

    Interesado en los conflictos mundiales contemporáneos. Magíster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF).

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