Ancianas excluidas de la sociedad denuncian y reclaman, por Paquita Reche, mnsda

24/03/2010 | Bitácora africana

En “L´Evenement” del mes de marzo, Idrissa Barry informa sobre un hecho inédito y significativo. Por primera vez en Uagadugu, la capital de Burkina Faso, un nutrido grupo de ancianas se han manifestado. Estas mujeres, representaban a los miles de mujeres víctimas de la terrible y destructora acusación de brujería, maldición que las marca de por vida, las estigmatiza y excluye de la sociedad. El 6 de marzo marcharon con dignidad y determinación para denunciar una situación injusta y reclamar sus derechos. Las acompañaban las religiosas que las sostienen desde hace años, centenares de jóvenes de colegios e institutos de la ciudad, miembros de diversas asociaciones, ONG y sociedad civil.

La iniciativa de esta manifestación la tuvo la Comisión episcopal Justicia y Paz sostenida por una ONG americana Open Society Initiative for Africa (OSIWA). La manifestación se inscribe en una serie de actos de la campaña contra las violencias hechas a las mujeres, que empezó en septiembre de 2009 y terminará en octubre 2010. Muchas personas se han implicado a fondo en la preparación y realización de esta marcha, junto a bastantes asociaciones y miembros de la sociedad civil.

La alegre música de la banda municipal de la alcaldía daba la nota festiva de la manifestación que salió de la puerta del palacio del Moogho Naaba para llegar a la Plaza de la Nación. Allí, representantes de las autoridades civiles y tradicionales esperaban a los manifestantes, para un acto protocolario en el que se oyeron discursos y manifiestos. El más corto y más emotivo, el mensaje de la representante de las mujeres marcadas por la exclusión: “En la vejez toda mujer desea vivir con sus hijos y sus nietos. Nosotras las mujeres de Delwende, de Paspanga y millares de otras en Burkina Faso no tenemos ese derecho. Gracias por lo que hacéis por nosotras, que Dios os lo recompense”.

Estas mujeres denuncian la privación del derecho de poder vivir en paz con sus hijos y sus nietos, derecho del que las privó la acusación de brujería, punto de partida de sufrimientos sin nombre. Se las consideró culpables de ser “comedoras de almas”, es decir de aniquilar la fuerza vital. La acusación de brujería es el estigma mayor que puede caer sobre una persona. Conlleva la muerte social: aislamiento, expulsión del poblado y el abandono de todo lo que se posee. El origen de esta acusación es generalmente un fallecimiento. Hay que buscar al culpable que, según la creencia es la causa del maleficio que causó la desgracia. Y la “culpable” es generalmente una mujer mayor, que no tuvo hijos, que murieron o que están lejos, que es viuda o está enferma y que es demasiado pobre para subsistir, estorba. Otras veces, las acusadas de brujería son víctimas de envidias, de deseos de venganza o de librarse de la carga de una co-esposa inútil.

Las acusadas de magia negra son sometidas a un terrible ritual dirigido por el jefe de tierra, ante el que permanecen enmudecidas de terror. A la acusación sigue el acoso, los malos tratos, la quema de la choza y la expulsión. Las mujeres son así condenadas a errar sin encontrar amparo. Solas y abandonadas sobrevivirán difícilmente. El choque de la acusación y el trauma producido por la expulsión conduce en muchas ocasiones al suicidio.

Las ancianas que se manifestaron el 6 de marzo, representaban especialmente a las centenas que tuvieron la suerte de encontrar amparo, refugio en los centros de Delwende y de Paspaga y no podían marchar. Muchas de ellas llevan varios años en estos centros. Lugares donde poco a poco se intenta ayudarles a recomponer sus vidas rotas y a reconquistar la dignidad que esta acusación les robó.

Delwende fue el primer centro del país para acoger a mujeres excluidas, aunque el nombre llegó más tarde. Un bello nombre que es un programa para dar confianza y esperanza. Delwende en lengua more que quiere decir “Apóyate en Dios”.

El Centro tiene una larga historia que vale la pena recordar. A partir de 1968, las mujeres expulsadas de los poblados empezaron a llegar cada vez más numerosas a Uagadugu. Las encontrábamos deambulando por las calles o sentadas a la sombra de un árbol sin atreverse a ir al centro que en 1965, la alcaldía había puesto a la disposición de los mendigos de la ciudad. Un hangar, separado en dos partes una para los hombres otra para las mujeres. Un enfermero aseguraba cuidados de urgencia y era distribuida una comida al día. Sor Magdalena, mnsda, visitaba regularmente el Centro y prestaba especial atención a las mujeres que habían ido llegando expulsadas de los pueblos. Les procuraba algodón que podían hilar y vender. Lo que las mantenía ocupadas y les permitía ganar algún dinero.

En 1983 la alcaldía confió el centro a la misión católica. En ese momento había unas 200 mujeres. Se hicieron algunas reformas para que las mujeres pudieran trabajar protegidas del sol y del viento y donde cada mujer pudiera tener un espacio vital y un fogón individual para poder guisar. Se construyeron dormitorios comunes, se habilitó un terreno de huerta para poder cultivar cacahuetes y verduras. La llegada de muchas más hizo necesario la apertura del Centro de Paspanga.

Esta manifestación muestra que está habiendo un cambio de actitud hacia las llamadas “brujas”. Hace unos años la gente de la ciudad tenía miedo de estas pobres mujeres. El día de la manifestación, muchas personas las veían pasar con simpatía y muchas se unían a la manifestación. La determinación con la que esas ancianas marchaban, mostraba también el cambio que se ha producido en ellas. Autoestima encontrada y seguridad para denunciar una cruel costumbre, que destruye a las mujeres excluyéndolas de la sociedad, y valor para reclamar un trato justo.

El Mogho Naaba, la más alta autoridad tradicional de los mosi, la étnia mayoritaria del país, donde esta costumbre está muy arraigada, había aceptado apadrinar la marcha contra la exclusión social y la violencia contra las mujeres. En el discurso que pronunció dijo que esta marcha era para él “una ocasión y una oportunidad de decir solemnemente que las autoridades tradicionales están contra las prácticas culturales y tradiciones negativas que atentan contra los derechos humanos. El mundo evoluciona y como guardianes de los valores ancestrales, no podemos animar tales prácticas”. Refiriéndose a los centros de acogida de “Delwewnde” y Paspanga, añadió que esos centros eran la ilustración viva de las violencias cometidas contra las mujeres, que daban una imagen negativa de Burkina Faso. Después de expresar el deseo de que estas prácticas cesen, concluyó: “Reconozco a cada ciudadano su libertad de creencia, de opinión y de religión, pero no puedo tolerar que sobre la base de esas creencias culturales o tradicionales, los derechos humanos y la dignidad de la persona humana sean pisoteados. En consecuencia invito a todos los ciudadanos de Burkina Faso, especialmente los pueblos, los cantones y todas las regiones que están bajo mi autoridad a poner fin a todas las prácticas ocultas nefastas que van contra la dignidad de la persona y a todas las formas de violencia y exclusión social”.

Estas palabras, como algunas tímidas acciones ya emprendidas por el gobierno abren una puerta al cambio. Películas como “Yaaba” y sobre todo “Delwende”, del prestigioso cineasta Ousman Sembène presentada en el FESPACO 2005, animan y contribuyen a luchar para que esta costumbre desaparezca. Pero, hace falta algo más para terminar con una costumbre tan arraigada en creencias ancestrales irracionales. Es preciso atacar las causas. Promulgar leyes que sancionen la acusación de brujería y sobre todo, educar para el cambio de mentalidad.

Esta marcha del 6 de marzo nos muestra que algo está cambiando y abre una puerta a la esperanza de que esta costumbre que tanta injusticia y dolor produce, desaparezca como desaparecieron los procesos y quema de “brujas” en Occidente, donde tuvieron también la larga vida que tienen creencias y supersticiones.

Autor

  • Nació en Chirivel (Almería). Estudió Magisterio en Almería, Licenciaturas de Pedagogía y de Filosofía, en la Complutense de Madrid.

    Llegó por primera vez a Africa en 1958 (a Argelia): después estuvo en Ruanda, Guinea Ecuatorial y desde el 1975 en Burkina Faso.

    En África trabajó como profesora en el Instituto Catequético Lumen Vitae de Butare, Profesora de enseñanza secundaria de español y filosofía; Universidad Popular (filosofia). También ha colaborado con Asociaciones de mujeres y con niños de la calle en Burkina Faso.

    Está en España desde 2004, actualmente, en Logroño. Colabora con la revista de los misioneros de África "Africana", Los Comités de Solidaridad con África Negra y con Rioja Acoge.

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