Nubes sobre la primavera árabe, por Edgard Morin
El desorden de las revoluciones corre el riesgo de caer en posibles involuciones. ¿Cómo inscribir este bello movimiento de emancipación en la duración?
Hegel decía en 1789: “Fue un esplendido amanecer”. El movimiento para derrocar sus déspotas, irresistible en Túnez, y finalmente victorioso en Egipto, han sido como una salida del sol. Ha sido para Europa, como para gran parte del mundo, romper con las tinieblas mentales que condenaban al mundo árabe sea a sufrir una dictadura policial y militar, más o menos laicizada, sea una teocracia islamista retrógrada. El deseo impetuoso, desde la juventud, de una formidable reivindicación de la libertad y de la dignidad, de una repulsa radical de la corrupción, nos ha demostrado que la aspiración democrática no era un monopolio de Occidente, sino una aspiración planetaria.
Esta gigantesca ola democrática no debe nada a las democracias occidentales, las cuales, al contrario, sostenían los déspotas que pretendían perennizar sus dictaduras. Pero gracias a esas ideas lograron a obtener sus independencias políticas. Recuperando las ideas de libertad, los árabes han recuperado su descolonización mental. Queda la descolonización económica… todavía por hacer.
La fuerza de la espontaneidad que ha demostrado la juventud árabe puede convertirse en una debilidad cuando ya no se trata de derribar una dictadura sino de construir un porvenir.
0 comentarios