Alissette, por Félix Pérez Ruiz de valbuena

1/07/2010 | Bitácora africana

Los fines de semana son especialmente largos y eso que los sábados por la mañana se hacen duros en el orfanato, pero esperar que pasen dos días, solo, sin nada que hacer en especial deseando que llegue el lunes para llenar un rato las mañanas con lo que sea, a donde quiera que me manden de visita y las tardes en el orfanato con los niños, hacen que llegue al hotel lo suficientemente cansado como para no necesitar mucho más, aunque el sueño no me acompañe.
Llego andando desde el orfanato viendo el color de la gente, de esas pequeñas tiendas que no pueden darles para comer a diario, que seguro que viven más bien de lo que acaban cultivando en sus pequeños huertos que de otra cosa. Y que las escasas ventas que pueden tener sólo les permiten alguna pequeña alegría o poder pagar la luz y el agua. O comprarse cada cierto tiempo alguna otra ropa, o pagar el médico o las medicinas que seguro acabarán necesitando tarde o temprano.

Me bajo a la piscina a cenar y tomarme unas cervezas (a mí que nunca me gustó la cerveza…¡ ni los perros!) y cenar y Alissette me pone la bebida y está sentada detrás de mí, sin decir nada, a menos de 2 metros. Suelo estar solo, nadie más en el hotel, o no acaban cenando aquí o lo hacen más tarde. Porque suelo cenar hacia las 7 y no me quedo tomando algo más allá de las 9. Es suficiente para mí.
Antes me ponía a escribir algún sms y esperaba a que se enviara. Pongo música en el iPhone y me acompaña mientras bebo una tónica con ginebra (que llevo en mi mochila, porque en el hotel no tienen más alcohol que la cerveza) mientras recuerdo las cosas y las personas que he dejado atrás y las que me han dejado a mí, que de todo tengo.

Lo que más tarda aquí son los sms en salir y los camareros en volver, y traerte la cuenta. De hecho suelo darle el dinero al cocinero que me trae la comida, cuando me la pone en la mesa y me da tiempo a acabar y todavía tengo que esperar, al menos, media hora para que me traiga la vuelta. Y soy el único cliente. Además es curioso porque le tengo que pagar por una parte la comida y por otra la bebida, pero Alissette no suele tardar tanto, salvo porque suele tener que ir a buscar el cambio, así que procuro darle la cantidad exacta para que no me tenga que devolver nada, propina incluida.
Los que se ocupan de la limpieza de la piscina y el jardín tienen una barbacoa y si ya se te ocurre complicarlo y pedirles a ellos una brochetas o pollo y la ensalada y patatas fritas a la cocina, entonces son tres cuentas distintas las que tienes que pagar y esperar la vuelta. Y tres propinas, que doy con gusto porque les hacen mucho apaño.
Alissette es delgada, no muy alta, viste pantalón negro y camisa azul oscuro, lleva el pelo recogido en un moño y tiene un gesto adusto, serio, demasiado para su edad, aunque cuando sonríe se le ilumina la cara, anda un poco zamba, no puedo dejar de pensar si le habrán hecho la ablación, con chanclas de dedo y se ocupa de atender las mesas de la piscina, lo cual no es mucho trabajo con la poca gente que hay por aquí, normalmente sólo yo.

Así me paso el tiempo con la mirada perdida, viendo el agua de la piscina, los ‘pajaritos’ que sobrevuelan el cielo, zopilotes que no creo que lleguen a buitres, el silencio de los escasos árboles, la ausencia de brisa, el calor que se empieza a disipar después de un día de sol abrasador, los recuerdos que me atacan en cuanto me descuido, siempre acechando que una canción o algo que ponga el libro que estoy leyendo me haga recordar los sueños que tuve.

A veces, no puedo evitarlo y ayudado por el alcohol y la depresión me brotan las lágrimas y tengo que limpiármelas con el dorso de la mano intentado que no se me note demasiado, a veces, incluso, tarareo la canción que me trae esos malos-buenos recuerdos, y no sé qué pensará Alissette, silenciosa, a mis espaldas. Supongo que esa música no le dirá nada e intento poner lo menos posible canciones con letra y menos en español o que tengan esos mensajes que me hacen asociarlos con lo que me pasa. Y pienso, ¿a qué le sonará Bach?, cuando me mezo con las Variaciones Goldberg que nunca consiguieron hacerme dormir (se las escribió para un amigo, Goldberg, músico de cámara de un conde o marqués o príncipe para tocárselas para que conciliara el sueño) pero que me parecen maravillosas, desde que oí el aria final en la ceremonia del entierro de un amigo en el tanatorio.
A hurtadillas saco la botella de ginebra cuando se ha levantado por cualquier cosa o la he dado el dinero para pagar y me pongo otra copa pero intentando que no me vea, siempre esclavo de la imagen y de qué dirán por más que me importe todo el mundo un bledo, pero ella es distinta. Porque su sonrisa es tan alegre, a pesar de todo, que me siento mal si pienso en decepcionarla, en qué pensará del nassara que está solo, que no habla con nadie, que escucha música rara, sin nadie que cante, música triste y lenta a veces y otras veces triste y más rápida, pero con la tristeza de la complejidad del barroco, que no por florido soporta menos de todos los males de la humanidad, que lee unos libros detrás de otros, o escribe en un cuaderno páginas enteras con letra muy pequeña y con unos bolígrafos muy raros, que se pone a mirar un móvil que tiene fotos y en el que escribe cosas. Que está solo.
Pero bebo y si me ve, que a veces no puedo evitar despistarme y me ha pillado echándome ginebra después de pedirle que me vuelva a llenar el vaso de hielo que ella misma me pica con sus manos, porque no hay cubitos, me conformo, total tampoco me verá por mucho más tiempo.

Un día me preguntó si no tendría trabajo para ella, supongo que en el hotel ganará menos de 20.000 cefas/mes (30 €), con lo que cualquier cosa con un nassara será mejor pagada. Le respondí que no tenía nada para ella, que lo sentía mucho. ¿Qué podía decirle? Realmente no tengo un trabajo para ella, pero a partir de ahí me dio por pensar que podría intentarlo, que aunque sólo fuera para que me hiciera compañía, para que estuviera a mi lado, en silencio, como cada una de estas noches está, aquí, en el jardín, a mi espalda, mientras yo bebo y recuerdo, podría estar bien. Pero está casada y tiene un hijo pequeño de 3 años, aunque el horario que tiene la obliga a estar hasta las 12 de la noche todos los días en el hotel. Pensaba que para mí, 50 o 100 €, serían nada comparado con tener alguien que estuviera por las tardes hasta que llegara la hora de meterme en la cama, atontado por unas copas.
Y hoy se me ha ocurrido preguntarle qué sabía hacer y que yo no tenía ninguna empresa.

Supongo que todos saben quién soy o qué hago, o mejor dicho no lo saben porque no hago nada y me imagino que nadie piensa que soy tan inútil, estando alojado en el hotel, con lo que eso cuesta, porque seré la comidilla del personal del hotel, con los pocos clientes que hay y las propinas que dejo.

El caso es que le he dicho que no sabía, que haría lo que pudiera. Y me ha dicho que tenía un pequeño regalo para mí.

Me ha traído un paquete y se ha marchado. Tenía una cinta alrededor con un lazo adornándolo y envuelto en papel de regalo. Todo un lujo para aquí. Dentro de una caja que pone algo así como filtros de fumar en inglés y que me ha sorprendido, pensé que como me veía fumar me había regalado algo para que me hiciera menos daño el tabaco. Pero es simplemente que aquí todo se guarda y se recicla y me había metido dentro un batik. Muy bonito, en tonos azules, con el color de la tristeza. El color del corazón helado.

Cuando ha vuelto no sabía cómo darle las gracias, pero lo más bonito era su sonrisa, cómo se le iluminaba la cara cuando veía cuánto me había gustado y me había impresionado su regalo. Porque normalmente parece seria, cuando le encargo la comida, le pido las cervezas o el cenicero, pero cuando le pregunté su nombre sucedió lo mismo es como si fuera otra persona, como si la alegría la llevara dentro pero no la ponía al servir la cerveza, como un posavasos. Pero sí me la ha regalado cuando me he dirigido a ella, preguntándole cosas que no fueran lo normal del servicio, cuando me ha visto como una persona, además de cómo un cliente. Es verdad que puede que todos estos días y las propinas que la he dejado le hayan animado a hacerme un regalo, puede que también la esperanza de conseguir un puesto de trabajo más digno que el que tiene y mejor retribuido y considerado, pero también quiero creer que la he tratado bien y que me lo agradece de esa forma. O que ha pensado que yo necesitaba una caricia en forma de regalo, que los nassara con todos nuestros euros no somos más felices que ellos y que necesitamos que nos den muestras de afecto, tanto más que ellos necesitan subsistir.

Ahora me voy a bajar a tomar unas copas al jardín por tener la ocasión de estar un rato cerca de ella, aunque sea a mi espalda, sin mirarla siquiera. Pero también le preguntaré por sus cosas, por su hijo, por lo que podría hacer por ella, aunque no creo que mucho.
Pero si hubiera alguna posibilidad lo intentaré, aunque sea pagando su sueldo durante un tiempo.
No lo sé, no debería hacerlo, como no debería escribir ni siquiera esto, no debería dejar que estos pensamientos crecieran en mi cabeza y en mis dedos, ni llegaran al ordenador. Pero no puedo evitarlo.
Hacía algún tiempo que no me sentía tan agradecido por el gesto amable de una persona, de un extraño.
Y aunque ella no es una belleza, tiene un nombre tan bonito…: Alissette

PS.- Acabo de subir de beberme la última copa. Estaba dentro del chiscón haciendo deberes. Se ha sentado fuera a mi espalda como siempre, pero después de hablar un rato y que me contara lo de sus estudios, la he insistido para que volviera dentro a seguir estudiando, así que me he subido a la habitación en cuanto he acabado la copa. Está estudiando la secundaria y no ha ido a retirar el diploma del curso de Word que hizo en ADAMS-BIBIR, la mejor escuela de informática de la ciudad, porque me ha dicho que no tiene tiempo, que su marido se queda con el hijo cuando ella tiene que trabajar, pero que luego tiene que ocuparse de la casa y del niño, de estudiar y que no le queda tiempo para nada. Tiene 26 años. Una vida por delante y mucha por detrás.

Espero no perder su recuerdo. Su batik adornará mi primera casa en Burkina. Su detalle adorna mi corazón.

No sé si podré hacer algo por ella, ni por nadie, ni por mí mismo.

Autor

  • Pérez Ruiz de Valbuena, Félix

    Félix Pérez Ruiz de Valbuena. ( Calatañazor, Soria, Diciembre 1954 ) Estudió economía . Marxista-leninista de formación política, afirma que no le sirvió para hacer nada demasiado útil en la vida universitaria, salvando quizás el Festival de los Pueblos Ibéricos. Empresario familiar comparte con sus dos hermanos la propiedad de una empresa de formación. reside actualmente en Burkina Faso con la esperanza de comenzar de nuevo con proyectos que le devuelvan la ilusión. Con tres hijos y un nieto, que le hacen felices los más de los días. Y como dice Soltero y sin compromiso. Es colaborador de la Revista Digital Frontera D con su Blog Negros sobre blanco , que iremos reproduciendo en nuestra sección de Bitácora Africana, agradeciendo a Frontera D la autorización para hacerlo y por supuesto a Félix Pérez Ruiz de Valbuena

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