En 1989, Sliman Zeguidour, escritor y periodista nacido en Argelia, publicó “La Vie quotidienne à Mecque, de Mahomet à nos jours”, 430 páginas que no tienen desperdicio. Lo leí en 1992. Mi primera impresión fue de asombro, como si Zeguidour estuviera riéndose un poco de los peregrinos que viajaban a la Meca. El autor nos presenta, con bastante humor y cierta ternura, una ciudad, La Meca, al mismo tiempo santa y profana, abierta a todo tipo de gentes pero estrechamente vigilada. Describe el “hajj” y su preparación, los rituales durante el peregrinaje, el contacto con el desierto, la lapidación de Satán, el sacrificio del cordero. Pero desde mi perspectiva y formación católicas un tanto puritanas, Zeguidour parecía dar excesiva importancia a los negociantes y tenderos que viven del Hajj, a detalles alimenticios, o a los pormenores más íntimos de la digestión e higiene personales. Pero avanzando en mi lectura, realicé que Zeguidour estaba describiendo a unos musulmanes muy piadosos, que en lo cotidiano, en todo lo cotidiano, vivían una espiritualidad profundamente encarnada. Más encarnada en las pequeñas e inmediatas realidades de la vida de cada día que la de muchos cristianos que se dicen seguidores del “Verbo hecho Carne”. Indirectamente, la lectura de Zeguidour me ayudó a aceptar y apreciar la religión popular de la que a veces habla el papa Francisco, las procesiones de Semana Santa, y, –a pesar del enfado de Jesús con los tenderos del templo, siempre necesarios–, las tiendas de recuerdos religiosos de Lourdes.
Este año, el hajj descrito por Seguidour tendrá lugar entre el 7 y el 12 de julio. Dos noticias casi simultáneas me han llamado la atención. El 4 de junio, la televisión y agencia de noticias qatarí Al Jazeera titulaba: “Arabia Saudita recibe a los primeros peregrinos del Hajj extranjeros desde que comenzó la covid”. Se trataba de un grupo de indonesios que habían aterrizado en Medina dispuestos a viajar hasta Meca en los próximos días. Los 231 millones de musulmanes indonesios (el 86’ 7% de su población) hacen que el suyo sea el mayor país musulmán del mundo (casi el 13 % del total de creyentes musulmanes). “Tenemos hoy la dicha de recibir a los invitados de Dios de fuera del reino, tras dos años de interrupción por la pandemia, y Arabia Saudita está plenamente preparada para alojarlos”, declaró a la televisión estatal Al-Ekhbariya, el portavoz del Ministerio del Hajj, Mohammed al-Bijawi. En 2019, antes de que se desatara la pandemia, participaron en el Hajj unos 2’5 millones de peregrinos, extranjeros en su mayoría, muchos de los cuales habían ahorrado durante años para costearse el viaje. Se comprende pues la frustración cuando en 2020 se prohibió la entrada de extranjeros. Las medidas de seguridad permitieron que sólo 1.000 saudíes participaran en los rituales del hajj. Esa cifra aumentó hasta los 60.000, siempre saudíes, en 2021. Para 2022, el gobierno saudí ha anunciado que permitirá la participación de un millón de extranjeros, a los que, además del visado, se exigirá una PCR negativa dentro de las 72 horas anteriores al viaje.
La segunda noticia tiene que ver con las enormes sumas de dinero que mueve el Hajj. Antes de la pandemia, y sólo en Arabia Saudita, la suma ascendía a $12.000 millones anuales. Y las autoridades saudíes, que buscan diversificar la economía y aumentar los ingresos del turismo, incluido el religioso, han querido acrecentar su parte del pastel. Han decidido dejar de lado a aquellas agencias de viaje, principalmente europeas, a través de las cuales se concedían los visados de entrada y las reservas de viaje y alojamiento; exigir que los peregrinos provenientes de Canadá, USA, Reino Unido, Europa y Australia se inscriban a través de la recién creada plataforma digital Motawif; y, naturalmente, aumentar los precios. “Creada una plataforma para facilitar los trámites de la Umrah”, titulaba el portal marroquí bladi.net el 5 de junio. “Hajj 2022: subida vertiginosa de los precios de la peregrinación a La Meca” (Le Courrier de l’Atlas 7 de junio). “Los peregrinos del Hajj se arriesgan a salir perdiendo con las reservas en línea” (BBC 12 de junio). Los saudíes defienden que con esas medidas se mejorará la seguridad de los peregrinos ante el peligro actual de la pandemia y la picaresca que siempre ha existido; cada peregrino recibirá una tarjeta digital que le acompañará durante la peregrinación; la validez del visado, que se conseguirá en 24 horas, será de tres meses, y no de un mes como hasta ahora; y no se obligará a las mujeres a viajar con un tutor (mahram).
El reverso de la medalla lo calculaba Le Courrier de l’Atlas. Cada uno de los 92.000 peregrinos indonesios previstos gastará un mínimo de €6.300, 1.000 más que en precedentes peregrinaciones. A los cameruneses les costará 3’3 millones de francos CFA (unos €5.000). Con ese precio, las asociaciones locales dudan de que se consiga llegar a los 4.200 peregrinos previstos en la cuota correspondiente, mientras que otros años la demanda siempre la superaba. Caso llamativo es el de Francia, donde son musulmanes el 8 % de su población, y cuya cuota para 2022 es de 9.268 peregrinos. Según Saphirnews, sitio especializado en la actualidad de los musulmanes en Francia, a los peregrinos provenientes de ese país se les ofrece tres paquetes, todos con vuelos desde París con Saudia Airlines. El más barato, «Hospitalité Argent», 21 días y 20 noches y un precio mínimo por persona de 6.274 euros, ofrece «hoteles de 5 estrellas cerca de Al-Haram, ubicaciones convenientes para acampar en Mina, Arafat y Muzdalifah, servicio de catering, servicios de visa y servicios de seguros». “Hospitalité Or”, 18 días y 17 noches, con transporte VIP, cuesta €6.666. El paquete «Hospitalité Platine», el más caro, 18 días y 17 noches, se ofrece al precio mínimo de 9.915 euros. Eso sí, durante el ritual, los peregrinos varones deben llevar una prenda compuesta por dos piezas de tela blanca, sin coser, en las que se enrollan, cuidando que el hombro derecho quede al descubierto. Y que su cabeza y cara no estén cubiertas. Sin duda para mostrar que ante Dios, aunque, al parecer, no ante las autoridades saudíes, todos somos iguales.
Ramón Echeverría
[CIDAF-UCM]