“Estamos viendo por la televisión lo que pasa en Barcelona . Es horrible. ¡No salgas de casa ” Así se expresaron unos amigos que me llamaron ayer, domingo, 1 de octubre, desde Bangui. No había pensado escribir en este blog sobre estos acontecimientos, pero esta llamada me hizo cambiar de parecer.
Sus voces sonaban con mucha preocupación y, claro, pensaban que yo también estaba en peligro. Tras agradecerles su solicitud, les expliqué con calma que Barcelona está ´muy lejos de donde yo me encuentro ahora mismo, en Madrid y que por lo que a mi se refiere no creo correr el menor peligro aunque, claro, les dije que yo también había visto las mismas imágenes y sentía la misma indignación. Tras preguntarme, como siempre hacen, que cuando regresaré a Centroafrica , uno de ellos me confesó que lo que mas le había chocado era ver las cargas policiales contra la gente que votaba : “Creía que estas cosas solo pasaban en nuestros países africanos… ya sabes, aquí nuestros dirigentes no respetan al pueblo”.
No es este un blog que trate de asuntos de política fuera de la realidad africana . Pero siempre he dicho que a mí personalmente vivir en África durante casi y 30 años me ha puesto en contacto con Cataluña por diversos motivos. Primero, porque en la congregación religiosa en cuyo seno viví 25 años de mi vida como misionero tuve muchos y muy buenos compañeros catalanes, algunos de los cuáles siguen siendo excelentes amigos. Ademas, cualquier persona que haya trabajado en cooperación al desarrollo o en organismos internacionales habrá visto que en estos sectores se encuentra uno con muchos catalanes. ONGs españolas de reconocido prestigio, como Oxfam-Intermón o Médicos sin Fronteras tienen su sede central en Barcelona. Esta circunstancia me ha brindado numerosas ocasiones de escuchar y, entre mis interlocutores catalanes he conocido a personas que están a favor o en contra de la independencia de su territorio, y también otros que representan un amplio abanico de puntos de vista, y que como ocurre con todos los temas por los que la gente se decanta en una u otra dirección, entre el blanco y el negro hay muchas tonalidades de grises: los que se sienten tan españoles como catalanes, los que se inclinan más hacia un identidad u otra, los que desearían la independencia pero por motivos prácticos no votarían a favor en las actuales circunstancias, y un largo etcétera.
Nací en un barrio madrileño y crecí durante los años del tardofranquismo absorbiendo los prejuicios que circulaban entonces -y aún circulan- contra los catalanes: que son tacaños, que les gusta aislarse, que se creen superiores… Había una expresión que me llamaba siempre la atención: “es que son muy suyos”. Se me implantaron mitos y estereotipos que, más tarde, cuando tuve ocasión de ir a Cataluña en numerosas ocasiones, descubrí que no eran verdad. Descubrí a personas que saben dialogar y expresarse con serenidad ofreciendo argumentos, que saben integrar a los que vienen de fuera y no, no era cierto que si vas a una tienda y hablas en castellano ellos te responden en catalán y les da igual si les entiendes como si no. He estado en reuniones en las que yo era el único no catalán y, aunque les aseguré que podía seguirles más o menos, por deferencia mi han hecho la reunión en castellano. Descubrí que de la etiqueta de su supuesta tacañería es totalmente falsa: durante mis años como misionero en Uganda recibí numerosas donaciones y muestras de solidaridad de organismos y de particulares catalanes y cuando venía a España de vacaciones siempre me invitaban a hablar de mi experiencia con sus parroquias, asociaciones benéficas, clubes deportivos o aulas culturales. Durante los años en que trabajé en Madrid con inmigrantes africanos, tuve ocasión de ir a Cataluña y ver cómo allí la sociedad hacía enormes esfuerzos por integrarles.
Mucho me temo que una de las consecuencias más lamentables de este conflicto que llevamos ya varios meses presenciando y que los líderes políticos no han sabido o no han querido gestionar de forma sensata, es el despertar de fantasmas y prejuicios que yo creía ya enterrados y que sólo pueden provocar enfrentamientos e incluso el odio. Lo hemos visto hace poco con las despedidas de grupos de policías y guardias civiles que partían de distintos puntos de la geografía española hacia Barcelona, jaleados al grito de “ a por ellos”, como si partieran en expedición hacia una guerra colonial a batirse contra peligrosos enemigos. Por no mencionar los repugnantes mensajes que circulan por redes sociales alentando los malos sentimientos contra personas que quieren la independencia y que revelan el lado más oscuro de una España intolerante e ignorante en la que parece que tenemos en gen de la crispación . He hablado durante los últimos días con personas que no han estado en su vida en Cataluña ni una sola vez y que, más que opinar, pontifican con una agresividad que me da miedo.
Mis amigos centroafricanos tienen razón: en su país y otros del mismo continente abundan las dictaduras y los conflictos violentos. Creo que se les olvidó decir que también en muchas de sus culturas hay mecanismos tradicionales para resolver las disputas por el diálogo y promover la reconciliación. He comprobado en numerosas ocasiones en bastantes países del Sur que en esto nos dan mil vueltas. Suelo poner como ejemplo que en español no tenemos una palabra que traduzca adecuadamente lo que en inglés se conoce como “compromise”, la capacidad de escucharse con respeto y de encontrar un terreno común para resolver un conflicto haciendo concesiones por ambas partes.
En África, a pesar de dictaduras y abusos sin fin contra los derechos humanos, hay ejemplos que brillan por se modelos de abrir paso a la convivencia entre personas con ideas muy dispares, empezando por la transición del apartheid a la democracia en el caso de Sudáfrica, además de numerosos procesos de paz que tuvieron éxito de varios países. Nuestros líderes, que tantas muestras han dado de intransigencia durante las últimas semanas, harían bien en aprender estas lecciones.
Original en : En Clave de África