En plena crisis económica pero sobre todo de valores, Europa se debate bajo un trance de identidad que la obligará a reinventarse para escapar del encorsetamiento de una gerontocracia, que es incapaz de tomar una decisión en unos momentos en que medio planeta observa la deriva de la pax europea con pavor y a la vez como una oportunidad. Europa es tan vieja como la historia. Rancia. Me recuerda a esos clásicos que piden un embrague nuevo porque este ya no da para más.
Paradójicamente, África es más añeja pero mantiene esa frescura vital del que si sabe reinventarse. Desde las orillas al sur del Mediterráneo, el Viejo Continente sigue siendo el maná que miles de jóvenes africanos anhelan. El nuevo orden mundial ya va tomado forma y África incorpora a su más poderosa renta al pelotón de las economías que más crecen.
Sudáfrica, en breve, se erigirá como una despuntante potencia ya no sólo minera sino agroalimentaria y tecnológica. El tigre africano ha colocado tres universidades entre las mejores del ranking mundial. Simultáneamente, muestra al mundo un claroscuro donde la modernidad convive en simbiosis con un gran número de problemas sociales aún por resolver y, cuya raíz, hay que buscarla en las estructuras sociales heredadas del apartheid. Tradicionalmente, los movimientos migratorios han sido sur norte. Si Europa levanta alambradas administrativas y muros para frenar la marea humana que periódicamente llama a sus puertas en busca de pan, Sudáfrica empieza a hacer algo similar para canalizar el flujo, esta vez norte sur, que ve en su crecimiento económico una oportunidad. Y es que la joven democracia está libre del yugo neocolonialista que maniata al resto del continente y no permite que potenciales aspirantes a BRICS sigan sus pasos. Mientras se cocinan nuevos dirigentes que tomen el relevo de los Ali o Mubarak para que duren otro medio siglo, las primaveras árabes han sido tratadas con antialérgicos occidentales para evitar que estas realmente florezcan y logren ser dueñas de sus designios. Una vuelta al pasado; más de lo mismo; patada a seguir. Incluso el pensamiento demográfico sufre un revés. Las pirámides poblacionales de base ancha y típicas del tercer mundo empiezan a verse con otros ojos. Una población joven y emprendedora que puede incorporarse a las dinámicas economías de naciones como Brasil o la propia Sudáfrica, que crece a una media del 3% desde inicios de año. En el 2050, la pirámide sudafricana será muy similar a las de los países europeos más desarrollados. La diferencia estribará en que su economía tiene unas perspectivas de crecimiento y un panorama muy halagüeño; donde un envejecimiento poblacional, a día de hoy, no se antoja como un handicap. Realidad que si es una zancadilla en esta Europa, que demandará mano de obra para mantener a millones de octogenarios cebados por las altas esperanzas demográficas producto del estado de bienestar.
Original en: Diario de Avisos