El bloqueo del Canal de Suez desvió el tráfico de crudo del Golfo Pérsico a la meridional ruta del Cabo de Buena Esperanza. Los puertos de Ciudad de El Cabo y Las Palmas florecieron y los consignatarios de buques ganaron rands y pesetas a raudales. El viaje se alargó en semanas y con ello se disparó la cotización del barril de crudo. La delicada relación entre el tonelaje de la flota mundial y el incremento temporal de la navegación proyectó el precio de los fletes y la economía se gripó. La solución fue construir petroleros pantagruélicos que volvieran rentable, por su mayor capacidad, el aumento del tiempo en la mar.
No seamos falsos; nos importa poco que la democracia triunfe o no en Egipto. Para portada de TIME ya tenemos a Túnez la liberal a la que apenas le hacemos caso pues ni petróleo ni canal tiene; sólo universitarios…e ilusión.
Egipto es un estado bisagra entre occidente y Oriente medio. Un alfil cuyo enorme valor estratégico requiere de mil artimañas diplomáticas para mantenerlo estable y dócil. Astucias visibles pero la mayoría cocinadas bajo las enaguas de la comedia política. Y es que las consecuencias de otro cierre de Suez para la economía mundial, ya de por si debilitada, serian catastróficas. Tras el fin de la era Mubarak – el último faraón – Egipto entró en convulsión social. El triunfo en las urnas, guste o no, de los Hermanos musulmanes, encendió las alarmas en Langley y, un gobierno militar y el ejército en la calle era lo mejor que a occidente le podía suceder hasta que otro títere fuera del agrado del eje Washington-Tel-Aviv.
La reapertura del canal (1975) relegó al desguace a muchos de esos desmesurados buques pues sus panzas no entraban en las finas caderas de Suez. La re-nasserización o una islamización de la vida social egipcia vienen a representar alguna de las peores pesadillas de la economía global. Es meridiano que la pompa con la que se recibe Al sisi, llegado al poder tras un golpe de estado derrocando a Morsi y el islamismo, nos demuestra que para occidente, aún hay dictadores necesarios; quedándome claro con ello que el viejo juego del maestro Kissinger y las felaciones diplomáticas apenas ha variado desde la primera Guerra fría.
CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL