De entre las estrellas del primer olimpismo africano el corredor ugandés Akii Bua brilla con luz propia. Sin embargo, su apogeo queda ya muy distante para los muchos amantes actuales del deporte. Quizás para suplir esa laguna, se acaba de presentar en Uganda una película sobre su vida, basada en los documentales de la época y en los inéditos diarios personales del atleta que, escritos a lápiz en libretas escolares, muestran la cara más desconocida del héroe de 1972.
Akii Bua nació en 1949, pertenecía a la tribu Lango y venía de una familia polígama cuyo su padre había engendrado 43 vástagos. Muerto ya su padre, Akii emigró como muchos otros y se vio con 16 años en la capital ugandesa, intentando labrarse un porvenir. Su predisposición atlética hizo posible que, simplemente después de un partido de 30 minutos, ingresara en el cuerpo de policía, el cual tenía una vibrante sección deportiva que, como en el caso de Akii Bua, estaba dispuesta a aceptar candidatos aunque no tuvieran muchos estudios.
Comenzó a especializarse en 110 metros vallas, pero su entrenador en 1968 le obligó a pasarse a los 400 metros obstáculos, ya que no era lo suficientemente rápido en la primera especialidad. Con poco esfuerzo y sin gran necesidad de entrenamiento, fue cuarto en los juegos de la Commonwealth. Ya que había probado las mieles de la competición internacional, se dedicó a mejorar con una admirable tenacidad. Trasladó su residencia a Kabale, en la zona sur de Uganda caracterizada por sus montañosa orografía. Allí su rutina diaria era correr cuesta arriba 600 metros con un chaleco lleno de lastre y, con solo un minuto de descanso, volvía a repetir la distancia. Este ejercicio, realizado de manera completamente autodidacta, lo repetía dos veces al día, sabiendo que su objetivo eran los Juegos Olímpicos de Munich de 1972.
En aquella ocasión, Akii Bua consiguió una gloria hasta hoy única para el deporte ugandés. No sólo ganó la carrera de 400 metros obstáculos, sino que estableció un nuevo récord mundial de 47.82 segundos, siendo el primer hombre en bajar de los 48 segundos y el primer africano en ganar el oro en un evento de corta distancia. Esto lo hizo calzando las mismas zapatillas de deporte que había utilizado ya durante dos años.
Su vuelta a Uganda fue apoteósica: el entonces presidente Idi Amin lo agasajó con un ascenso en el escalafón, con una calle con su nombre, un coche y una casa. Los acontecimientos internos del país que siguieron poco después, con un Amín cada vez más excéntrico y peligroso en sus amenazas contra cualquiera que apareciera como rival político, no auguraban nada nuevo para el campeón que, por avatares del destino, pertenecía a la misma tribu del depuesto presidente Obote. Amín se empleó siempre con especial saña y crueldad contra los Lango y Akii Bua supuso con mucha razón que, llegado el momento, su fama de atleta laureado poco le podría proteger en la vorágine de un dictador cada vez más peligroso, sangriento e impredecible. Decidió dejar el país y, debido a la tensión de aquellos días, su mujer perdió el niño que esperaba. Su situación económica en aquellos momentos era tan precaria que ni siquiera tuvieron dinero para enterrarlo decentemente. En su exilio de Kenia, fue descubierto por un ejecutivo de la empresa alemana Puma y él, que apenas había conocido variedad o lujo en su calzado de deporte, trabajó durante varios años en el departamento de márketing de la compañía.
Volvió a Uganda en 1983, pero el país había cambiado o quizás era que se dejaban sentir todavía las serias consecuencias del sangriento periodo de Amín. El caso es que tanto la policía como la sociedad civil ignoraron el legado de este atleta, que vivió en un estado de semi-pobreza, olvidado y enfermo, hasta su muerte en 1997, a la edad de 51 años. Ni siquiera el hoy presidente, tan magnánimo en dádivas cuando se trata de personalidades políticamente afines a su línea, se dignó reconocer en vida los méritos del mejor deportista ugandés de todos los tiempos.
En la ciudad de Lira se puede ver hasta el presente día un estadio “Akii Bua”, cuyo decrépito estado refleja fehacientemente el hecho de que este país africano – como muchos otros – tiene una gran deuda pendiente con algunas de sus figuras históricas. Ojalá que esta nueva película – que casi con total seguridad no tendrá trascendencia en los grandes circuitos cinematográficos – sirva como un humilde y póstumo tributo a los esfuerzos y a la historia de aquel humilde muchacho nacido en la llanura que alcanzó la gloria a base de subir montañas con los ojos puestos en la cumbre y hacerlo con un chaleco lleno de piedras.
Original En Clave de África