Desde 1993, cada 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua. Uno de los temas propuestos para 2025 es el de los Glaciares. Aumenta la rapidez con la que se están derritiendo. Una de las consecuencias es que el ciclo del agua sea más impredecible. Al mismo tiempo se acrecienta la intensidad de inundaciones, sequías y deslizamientos de tierras, aumenta el nivel del mar, y numerosos ecosistemas y comunidades corren el riesgo de ser arrasadas. Imposible parar el deshielo de los glaciares, pero sí que se podría ayudar a las comunidades más fragilizadas. Aunque no creo que lo hagamos, visto las escasas acciones de envergadura que suelen resultar de los numerosos “días mundiales” que se celebran cada año. “Agua para la Paz” fue el lema del Día Mundial del Agua 2024. Se insistió en la necesidad de “cooperar en materia de agua para promover la armonía, la prosperidad y la resiliencia”. Pero que yo sepa, dos años después de que se concluyera el tercer llenado de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, aún no se han puesto de acuerdo Etiopía, Sudán y Egipto sobre los derechos de utilización del agua del Nilo. Tampoco los israelitas han renunciado al uso casi exclusivo de las aguas del Jordán, en detrimento de los agricultores palestinos. Ni ha mejorado la calidad del agua en el Éufrates iraquí, ––la tercera cuenca conflictiva en el Oriente Medio y el Norte de África (MENA) ––, afectada por los fertilizantes químicos utilizados en los regadíos de Siria y Turquía. Y eso que “Agua limpia y saneamiento” es el sexto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), llamados también “Objetivos Globales”, y que forman parte de la “Agenda 2030”, aprobada en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
“Más de un tercio de la población del planeta que vive sin acceso a agua limpia y segura vive en el África subsahariana”, escribía el periodista sudafricano Robin Scher en noviembre de 2022 en “Down to Earth” (revista patrocinada por el Centro para la Ciencia y el Medio Ambiente, CSE, con sede en Nueva Delhi, India). Y en marzo del año pasado, la keniana Karen Nkatha publicó para Greenpeace “Problemas de agua: 13 datos innegables sobre la escasez de agua en África”. La lista es desoladora:
África es el segundo continente más seco del mundo, detrás de Australia. La emergencia hídrica en África es en gran medida inducida por el clima. La contaminación del agua alimenta la escasez de agua dulce. La deforestación altera el papel de los bosques como reguladores naturales del agua, causando escasez de agua. La escasez de agua amenaza nuestra salud y bienestar. La inseguridad hídrica está acabando con el ganado. La crisis del agua intensifica los conflictos y provoca el desplazamiento de la población. La escasez de agua en África afecta de manera desproporcionada a las poblaciones más vulnerables. La escasez de agua disminuye la calidad de vida y perpetúa el ciclo de la pobreza. La escasez de agua amplía la brecha de género. La crisis del agua en África está socavando la prosperidad económica del continente. La escasez de agua plantea obstáculos a la educación en África. El despilfarro de agua y las prácticas ineficientes de gestión del agua siguen exacerbando la escasez de agua en África.
Robin Scher cita a Peter Gleick, director del Pacific Institute, con sede en Oakland, California: «Con muy raras excepciones, nadie muere literalmente de sed, pero cada vez más personas mueren a causa del agua contaminada o de conflictos por el acceso al agua”. Porque además de las disputas entre los Estados, como en la cuenca del Nilo, la escasez de agua sustenta multitud de conflictos locales. En Kousseri, Camerún, una violenta disputa entre pescadores y agricultores sobre los derechos al agua del lago Chad, causó en diciembre de 2021 la muerte de 22 personas y el desplazamiento de otras 100.000. Y en Chad, el pasado 16 de enero, cerca de la localidad de Moussafoyo, en la provincia de Moyen-Chari, los agricultores intentaron impedir que el ganado de los pastores accediera a los pozos que aquellos habían excavado. 27 personas murieron en los enfrentamientos.
También en la gestión del agua se verifica que hay “varias áfricas”. En 2022, en el ranking de la seguridad hídrica, ningún país africano aparecía en lo alto de la tabla. Pero al menos Egipto, Botsuana, Mauricio, Gabón y Túnez se encontraban en puestos “modestos” (justo por encima de la media). Níger, el país más grande de África Occidental, se encuentra entre los peores en cuanto al acceso al agua potable. Agricultores en su mayoría, tienen que luchar contra la escasez de agua y las sequías frecuentes en condiciones áridas y desérticas.
No hay forma de evitar los impactos de la escasez de agua y de la sequía. Pero sí que se debiera poder gestionar y mitigar los riesgos. El consorcio “Agua, Paz y Seguridad” (APS), cofundado en 2018 por el Ministerio de Exteriores neerlandés y la Agencia de Cooperación alemana, junto con otras seis organizaciones, ha propuesto la creación de una herramienta que «predeciría los conflictos relacionados con el agua con hasta un año de antelación, lo que permitiría la mediación y la intervención del gobierno«. Francamente, no entiendo bien cómo esa herramienta propuesta por APS ayudaría a los agricultores de Níger. Otra manera de reducir riesgos y conflictos sería la de potenciar acuerdos entre los países, regiones y poblaciones que comparten recursos hídricos. Por desgracia, la ONU ha fracasado sistemáticamente a la hora de introducir una Convención sobre el Agua en la que más de 43 países compartían ríos y lagos transfronterizos. Y sin embargo, sin su ayuda, desde finales de la II Guerra Mundial, se han firmado unos 200 acuerdos. Uno de ellos lo firmaron en África del Sur, el año 2000, Lesoto, Sudáfrica, Botsuana y Namibia. Un buen ejemplo de cómo un acuerdo para compartir el agua ayudó a evitar conflictos.
Ramón Echeverría
CIDAF-UCM