AFRICOM: ¿Conseguir la paz o alimentar la guerra en África? Las amenazas potenciales

20/04/2009 | Opinión

En la primera parte de su análisis sobre la política norteamericana en lo que concierne a África, publicado la semana pasada en Pambazuka News, Daniel Volman y William Minter mostraron las ambigüedades de los trámites de Washington a través de su mando militar en África, AFRICOM. Mostraron cómo las preocupaciones militares se esconden tras una cooperación ventajosa para el desarrollo y el refuerzo de la democracia en el continente. Y, para ellos, no hay nada que pruebe que esta política contribuya a la seguridad de Estados Unidos o de África. Al contrario, existen indicaciones significativas de que es contraproducente, ya que agrava la inseguridad en el continente mientras que estimula las amenazas potenciales contra los intereses norteamericanos. En la segunda parte, repasan algunos focos de tensión en lo que respecta a la política norteamericana.

En Somalia, con la retirada temporánea de las tropas etíopes y con la elección del líder musulmán moderado, Sheik Sharif Ahmed, como presidente del gobierno de transición, por lo menos hay opción de un nuevo comienzo para este país. Pero nadie espera resultados rápidos, todos los partidos están divididos interiormente (incluida la milicia rebelde conocida bajo el nombre de Al-Shabaab) y los esfuerzos internacionales para conseguir la paz se diluyen. Habrá una tentación continua de conseguir un programa antiterrorista, aunque se reconozca que éste no servirá para nada.

El conflicto del Chad, en una región cubierta por el plan Operation Enduring Freedom Trans Sahara, donde el Banco Mundial renunció a pedir más cuentas sobre los ingresos del petróleo, está íntimamente ligado con el gran conflicto de Darfur en el este, así como a la herencia de la intervención libia. Aunque los Estados Unidos contactaron con Francia para una intervención militar y política en el Chad, también mantuvieron al presidente Idriss Deby, en el poder desde 1991 y responsable de la reforma de la constitución en 2005, con el fin de quedarse en el poder durante una legislatura más. A pesar de los ataques rebeldes en la capital, en febrero de 2008, Deby consiguió controlar la situación con la ayuda de Francia.

En el norte del Níger, las minas de Uranio pueden contribuir a avivar las llamas del conflicto con las minorías tuareg, que han sido víctimas de la violencia desde el 2007 en Malí.

A Malí generalmente se le considera como la democracia con más fracaso del oeste de África, pero está igualmente amenazada por los tuaregs descontentos, lo que requerirá una solución democrática, más que militar.

Nigeria tiene una importancia particular ya que, para los norteamericanos, los problemas antiterroristas y de seguridad energética convergen. Como subrayan los especialistas sobre Nigeria, Paul Lubeck, Michael Watts y Ronnie Lipschutz en un estudio del 2007, la amenaza de los extremistas islámicos en Nigeria está muy exagerada por parte de los militares norteamericanos. Notan, por el contrario, que “nadie dice que la causa sea el significado estratégico de Nigeria para el oeste de África, para el continente africano en general y para la economía norteamericana sedienta de petróleo”. Pero la insurrección creciente en el delta petrolífero del Níger no se solucionará con el aumento de las tropas navales norteamericanas o con el apoyo a las fuerzas contra-revolucionarias nigerianas. La prioridad consiste, en su mayor parte, en resolver los problemas de pobreza, de destrucción del medio ambiente y en promover un uso responsable de la riqueza petrolífera del país, particularmente a favor de las poblaciones productoras.

Actualmente, los acuerdos militares norteamericanos con Nigeria y otros países productores de petróleo en el oeste y centro de África no sólo incluyen una asistencia militar bilateral, sino también las operaciones navales del plan Africa Partnership Station y otras iniciativas con el objetivo de promover la seguridad marítima, particularmente en la ruta de los petrolíferos. A lo largo de los pasados años, la ayuda militar de Estados Unidos a Nigeria incluyó al menos cuatro barcos para las patrullas costeras y alrededor de 2 millones de dólares al año para otros fines, entre los cuales el desarrollo de una pequeña flota en el delta del Níger.

Según la justificación para la petición de fondos por parte del Departamento de Estado para el ejercicio fiscal de 2007, se necesita asistencia militar en este país ya que “Nigeria es la quinta fuente petrolífera de Estados Unidos y la interrupción del suministro sería un golpe duro a su estrategia de seguridad petrolífera”. De hecho, la seguridad marítima es una preocupación legítima tanto para las naciones africanas como para los importadores de petróleo provenientes del oeste de África. La piratería, motivada por el ansia de ganar, así como la insurrección en el delta del Níger, son amenazas en crecimiento en la costa oeste de África. Sin embargo, reforzar la capacidad militar de Nigeria y de otros países productores de petróleo, sin tener en cuenta las cuestiones fundamentales de democracia y redistribución de riquezas, no mejorará la seguridad de los pueblos africanos, ni saciará los intereses norteamericanos, ni favorecerá el suministro de petróleo. Una solución militar no puede resolver el problema de la piratería en el Océano Índico y en el Mar Rojo.

Las amenazas mencionadas por los responsables norteamericanos para justificar AFRICOM no son inventadas. Las redes de terrorismo global buscan aliados a través de todo el continente africano, con un impacto potencial en Oriente Medio, en Europa y en Norteamérica, así como en África. En el delta del Níger, la producción se ha interrumpido en repetidas ocasiones por los ataques de los militantes del “Movimiento para la Emancipación del delta del Níger” (MEND). En general, la inseguridad crea un ambiente favorable para la piratería y para el tráfico de drogas, y contribuye a motivar a los reclutas potenciales de los movimientos políticos extremistas violentos.

Sin embargo, no se dice que esas amenazas puedan ser efectivamente combatidas por una alianza militar norteamericana acrecentada, aunque la participación directa de las tropas norteamericanas sea mínima. La focalización en el refuerzo de las capacidades contra los revolucionarios de los gobiernos africanos con la asistencia de Estados Unidos devuelve la atención a las cuestiones más fundamentales de la resolución de conflictos y aumenta el riesgo de conflicto y la hostilidad hacia Estados Unidos.

¿Continuidad o cambio?
¿La administración de Obama reexaminará seriamente la política africana que ha heredado de su predecesor? ¿O la continuidad será la palabra clave? Las indicaciones con las que contamos hasta el momento, que provienen de las declaraciones de Obama durante su campaña electoral, apuntan hacia la continuidad. Sin embargo, la prueba tendrá lugar en la práctica, en cuanto las crisis africanas capten la atención de la administración, aunque sus energías estén relacionadas con los desafíos nacionales e internacionales.

Los sistemas del pasado
A lo largo de su campaña presidencial, el senador Barack Obama dejó entender con sus declaraciones que seguiría con la política de la administración de Bush en África, incluidas las cuestiones de seguridad. A la vez de estas importantes afirmaciones y respondiendo a un cuestionario de la Fundación Leon Sullivan en septiembre de 2007, el candidato decía que “habrá situaciones que necesitarán que Estados Unidos trabaje con sus aliados en África con el fin de combatir el terrorismo con medios letales”, dejando así la puerta abierta para atacar a Somalia.

En un artículo escrito para AllAfrica.com en septiembre de 2008, por Witney Schneidman, Vice-secretario de Estado ajunto para los asuntos de África en la administración Clinton y consejero de Obama sobre África, dice que la nueva administración “quiere crear un programa de colaboración compartida con el fin de construir infraestructuras capaces de conseguir una formación antiterrorista eficaz y establecer una base sólida para la coordinación de la acción contra Al Qaeda y sus afiliados en África y en otros países”. Asimismo, añade que el programa “contará con un plan de colaboración en información, operaciones, seguridad fronteriza, programas anticorrupción, tecnología y vigilancia de la financiación del terrorismo”. Scheidmann añade, asimismo, que “deberíamos estar más comprometidos con el delta del Níger, no solamente en cuestión de seguridad marítima, sino también colaborando con el gobierno de Nigeria, con la Unión Europea, la Unión Africana y otros actores, con el fin de estabilizar la región”.

Con la elección del general James Jones como consejero de seguridad, Obama envía una señal todavía más significativa. Como comandante de la OTAN y de la EUCOM del 2003 al 2006, el general Jones era un entusiasta abogado de la AFRICOM. Susan Rice, embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas, que estaba en buena posición para defender los acercamientos multilaterales a favor de la paz en África, por lo menos asumió los ataques aéreos en Somalia, realizados por la administración de Bush en el momento de la invasión de Etiopía. De la misma forma, fue una abogada importante en las acciones bilaterales norteamericanas en Darfur.

El 9 de febrero de 2009, el Secretario de Estado adjunto, Phil Carter, refiriéndose al centro de estudios estratégico del Pentágono para África, comenzó su discurso afirmando que “en África se ha realizado un logro en política extranjera por parte de la administración precedente”. Enumeró algunas prioridades, empezando por el “suministro de programas de asistencia para la seguridad” para los aliados africanos, seguido de la promoción del “sistema democrático y de su práctica”, “una economía creciente de mercado justo” y “sanidad y desarrollo social”.

Aunque comenzara su lista de prioridades con la referencia a un apoyo con el fin de finalizar el conflicto en África y haya preconizado “soluciones africanas a los problemas africanos”, es significativo que la descripción de prioridades de seguridad incluya el aumento de la capacidad militar y de las operaciones de AFRICOM, sin ninguna mención a la diplomacia.

Estas indicaciones no permiten augurar cambios significativos en la estrategia de seguridad. Sin embargo, algunos militares y miembros del servicio de información reconocen la necesidad de dar más importancia a la diplomacia y al desarrollo. La reacción favorable de Estados Unidos con la elección del islamista moderado Sheikh Sharif Ahmed como presidente de Somalia señala potencialmente un nuevo acercamiento a esta compleja crisis. El nuevo director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Dennis Blair, declaró en el Senado durante su primera evaluación de las amenazas que “la primera amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos es la crisis económica mundial”. La evaluación de Blair también concernía las amenazas tradicionales, incluidos los grupos de extremistas entregados al terrorismo, y asimismo, subrayó la necesidad de Estados Unidos de no tratar solamente “las regiones, los regímenes y las crisis”, sino también participar en el desarrollo de nuevos sistemas multilaterales.

Cambiar las prioridades
Para África en particular, la realidad necesita un orden diferente de prioridades que reconozca el significado de las amenazas menos convencionales y la inadecuación de las respuestas militares simplistas. En un informe publicado en enero de este año la organización TransAfrica Forum pedía un nuevo sistema político basado en la integración de la seguridad humana. Un sistema así requiere una nueva forma de pensar, de insistir en la cooperación multilateral en perjuicio de las iniciativas unilaterales, de reconocer un gran abanico de amenazas, no sólo aquellas que provengan de enemigos violentos, y de invertir en los derechos económicos y sociales fundamentales a costa de una confianza ciega en las leyes del mercado.

Unas premisas así para una política africana conducida por los Estados Unidos cambiarían considerablemente el aspecto de éste último con relación a lo descrito por el Secretario de Estado adjunto de la administración de Bush. En el ámbito económico y de desarrollo, se debería seguir el ejemplo de la respuesta al sida, que es multilateral y unilateral al mismo tiempo, con el fin de colmar las necesidades de la sanidad, educación, de alimentación, de infraestructuras económicas y del medio ambiente, cada país asumiendo su parte. Estados Unidos debería abrir un diálogo auténtico sobre el comercio y el desarrollo en vez de imponer políticas de mercado rígidas, que están sistemáticamente sesgadas a favor de los países ricos. Y la administración debería atender a la gran comunidad de africanos que han inmigrado a Estados Unidos recientemente, con el fin de escuchar sus puntos de vista y obtener su contribución, pudiendo así destinar un número de ellos a la implicación en proyectos familiares y comunitarios para ayudar a su país.

En lo que concierne a las cuestiones de seguridad tradicionales, Estados Unidos debería minimizar las alianzas militares bilaterales en África, ya que se arriesgan ser aspirados hacia sus conflictos locales; debería estar a favor de una diplomacia multilateral y de ciertas operaciones para mantener la paz, sin olvidar pagar lo que se deba a las Naciones Unidas por su intervención.

Estados Unidos debería estar atento y no apoyar regímenes represivos ni favorecer las relaciones entre militares, lo que debería hacer es favorecer el diálogo, no sólo con el gobierno en el poder, sino también con la sociedad civil. En resumen, Estados Unidos debería revisar su inversión en políticas contra-insurrección y la construcción de influencia de Washington ante los establecimientos militares africanos, gracias a la participación norteamericana en el esfuerzo multilateral para mejorar la seguridad en África.

En teoría, tanto las actividades de AFRICOM como los programas de mantenimiento de la paz llevadas a cabo por el Departamento de Estado deberían estar integrados en una política mundial, incluyendo las actuaciones diplomáticas relacionadas con las crisis africanas en colaboración con los aliados de Naciones Unidas que están a cargo de las operaciones para mantener la paz tanto con los africanos como con los europeos. En la práctica, tal y como resaltaron Victoria Holt y Michael McKinnon del centro Henry L. Stimson, Estados Unidos es ambivalente en lo que concierne a las acciones multilaterales, y así fue tanto en la administración de Clinton como en la de Bush.

Los demócratas, al igual que los republicanos, han aprobado y apoyado las operaciones para mantener la paz llevadas a cabo por las Naciones Unidas y la Unión Africana. Pero Estados Unidos aún debe entre 700 a 1.500 millones de dólares a las Naciones Unidas por las operaciones de mantenimiento de la paz. También han ignorado las peticiones urgentes de apoyo logístico, como helicópteros para Darfur. Se ha probado que la coordinación diplomática para favorecer estas operaciones en el seno del gobierno norteamericano es muy débil, a pesar de que los militares se hayan opuesto a la participación norteamericana en las operaciones multilaterales de las que no asumirán el mando.

El programa más innovador para favorecer el apoyo a las operaciones de mantenimiento de la paz es el de las Operaciones de Contingencia para el Entrenamiento y la Asistencia (OCEA), dirigido por el Departamento de Estado y que forma parte de la Iniciativa de Operaciones de Paz Mundial (GPOI), formada por los líderes del G8 en el 2004. Este programa formó a 45.000 soldados para las operaciones de mantenimiento de la paz desde 2004, con el elemento de “formar al formador” y que tiene una gran reputación por estar basado en los criterios de las Naciones Unidas. Sin embargo, no hay pruebas de que este programa se haya integrado en una estrategia diplomática norteamericana para África más amplia o que contribuya a aumentar la capacidad de Naciones Unidas. A pesar de todo, hay que disipar ciertas dudas en cuanto a las intenciones de los militares sobre este programa, que es el fruto de los acuerdos bilaterales bajo la responsabilidad exclusiva de Estados Unidos, habiendo aprobado éste último acuerdos bilaterales, a menudo con los mismos gobiernos, con el fin de formar grupos contra-revolucionarios.

Estados Unidos tiene medios, particularmente logísticos y financieros, que son pertinentes para las operaciones de mantenimiento de la paz y tienen la responsabilidad de contribuir como miembro influyente de la comunidad internacional. Pero la garantía de que estos recursos contribuyan efectivamente a la paz necesita un nuevo marco de referencia que fomente la diplomacia multilateral en un marco de operación para el mantenimiento de la paz en detrimento de los programas bilaterales.

No se puede construir un nuevo marco de referencia encontrando nuevas fórmulas para remplazar el refuerzo de las capacidades de combate de los rebeldes o terroristas, ni siquiera contra aquellos que amenacen el acceso a los recursos naturales. No hay una fórmula única para todos los países que son actualmente víctimas de conflictos violentos; los problemas serios de África no se pueden solucionar ni por Estados Unidos ni por la comunidad internacional.

Sin embargo, es importante que Estados Unidos no cree daños y haga una contribución significativa con el fin de disminuir las amenazas que pesan sobre el continente. En cuanto se reconozca que la seguridad nacional de Estados Unidos depende de la seguridad humana de los africanos se harán evidentes los elementos esenciales de este marco de referencia. La medida en la que estos elementos serán incorporados a la práctica no dependerá solamente de la nueva administración de Washington, sino también de la capacidad de los africanos que trabajan para conseguir la paz y la justicia en el continente con el fin trazar nuevos caminos y hacerse oír.


(1) La prioridad a los políticos a largo plazo incluida la seguridad humana

La evaluación de las amenazas, tal y como la formuló el director de Inteligencia Nacional, el Sr. Blair, cuenta con un reconocimiento mundial, ya que ignorar la amenaza económica, medioambiental y otras amenazas no militares haría que se convirtieran en nuestros riesgos y peligros. Las implicaciones en la política africana deberían ser claras. La hipótesis optimista que afirma que las regiones podrían estar sujetas a la desviación de la crisis económica mundial se ha desechado rápidamente. Aunque no se pueda establecer una relación directa entre las dificultades existenciales, resultado de las condiciones económicas, medioambientales o sanitarias y la amenaza de conflictos violentos, no se pueden ignorar estas amenazas, porque sería favorecer el desastre. Invertir en el desarrollo sostenible y en democracias responsables, conservar el medio ambiente y promover el acceso a los derechos fundamentales, como el acceso a la sanidad, a la educación y a un hogar no es ser caritativo. Es simplemente ser prudente. Las soluciones en África y en Estados Unidos están interconectadas.

Pongamos como ejemplo un sector, el de la energía y el calentamiento global. El desarrollo de energías alternativas en Estados Unidos puede disminuir las necesidades petroleras y, al mismo tiempo, disminuir la necesidad de apoyar los regímenes de los países productores, donde la puesta en acción de los derechos del hombre deja mucho que desear. De la misma forma, es crucial ralentizar el proceso de calentamiento climático que ya ha causado consecuencias graves en el medio ambiente africano, aunque África sólo produzca poco gas de efecto invernadero. Al mismo tiempo, Estados Unidos debería apoyar los esfuerzos para pedir cuentas a las compañías petrolíferas y a los gobiernos en relación con el uso de los beneficios petrolíferos, animándoles a invertir en beneficio de su población y a desarrollar sectores económicos menos vulnerables a los gajes de la economía petrolífera.

Ninguna de estas medidas es fácil de aplicar. No son la solución a los conflictos que pesan sobre las regiones sensibles, productoras de petróleo, como la del delta del Níger. Pero el hecho es que ninguna otra se aproxima a la posibilidad de ser viable. La lucha contra la insurrección no es un atajo. En un contexto así suministrar asistencia militar norteamericana es como echar aceite al fuego.

Más en general, la política norteamericana con cada región del continente, incluidos los países estratégicos como Sudáfrica, Nigeria, Argelia, Egipto, Etiopía, Kenia y la República Democrática del Congo, debe privilegiar la cooperación y el diálogo sobre todos los temas que traten la seguridad humana en detrimento de las relaciones militares. Es esencial estimular la urgencia de nuevas oportunidades de diálogo para las sociedades y gobiernos con el fin de encontrar soluciones comunes a los problemas de la seguridad humanas. (Ver siguiente apartado)


(2) Prestar atención a las crisis, pero evitar el acercamiento a una solución única

Los gobiernos no pueden permitirse el lujo de no prestar atención a los problemas estructurales de largo plazo. Las crisis inmediatas reclaman respuesta. Los conflictos violentos o los estados en quiebra sufren consecuencias no sólo en cuestión de vidas perdidas, sino también para la región y para el continente en conjunto. El precio de la respuesta humanitaria para la comunidad internacional aumenta proporcionalmente al retraso de intervención. El aumento del número de actos de piratería en el Océano Índico y en el Golfo de Guinea recuerda al mundo las consecuencias económicas y humanitarias. En las zonas de conflicto, las inversiones personales o colectivas en infraestructuras de sanidad o educación pueden ser eliminadas en pocos meses.

La lista de los puntos más conflictivos de África es muy conocida: Sudán (incluido Darfur), Somalia, la República Democrática del Congo y Zimbabwe. Por otro lado, lejos de los medios, el fuego se aviva bajo la ceniza en el Chad, en Costa de Marfil y en Uganda, por mencionar sólo éstos. En todos los casos, no son solamente los países y sus vecinos los implicados. Otros actores, como las organizaciones africanas regionales, la Unión Africana, las Naciones Unidas y las grandes potencias como Estados Unidos son afectados. Y la respuesta, o la ausencia de la misma, tiene importancia. Pero una solución única (la misma para todos) no tiene ningún sentido y no es el modelo de la AFRICOM, centrada en la lucha contra la insurrección.

Haciendo una mezcla de diplomacia, presión y acciones humanitarias y de mantenimiento de la paz, que parecen las más aptas de lograr en casos particulares, un acercamiento unilateral por parte de Estados Unidos llevaría, sin duda alguna, al fracaso. Pero defender el punto de vista “de las soluciones africanas para los problemas africanos” es algo retórico, más que una alternativa real. Los líderes africanos deben formar parte de la solución y, salvo algunas excepciones, la diplomacia debe incluir todas las partes de los conflictos, incluso a los culpables de agresión o violación de los Derechos del Hombre. Pero los estados más cercanos a los conflictos e involucrados en organizaciones regionales también tienen sus propios intereses. Incluso cuando hay consenso, como en el caso de la misión de la Unión Africana en Darfur, los recursos pueden tener defectos y convertir la solución en un fracaso.

Aunque las capacidades institucionales de la Unión Africana para las operaciones de mantenimiento de la paz hayan aumentado, como las Naciones Unidas, su eficacia depende de los estados miembros y de los compromisos políticos de sus jefes. El nombramiento de Muammar Qaddafi de Libia como presidente de la Unión Africana para el 2009, por ejemplo, no favorecerá el aumento de la capacidad para las operaciones de mantenimiento de la paz.

El tiempo de considerar que los Jefes de Estado africanos son los únicos interlocutores o de esperar que el cambio de un Jefe de Estado por otro será la solución está más que pasado. Para encontrar el mejor comino para solucionar los problemas estructurales de África se necesita que los jefes se involucren. Los recursos africanos para el cambio y para el liderazgo también están en el corazón de la sociedad civil, entre los líderes retirados y los sabios, entre los profesionales diplomáticos y los militares. El desafío para Estados Unidos es comprometerse activamente en la respuesta a la crisis, aportando recursos pero sin creer que querer dominar sea posible o inteligente para Estados Unidos.

(3) Reforzar las capacidades para poder mantener la paz
Antes de hacer hincapié en el establecimiento de relaciones bilaterales con África, como solicita la AFRICOM, la política de seguridad de Estados Unidos tiene la idea de que África debería concentrar sus esfuerzos en el refuerzo de la capacidad institucional de las Naciones Unidas y favorecer la relación con las instituciones africanas regionales que llevan a cabo correctamente los programas de Naciones Unidas para la estimulación de las capacidades. De la misma forma, Estados Unidos debería asegurar que su política y sus operaciones a favor de África, así como las de las Naciones Unidas, son transparentes y accesibles al examen de las instituciones legislativas y de la sociedad civil en África, en Estados Unidos y en otros países involucrados.

Esta proposición a favor de una nueva orientación no está basada en vano en la hipótesis de que las Naciones Unidas disponen de respuestas preparadas para las crisis africanas. Al contrario. En su declaración del 23 de febrero, el subsecretario general para las operaciones de mantenimiento de la paz, Alain Le Roy, explicó en el Consejo de Seguridad que las capacidades para el mantenimiento de la paz de la organización están desbordadas y que en muchas situaciones están destinadas al fracaso. Mientras que el Consejo de Seguridad acaba de votar a favor de dos nuevos mandatos para el Chad y Somalia, se prevé que los soldados en misión en la República Democrática del Congo y en Sudán recibieron mandatos que sobrepasaban su capacidad. “Estamos desbordados en el plano operacional y creo que también en el plano político”, y añadió: “Ahora hay una tensión constante entre los mandatos y los recursos, entre las expectativas y la capacidad de respuesta”.

Sin embargo, incluso un gobierno tan visceral que se opone a la política multilateral como la anterior administración Bush, reconoció que las operaciones para el mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas eran un recurso esencial. Las actuaciones de las Naciones Unidas siempre dependerán de la voluntad de los gobiernos y serán vulnerables ante la indecisión y los retrasos burocráticos. Pero es tiempo de reforzar sus capacidades para mantener la paz. La opinión pública en todo el mundo (también en Estados Unidos) se ha pronunciado a favor de una mayor responsabilidad y mayores recursos para las Naciones Unidas.

A finales del 2006, una encuesta de opinión llevada a cabo en 14 países reveló que el 64% de la población en diferentes regiones se pronunció a favor de “un refuerzo al mantenimiento de la paz permanentemente seleccionado, entrenado y dirigido por las Naciones Unidas”. Esta misma encuesta mostró que el 72% de los ciudadanos norteamericanos opinan de la misma forma. Aunque los políticos cultiven el estereotipo del escepticismo del ciudadano norteamericano respecto a las Naciones Unidas, las encuestas de opinión revelan continuamente que la opinión pública es favorable. (Ver Benjamin Page y Marshall Boston, The foreign policy disconnect, Universidad de Chicago Press, 2006).

Reforzar las capacidades para el mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas no implica solamente disponer de recursos, sino también una vigilancia interna y externa con el fin de frenar la corrupción y el abuso, como es el caso de los gobiernos en África y en Estados Unidos. El marco para una seguridad humana mundial, presentado por TransAfrica Forum en febrero, por ejemplo, reclama nuevos mecanismos que permitan a la sociedad civil y al poder legislativo el derecho de supervisión e intervención tanto para los gobiernos de Estados Unidos como para las agencias multilaterales.

A pesar de los intentos de cambio, es probable que los que conciernen la política de seguridad para África de la administración de Obama no tengan efecto más que en parte (si es que tienen efecto), tras el nombramiento de marcos intermediarios y tras haber revisado los políticos de todas las agencias. La popularidad del nuevo presidente y la suma de problemas internos y mundiales a los que debe enfrentarse probablemente ofrecerán a esta administración muchas oportunidades antes de que se materialice la desilusión. Pero los acontecimientos ocurridos no permiten retrasos indefinidos. En Somalia, Sudán y en la República Democrática del Congo, y puede que también en otras crisis actualmente imprevisibles, se hará evidente en qué medida la esperanza que los africanos han puesto en el presidente Obama está justificada, dependiendo de los cambios que aportará y que marcarán la diferencia para los africanos.

Daniel Volman y William Minter

*Daniel Volman es el director del African Research Project y es miembro del Consejo de Administración de la Association of concerned Africa Scholars. William Minter es el editor del boletín de AfricaFocus y el co-editor, junto con Gail Hovey y Charles Cobb Jr, de “No easy victory: African liberation and American activist over half a century, 1950-2000” (Africa world press, 2007).

Artículo publicado en www.pambazuka.org? , el 09 de abril de 2009.

Traducido por Arantza Cortázar, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster