El informe principal del presente número de Africana está dedicado a la devolución del patrimonio artístico y cultural africano; un tema al que nuestra revista ya prestó atención no hace mucho tiempo. Ahora lo ampliamos de la mano de Juanjo Osés, Padre Blanco misionero en Ghana y Burkina Faso, y buen conocedor de los múltiples dosieres relativos a África. Se trata, va sin casi decirlo, de una cuestión de justicia que, según pensamos, debería resolverse sin más tardanzas y con las mejores garantías.
El volumen del expolio cometido por parte de las potencias coloniales fue francamente escandaloso. El número de objetos guardados en los principales museos de Europa alcanza cifras colosales. El Museo Real de África Central de Bélgica guarda, él solo, más de 100.000 objetos provenientes del Congo belga, aunque no todos ellos puedan considerarse como obras de arte. Este rico patrimonio acabó dispersándose por el mercado del arte, y hoy forma parte de más de 160 colecciones públicas y privadas de todo el mundo.
Muchos de los objetos apropiados por los países colonizadores en África guardan un matiz que es necesario considerar: el espolio fue mucho más que un robo banal. No se trata solamente de obras de arte desde el punto de vista estético, tienen también una función social. La sociedad africana había volcado en ellas el sentido de su existencia, su visión del cosmos y del mundo que le rodea, su relación con los orígenes tribales y los antepasados. No estaban hechas para ser admiradas sino para ser utilizadas en los rituales tradicionales, fiestas agrarias, funerales y costumbres. Como apunta acertadamente Silvie Memek Kassi, directora del Museo de las Civilizaciones de Abiyán, en Costa de Marfil, se trata de “objetos que se llevaron con sus mundos, con su historia, con todo su potencial sobre la capacidad de crear, pensar, dirigir a miles de kilómetros de donde fueron concebidas”. Así lo decía también Amadou Mahtar M´Bow, director general de la UNESCO en 1978: “Restituir una obra de arte o un documento al país que lo creó es permitir que un pueblo recupere parte de su memoria y de su identidad”.
A estas alturas, lo único que podemos decir sobre las políticas de restitución que inauguró Francia en 2017, seguidas de cerca por países, como Bélgica y Alemania, dan signos de timidez o de miedo a un posible futuro deterioro. Pero, ello no debería conducir a nadie hacia la pretensión orgullosa de querer controlar aquello que ni siquiera le pertenece.
Agustín Arteche Gorostegui
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CIDAF-UCM