El contexto de la independencia de Angola fue largo y turbio. Ésta tuvo lugar el 11 de noviembre de 1975 después de 14 años de conflicto con Portugal. Al poco de conseguirla, Angola enlazó con una guerra civil de otros 27 años de duración, entre los mismos adversarios que lucharon por obtener la independencia: el MPLA (Movimiento Popular para la Liberación de Angola) y la UNITA (Unión Nacional para la Independencia). En total, 41 años de conflictos alentados por injerencias extranjeras, el apetito de poder y el deseo de controlar las riquezas petrolíferas y mineras del país.
El informe de Bartolomé Burgos que publicamos no se detiene a relatarnos la historia de Angola; se sitúa en el momento presente, al cabo de 20 años del final de la contienda. Su autor hace un rápido recorrido crítico de los diferentes aspectos que configuran la realidad del país: la política, la economía, la gobernanza, la cultura, los derechos humanos, las relaciones humanas, la educación, las nuevas tecnologías y la religión, con sus respectivos matices.
Al cabo de la lectura, uno descubre que la independencia, noble objetivo de los países africanos, es un reto que va más allá de los sentimientos patrióticos y necesita gobernantes dedicados al bien general del país y de sus ciudadanos, algo que sencillamente no ocurre cuando los políticos gobiernan en beneficio propio y el de sus familiares o buscan promocionar el bienestar de los miembros del mismo partido.
Un país no vale solamente por sus riquezas naturales. Angola las posee en abundancia. Lo que importa sobre todo es saber ponerlas al servicio de todos los ciudadanos, procurándoles indiscriminadamente las mismas oportunidades básicas de promoción y bienestar social: igual acceso a la salud y a la escuela, un techo y un trabajo digno que permita el desarrollo de una vida feliz y autónoma en la paz.
Aquí se aplican las palabras de Nelson Mandela sobre la paz: “La paz no es simplemente la ausencia de conflicto; la paz es la creación de un entorno en el que todos puedan prosperar, independientemente de la raza, el color, el credo, la religión, el sexo, la clase, la casta o cualquier otra característica social que les distinga”. Para conseguirlo, Angola, país de enormes posibilidades materiales y humanas, solo necesita dirigentes honrados, empeñados en el bienestar y en la promoción humana, cultural y espiritual de sus gentes.
Agustín Arteche Gorostegui
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