El informe central del presente número de Africana, elaborado por el señor Ramón Arozarena, ofrece una serena y equilibrada guía para entender el fenómeno del crecimiento demográfico en África subsahariana.

Los datos de este crecimiento son, sin lugar a dudas, espectaculares. Al ritmo del crecimiento actual, la población africana se duplicará en solo 25 años. En 2050, África pasará de 1.250 a 2.500 millones de personas, equivalentes a la cuarta parte de la población mundial. El ejemplo de algunos países será impresionante. Nigeria, que tiene en la actualidad 200 millones de habitantes, doblará esa cifra.

Las cifras, sin embargo, pueden ser engañosas. Hasta hace unas pocas décadas, y debido a dolorosos factores históricos, el continente africano, estaba insuficientemente poblado. Incluso hoy día, si atendemos al número de habitantes por kilómetro cuadrado, África está lejos de estar superpoblada. Pero, es verdad que la tasa de natalidad del África subsahariana se ha disparado en la actualidad, siendo hoy una de las más altas del mundo. Esta es una realidad que tiene su explicación en la cultura y religión africanas. Tener muchos hijos es una bendición de Dios.

Este enorme crecimiento demográfico en África nos introduce en un laberinto de problemas y consideraciones, tanto sociales, políticas y económicas, como morales, culturales y religiosas, que no se pueden obviar. La solución de este problema requerirá sabiduría y prudencia, por parte de los políticos tanto africanos como extranjeros. África necesitará el aporte combinado de variadas estrategias, de las que no se podrán excluir, a priori, las razones éticas. Tampoco se deberá olvidar que el devenir democrático de África, la consolidación y estabilidad de los países que la componen dependerán de las respuestas que se den a las expectativas de formación, trabajo y bienestar, que se ofrecerán a todos, pero, sobre todo, a los jóvenes.

Por otra parte, el previsible aumento de la presión migratoria, como consecuencia del crecimiento demográfico africano requerirá cambios, por parte de Europa, en su relación paternalista con África, basada, hasta ahora, en un libre comercio egoísta, y desarrollar tanto “inversiones en el continente africano como generosidad en la gestión de los flujos migratorios”. Mientras el dorado europeo siga brillando en la imaginación de los jóvenes africanos, éstos estarán dispuestos a todos los sacrificios para tratar de alcanzarlo. El mar no dibuja fronteras.

Agustín Arteche Gorostegui