Lo leímos un tanto sorprendidos: “Nos están fallando. Pero los jóvenes estamos empezando a comprender su traición (…) Si eligen fallarnos, les digo, ¡nunca los perdonaremos!”. Enfadada y casi llorando, así amenazó la semana pasada la joven activista sueca Greta Thunberg a los líderes mundiales que se habían reunido en la sede de Naciones Unidas para, en teoría, presentar medidas concretas con las que combatir el cambio climático. Y tal vez Greta no se daba cuenta de que, más que amenaza, sus palabras eran una profecía. Porque por desgracia, al ritmo que vamos, está claro que dentro de cincuenta años los ahora niños y adolescentes tendrán motivos sobrados para no perdonarnos. En 2015 los medios calificaron de “histórico” el Acuerdo de París sobre el Clima, adoptado por 184 países, entro los cuales estaban la mayoría de los países de África. Ese acuerdo no entró en vigor hasta noviembre de 2016. Dos años más tarde, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se reunió en Katowice, Polonia, para finalizar el programa y el reglamento del Acuerdo de París. Poco se ha realizado desde entonces, y de ahí la insistencia de António Guterres, secretario general de la ONU, de que en la reunión de la semana pasada hablaran sólo quienes pudieran presentar actuaciones realizadas o programas concretos. Entre tanto Trump había sacado a Estados Unidos del acuerdo de París, Bolsonaro minimizaba el drama de la Amazonia, y a la conferencia no asistía ningún representante de alto nivel de los países más contaminantes, USA, China e India.
La Cumbre de Naciones Unidas sobre la Acción Climática tuvo lugar del 21 al 23. Y el 27, dentro del movimiento “Viernes por el futuro” (iniciado un viernes de agosto de 2018, cuando Greta Thunberg, entonces quinceañera, llevó a cabo una sentada frente al parlamento en Estocolmo), cuatro millones de personas participaron en las huelgas estudiantiles por el clima en más de 160 países. Los medios han informado sobre las manifestaciones en Wellington (Nueva Zelanda), Halifax (Canadá), Kolkata (India), Buenos Aires (Argentina), Moscú (85 personas con un cartelón “Actuar ahora”), Lisboa (en donde la policía tuvo que oponerse a docenas de extremistas de “Extinction Rebellion Portugal”… y Pamplona, desde donde escribo estas líneas. Poco o nada sobre las escasas manifestaciones en África, con sólo alguna mención a las de Johannesburgo y Nairobi. ¿Acaso no interesa a los africanos el cambio climático?
“Los científicos advierten de que el cambio climático causará el caos en África”, era una de las noticias de VOA el pasado 5 de agosto. Se refería al informe de la Agencia de Meteorología de la universidad británica de Leeds que preveía para el continente episodios extremos de inundaciones y sequías: “Episodios que hasta ahora ocurrían cada treinta años, en el futuro podrán producirse cada dos o tres”. En 2015 el “Índice de Vulnerabilidad por el Cambio Climático” publicado por Maplecroft (Consultoría inglesa de riesgos estratégicos para empresas e inversores) constataba cómo el cambio climático estaba ya afectando a África. Y no sólo porque la sequía de 2011/12 en África del Este había sido la más devastadora en sesenta años, y el 82% de las nieves perpetuas del Kilimanjaro habían desaparecido desde que fueron medidas por vez primera en 1912. Todavía hoy la sequía hace que 12 millones de personas tengan necesidad de ayuda en Etiopía, Kenia y Somalia. Y en África Occidental, la degradación del río Níger está fragilizando a buena parte de Malí que depende del río para su agricultura, pesca y transporte. “En los próximos 25 años, el mayor motivo de conflictos en África será el agua”. Lo advirtió en 1999 un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Según reseño la BBC en su momento, los conflictos podrían tener lugar en las cuencas hidrográficas del Nilo, Níger, Volta y Zambeze. De hecho en el Portal del Conocimiento sobre África de la Fundación Sur se ha mencionado a menudo los conflictos ya existentes entre Egipto, Sudan y Etiopía por las aguas del Nilo, se realizó un profundo análisis en un Cuaderno sobre El Agua en África y se ha escrito también sobre el lago Chad; su contracción afecta a la agricultura de su cuenca, convirtiéndola en terreo fértil para los movimientos terroristas. Y la escasez de agua y de pastos hace que aumenten en África Occidental los conflictos entre pastores y agricultores, agudizados a veces por las diferencias religiosas.
Tres factores empeorarán en África la crisis del cambio climático. El primero es la dependencia de la agricultura, en la que trabajan el 54% de los africanos (Túnez 18’3%; Costa de Marfil 48’3%; Níger 87%; Burundi 70%; Sudáfrica 5’6%). En la década de los 80 la producción agrícola aumentó regularmente en un 2’3%, y en un 3’8% a partir del año 2000 (aumento aún mayor en verduras y hortalizas). Pero será insuficiente para una población, es el segundo factor, que ha crecido desde los 140 millones en 1900 a los mil millones en 2010, con una previsión de 1.500 millones en 2050. El tercer factor, al que apunta el CSAO (Club del Sahel y del África Occidental, plataforma internacional independiente apoyada en la OCDE)) es la urbanización en curso. La mitad de la población del continente vive en ciudades, y habrá que tenerlo en cuenta al programar y poner en práctica la adaptación necesaria a los cambios climáticos en curso.
De hecho, también en algunas ciudades africanas se han manifestado los jóvenes esta última semana. “África no se ha quedado al margen de la movilización mundial por el clima. En Uganda, Kenia y otros países, cientos de jóvenes se han manifestado en las calles”, anunciaba Le Point Afrique. Y citaba el ejemplo de la joven activista ugandesa Leah Namugerwa, que había celebrado su 15 cumpleaños no con una fiesta sino plantando 200 árboles. La Thomson Reuters Foundation ha contado la historia de Yeo Sarr, universitario senegalés que lleva un año intentando organizar los “Viernes por el Futuro”. Ha conseguido 230 adeptos, pero en las manifestaciones nunca ha habido más de 40. “La gente me dice que lo que ocurre con el clima es voluntad de Dios”. Esa no es precisamente la opinión de John Mah’Rav, que reaccionaba así a la noticia dada por Le Point Afrique: “Francia, como la mayoría de los países desarrollados, adopta un actitud políticamente correcta, sin que sigan acciones concretas porque no quiere encontrarse en desventaja respecto a los otros grandes países contaminadores. Y el chantaje ecológico lo pagan los países del Sur”. También es verdad que un joven burundés, zambiano o mozambiqueño tiene demasiadas cosas en las que pensar, cómo encontrar trabajo, comprar ropa de segunda mano, buscar un medio de transporte, evitar que la policía le pida “ayuda”, y pensar en la educación de su hermano pequeño… En definitiva, le queda muy poco tiempo para ir a manifestarse por el cambio climático.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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