África tras la Guerra Fría, por Omer Freixa

12/11/2019 | Bitácora africana

guerra_fria_africa.jpg La causa de los conflictos ya no es ideológica como en el pasado sino que se trata de contiendas privadas a efectos de depredar recursos económicos

Se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín. El 9 de noviembre de 1989 fue una divisoria de aguas en la historia universal. Este hecho anunció el principio del fin de la Guerra Fría y del mundo bipolar hasta entonces conocido, con profundas transformaciones en todo el planeta. Poco más de dos años más tarde, el derrumbe de la Unión Soviética terminó consolidando el cambio a una nueva etapa. En todo el proceso y después, África atravesó muchos cambios.

Pérdida de importancia, por un tiempo

El derrumbe del bloque soviético implicó un cambio importante en las relaciones internacionales. Si África fue espacio de rivalidades y guerras “calientes” en el marco de la Guerra Fría, a partir de principios de la década de 1990 eso último concluyó.

La importancia geoestratégica africana decayó y con ello disminuyó el flujo de armamento mientras que la ayuda para el desarrollo se mantuvo en niveles bastante bajos. Se generó cierto olvido de parte de las grandes potencias. En el caso ruso, el abandono del continente fue total y Moscú comenzaría a recentrarse en éste años más tarde. En el caso de los Estados Unidos, Washington no se retiró pero la atención destinada al mismo fue considerablemente menor.

Lo positivo fue que, atento al desinterés geoestratégico mostrado por gran parte del mundo, los dirigentes africanos tuvieron más margen de maniobra que en el pasado. Al menos durante los primeros años luego del fin de la Guerra Fría, una élite africana pareció buscar soluciones locales a los problemas propios, sin injerencias externas, aunque a la larga terminaron mostrándose serviles frente a poderes foráneos. Lo cierto es que surgieron potencias regionales como Sudáfrica o Nigeria. En efecto, al día de hoy ambos países disputan la primacía económica africana.

Lo malo fue que la falta de atención internacional posibilitó desgracias como el colapso de Somalia (1991), que incluyó una fallida intervención estadounidense seguida por una rápida retirada, y el genocidio en Ruanda (1994), responsable del asesinato de, como mínimo, 800.000 personas masacradas en apenas 100 días frente a la pasividad de la comunidad internacional. La vecina Burundi también generó violencia preocupante y, en África occidental, Liberia y Sierra Leona vivieron la mayor parte de la década de 1990 en guerra civil. Como si no fuera poco, al finalizar los años noventa, la región de los Grandes Lagos se convirtió en un verdadero polvorín con el inicio de lo que se dio a conocer como “I Guerra Mundial africana”, responsable del mayor número de muertes en conflicto bélico desde el término de la II Guerra Mundial.

Por último, algunas instituciones ingresaron a África en reemplazo del abandono de los grandes poderes, como organismos no gubernamentales, entre otros. En conclusión, aumentó la imagen proyectada sobre el continente de la urgencia permanente por ser salvado, de la necesidad incesante del asistencialismo occidental.

Desde el final de la Guerra Fría los conflictos tienen que ver con el aprovechamiento de las abundantes riquezas africanas. Es decir, la causa de los conflictos ya no es ideológica como en el pasado (comunismo versus capitalismo), sino que se trata de guerras privadas a efectos de depredar recursos económicos en determinadas zonas.

La I Guerra Mundial Africana (1998-2003) es un ejemplo de ello. Tras la liberación del antiguo Zaire, luego de años de dictadura del Mariscal Mobutu Sese Seko (1965-1997), que funcionó como un dique de contención del comunismo, una alianza local con apoyo militar de las vecinas Ruanda y Uganda, derrocó al gobernante e impuso un nuevo gobierno. Pero al cabo de unos meses esa coalición se rompió y sobrevino la invasión de suelo congoleño por parte de esos dos países. El motivo de ese quiebre fue la codicia por hacerse de los cuantiosos recursos mineros de la actual República Democrática del Congo. La guerra, iniciada en 1996 con el combate contra Mobutu, y las consecuencias que llegan al presente, son responsables de más de tres millones de muertes en el corazón de África central.

El factor común en estas guerras de rapiña es que la principal víctima es la población civil, que resulta masacrada o debe desplazarse. Otro aspecto importante es que los líderes africanos intervienen si hay recursos en juego que los pueden beneficiar e incluso lo hacen en perjuicio de sus gobernados y hasta con complicidad extranjera. Esos poderes externos son parte de redes que muestran la inserción de África en el escenario global, como fue siempre.

Estas guerras posibilitan un nuevo fenómeno político que es la irrupción de la estatalidad fallida. Los Estados colapsados son la mejor coartada para continuar depredando territorios inestables. Gran parte de los conflictos aquí mencionados, como el del antiguo Zaire, tuvo un sustrato basado en la disputa por valiosísimos recursos naturales. En otras oportunidades, la importancia de intervenir en un enfrentamiento sería justificada por el valor geoestratégico del territorio afectado (Somalia).

De todos modos, África es muy diversa (la mayoría de sus naciones vive en paz) y una buena noticia fue la democratización de buena parte del continente. Previamente, la era comunista impuso en varios países regímenes de partido único alineados a Moscú que, a partir de la crisis y posterior colapso de la Unión Soviética, debieron reformarse y adoptar el multipartidismo. En consecuencia, durante los años noventa, países como Angola, Mozambique y Etiopía implantaron la democracia y la vuelta al libre mercado, no sin atravesar procesos de ajuste y reforma económica. Todo lo contrario sucedió en SomalIa que, sin apoyo norteamericano, en vez de establecer la democracia se hundió en los abismos.

Por otra parte, la retirada de las superpotencias alentó la finalización de la guerra civil mozambicana (1992), pues en ese conflicto, agrupaciones locales se enfrentaron amparadas por Washington o Moscú, junto a otros apoyos, como la Sudáfrica del apartheid. También en la otra gran excolonia portuguesa, Angola, se dieron cambios, como el retiro de la participación cubana, pese a que la guerra civil se extendió hasta 2002. En ambas contiendas el involucramiento estadounidense y ruso no fue directo sino que proveyó fondos y armamento.

En el antiguo Zaire, la caída de Mobutu implicó la llegada de la democracia, tensión que el dictador se resistió a aceptar dando pasos vacilantes hasta que se hizo tarde. Tampoco se pudo sostener el bastión racista sudafricano, que por décadas fue otro baluarte frente a la “amenaza roja”, resultando en las primeras elecciones democráticas de su historia en abril de 1994 y la llegada de Nelson Mandela al poder. Washington celebró la imposición democrática, mostrándose abanderada de valores llamados a triunfar sin la existencia del gigantesco rival comunista del pasado.

África vuelve a importar

“Vengan las adversidades que vengan, ¡ahora nada puede pararnos! Ante las dificultades, ¡África estará en paz! Por cuanto más improbable pueda sonar a los escépticos, ¡África prosperará!”. Partiendo del concepto de “renacimiento africano” así se lee al final del discurso Soy africano, de mayo de 1996, del entonces presidente sudafricano Thabo Mbeki, en vísperas de la aprobación de la Constitución nacional. Esa cita puede ir en alusión a la idea referida antes del control de las agendas por parte de los propios africanos. Sin embargo, a más de 20 años, esas palabras tal vez suenen hoy huecas pues los conflictos continúan en algunos puntos de África, es decir, las guerras depredatorias cuya modalidad no es novedad (Libia, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Sudán del Sur).

África promete, es un manantial de recursos y su población aumenta a un ritmo sorprendente, augurando posibilidades para un mercado cada vez más grande. Mbeki concluyó el discurso de 1996 insistiendo: “¡Nada puede pararnos ahora!”. No obstante, el fin del mundo bipolar abrió el juego a la entrada de más competidores y hay una fuerte puja con la inclusión de países cuya injerencia en el continente es novedosa. Se trata de economía pero también de presencia militar. Estados Unidos, China y Rusia, antiguos conocidos, son los grandes protagonistas en todo sentido.

Si bien la prioridad de Estados Unidos es Medio Oriente, nunca se fue de África (pese a que acuse menos interés en la actual gestión Trump) y mantiene una férrea política de lucha contra el terrorismo a partir del 11 de septiembre de 2011. El país americano debe lidiar con el gigante chino, cuyos primeros pasos grandes comenzó a darlos desde 2000 y desde hace unos años es el principal socio comercial de África. Tan solo a Nigeria, el Exim Bank de China ha concedido 5.600 millones de euros desde 2002, en concepto de préstamos.

Rusia no se quiere quedar atrás, una vez retornada al relacionamiento con África desde la era Putin, a partir de 1999. En efecto, el término de la primera cumbre Rusia-África marca las ambiciones rusas y una política más afinada de acercamiento. Así fue que, a finales de octubre, se alcanzó el compromiso de aumentar el ascendente comercio bilateral (no obstante, ubicado debajo del chino o el de la Unión Europea), y propender al desarrollo de los países africanos mediante la firma de más de 500 acuerdos por unos 11.200 millones de euros. Aspecto a destacar, Moscú condonó unos 18.000 millones a países africanos en concepto de deuda contraída durante el período soviético. En materia de suministro de armamento, Rusia es líder y, según datos del Kremlin, la venta continental ascendería a unos impresionantes 3.600 millones este año.

Otros países menos poderosos también quieren vincularse con África como India, Turquía, Japón, Vietnam y Brasil. Israel es un viejo conocido, otrora un vital apoyo del apartheid sudafricano, y hoy busca también una porción del pastel que significa África para estos múltiples poderes. Por su parte, las exmetrópolis del pasado, Gran Bretaña y Francia (en particular su Françafrique), siguen activas en el continente, y Alemania, luego de la re-unificación en 1990, ha vuelto a interesarse. Además de Israel, más países de Medio Oriente mantienen presencia militar en la región del Cuerno de África, como Arabia Saudita, Irán y Emiratos Árabes Unidos.

El continente africano vuelve a importar en la política internacional. Más de 320 embajadas o consulados se abrieron entre 2010 y 2016.

Original en : Blogs de El País África no es un país

Autor

  • Historiador y escritor argentino. Profesor y licenciado por la Universidad de Buenos Aires. Africanista, su línea de investigación son las temáticas afro en el Río de la Plata e historia de África central.

    Interesado en los conflictos mundiales contemporáneos. Magíster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF).

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