No se molesten en buscar esta noticia en la prensa internacional, ni mucho menos en la española, (*) porque no la encontrarán. El pasado 21 de noviembre murieron alrededor de 90 personas en la ciudad centroafricana de Bria y sus aledaños. Fue en enfrentamientos armados entre dos facciones de los rebeldes musulmanes de la Seleka: las dominadas por las etnias Gula y Peul. El asunto sigue coleando y se teme nuevos rebrotes de violencia entre los dos grupos.
A los que siguen este blog les sonará que en la República Centroafricana llevan cuatro años de una guerra que ha tomado tintes confesionales y que enfrenta a musulmanes contra cristianos o sería mejor decir no musulmanes, ya que a muchos de los que engloba bajo la etiqueta de “cristianos” son, si de religión hablamos, animistas. La Seleka, mayoritariamente musulmana, estuvo en el poder entre marzo de 2013 y enero de 2014 y aunque en la capital, Bangui, este nombre evoca hoy una pesadilla lejana, sus milicias siguen dominando hoy amplias zonas del Este y el Norte del país. Sus enemigos, las milicias anti-balaka, son mayoritarias en amplias zonas del Oeste y el Sur del país, así como en Bangui, pero en la capital la mayor parte de ellos han aceptado el programa de desarme y desmovilización y llevan más de un año tranquilos y con las armas guardadas.
Uno de los problemas que solemos tener los occidentales con las guerras que ocurren en muchas partes del mundo es que nos cuesta entender un conflicto en el que hay más de dos bandos, con el añadido de que con nuestro sesgo un tanto maniqueo queremos que nos expliquen quienes son “los buenos” y quiénes “los malos” para saber de qué parte ponernos. Imposible aplicar un esquema así a tantas conflagraciones que se libran hoy en nuestro mundo, incluidos lugares como Siria, Iraq o Libia que sí aparecen más en nuestros medios informativos. En la República Centroafricana hay hoy por lo menos once grupos armados, entre los cuales se cuentan dos facciones anti-balaka y cinco de la Seleka. En ocasiones, y según sople el viento, algunos de estos grupos y sus gerifaltes se unen en alianzas de conveniencia que no suelen durar mucho y que se desintegran y acaban en enfrentamientos, como ha ocurrido con el caso al que me refiero. Las razones pueden ser viejas disputas con una base étnica, agravadas por competencia por el control de recursos naturales como oro, diamantes, maderas, y también impuestos ilegales que los señores de la guerra imponen en sus zonas de influencia a campesinos, comerciantes y a pastores de ganado.
En el caso al que me refiero, los Gulas y los Peul son mayoritariamente musulmanes y están con la Seleka. Pero desde hace mucho tiempo las dos etnias se desprecian mutuamente y sorprende poco que hayan acabado matándose a tiros. Los Peul son mayoritarios en la facción de la Seleka conocida como la Unidad por la Paz Centroafricana (UPC), liderada por el jefe de guerra Ali Darras. Los Gulas son, junto con los Runga, mayoritarios en otra facción llamada Frente Popular para el Renacimiento de Centroáfrica (FPRC). Ambas etnias son originarias del Noreste del país, y también tienen sus diferencias serias entre ellas y a veces se han desangrado por luchas internas. Tras los enfrentamientos del pasado lunes en Bria, la tensión se extendió a otra ciudad importante, Bambari, donde el UPC y su líder Ali Darras imponen su ley. Tras conocerse el trágico desenlace de los choques en Bria, los Gulas que viven en Bambari se han refugiado en el barrio cristiano, y los dos grupos armados se miran con rabia mientras las tropas de Naciones Unidas intentan, no siempre con éxito, mantenerlos separados.
En la República Centroafricana, como ocurre con prácticamente todas las situaciones de conflicto, hay más de una división. Además de la dolorosa separación entre cristianos y musulmanes, las etnias que siguen mayoritariamente el Islam tienen también sus serias diferencias entre ellas: Peul contra Gulas, Gulas contra Runga, y todos ellos contra los centroafricanos de origen chadiano, a quienes se suelen referir como “árabes”. Ya hablé en un post anterior de los choques armados que hubo a finales de octubre en el barrio musulmán de Bangui entre dos milicias: una de mayoría “árabe” y otra de mayoría Runga, con el resultado de nueve muertos.
También entre las etnias de mayoría cristiana hay sus diferencias. Siempre me ha sorprendido escuchar a personas ya de una cierta edad procedentes del sur de Centroáfrica decir que durante los primeros 30 años después de la independencia las cosas iban bastante bien porque gobernaron presidentes sureños: David Dacko y Bokassa, que eran Mbaka, y Kolingba, que era Yakuma. Las cosas, según ellos, empezaron a torcerse cuando llegaron presidentes del noreste: Patassé, que era Sara-Kaba, y Bozizé, que era Gbaya. Demasiadas fracturas para una sociedad, como la centroafricana, que tiene como divisa “Unidad, Dignidad, Trabajo”. La unidad no pasa de ser una quimera en un país que desde 1960 ha pasado por al menos diez golpes de Estado (con éxito o fallidos) y en el que la mayor parte de sus líderes políticos se han distinguido más por favorecer a sus familias que por privilegiar el interés nacional.
Es cierto que tras las guerras africanas suele haber intereses económicos por el control de valiosos recursos naturales, y también manos invisibles de carácter internacional. Pero no se puede ignorar el hecho de que numerosas sociedades africanas han vivido procesos muy largos de fragmentación y siguen sumidos en ellos. Para alcanzar la paz, África necesita más que nunca líderes que unan, y no que separen. Países muy pobres en recursos naturales, pero que han tenido la suerte de contar con líderes así, se han librado de guerras, como es el caso de Senegal y Tanzania, y la gente es pobre pero al menos vive en paz. Otros países, muy ricos en recursos naturales, pero que han tenido dirigentes que les han dividido, como Centroáfrica, Sudán del Sur o la República Centroafricana, siguen desangrándose.
Original en : En Clave de África
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