La voz. El silencio. Una dupla que moviliza la historia. La gran tensión que a mi modo de ver atraviesa el devenir histórico del continente africano. Por mucho tiempo la mirada eurocéntrica impuso la idea que África no tuvo historia, el silencio. Uno de los filósofos más ilustres de la Modernidad, Georg Hegel, sentenció en el siglo XVIII: “Lo que entendemos propiamente por África es algo aislado y sin historia, sumido todavía por completo en el espíritu natural, y que sólo puede mencionarse aquí, en el umbral de la historia universal”.
Este referente europeo de la Modernidad marcó a fuego la impresión que se tiene sobre él y su gente. Primó el silencio por mucho tiempo. Esas palabras resuenan hoy día como una verdad absoluta e incuestionable para muchos. No tener historia equivale a no tener voz, y el que calla es fácilmente dominado.
Así fue como el contenido de la fuerte aseveración del filósofo alemán fue reforzado mediante uno de los delitos más infames que registra la Humanidad en todos sus anales, el que se denominó la Gran Trata Atlántica. Con un resultado cercano a las diez millones de víctimas (según algunos conteos estimados), constituyó un proceso histórico que en apenas cuatro siglos despobló en buena parte África y la convirtió en un sumidero de mano de obra barata y desechable para las plantaciones y otros sitios de trabajo forzado en la América colonial para los desgraciados africanos (ver Regreso a la costa de los esclavos). Todo involucionó en África durante aproximadamente los años 1600 a 1800. Como expresara el genial historiador británico, Basil Davidson, el continente se convirtió en el gran agobio del hombre negro, su habitante.
Para los africanos transplantados del otro lado del océano el silencio fue la mejor arma del dominador. Pero no callaron absolutamente, ni en vano. Por lo bajo, resistieron y dejaron una nueva cultura en América, que siempre rebrota, como se verá a seguido.
La voz. La trata fue un comercio nefasto del cual, en líneas generales, nadie se arrepintió. Lucrativas ganancias dejaron su sello en la arquitectura de muchos sitios europeos, por no perderse en inventarios de otras clases. Tras arduas tareas, viajes insufribles y horrores indescriptibles los de “rostro de bronce” se ganaron el reprochable título de esclavos, y así se los consideró por mucho tiempo, con un nivel de degradación humana que ningún otro pueblo sufrió al paroxismo en la historia como el africano. En otras palabras, la fórmula se resumió en la idea de que el oriundo de África era el ideal a ser esclavizado porque no tenía nada que ofrecer más que sus fuertes brazos para trabajar en tareas consideradas humillantes para el resto. Recién a finales del siglo XVIII las primeras y minoritarias tímidas voces denunciaron lo infame de ese tráfico. La voz se activó de a poco. Tampoco el contexto fue muy alentador. La esclavitud en lugares de América como Brasil y Cuba se abolió tardíamente, recién a finales del siglo XIX.
Luego siguió un capítulo que reforzó la penuria de los sin voz. Caprichosamente África fue repartida para la misma época en apenas una decena de Estados europeos. El colonialismo, que el reparto de África marcó como hito fundacional, implicó una reactivación del silencio. Pero los africanos siempre lo resistieron. En la lucha contra el dominio europeo (ahora puesto en el mapa) fueron labrando herramientas de lucha, una de ellas fue la voz. La prensa, los sindicatos, el poder de la palabra, en suma, con las independencias a los africanos les llegó la hora de la verdad. Volver a recobrar sus voces, escribir sus propias historias desmintiendo la cuasi mítica aseveración del filósofo de la Modernidad a partir de la década de 1960. Los lápices hoy siguen escribiéndolas. Por suerte, tres ejemplos recientes siempre lo recuerdan.
El primero. La Historia General de África, un ambicioso proyecto de la UNESCO lanzado durante la década de 1980, cubrió en ocho volúmenes la historia continental, y el número 9 se halla en proceso de elaboración a partir de un equipo de investigadores que está siendo reclutado en estos días. Por empezar, se conoce quién será su futuro coordinador, el distinguido profesor angoleño Luis Kandjimbo. Esta nueva edición abarcará el problema de la diáspora y además supone la oportunidad de efectuar una actualización de contenidos de las pasadas ediciones. Es que queda mucha historia africana por escribir. Como no puede ser de otro modo, se deben superar siglos de silencio.
Segundo. Una investigación antecedida por el correspondiente hallazgo arqueológico reveló la causa de la muerte del famoso faraón egipcio Tutankamón. Fue la embestida por un carruaje militar en el transcurso de una batalla y no por la malaria que clásicamente se supuso. Excelente, la voz contribuye a continuar recuperando el pasado, pero falta algo. En ningún momento, tanto en el enfoque periodístico encargado de difundir la buena nueva o desde la perspectiva de los difusores de la revelación, se invirtió siquiera un poco de escrito en explicar que la raíz de la gloriosa civilización egipcia es de corte africana. A pesar de todo, el silencio no desaparece.
Tercero, por último, y fuera de África. Introduciéndonos de lleno en la Argentina. El pasado 8 de noviembre se conmemoró por primera vez el “Día nacional de los afroargentinos y de la cultura afro”. Entre varias cuestiones, cabe destacar la producción de una guía escolar para visibilizar el aporte afro en la identidad del país austral. Porque si Hegel justificó la falta de historia africana, muy por el contrario, la voz africana se extendió más allá de los confines del continente cuna de la humanidad. La citada e infame Trata Atlántica dejó un legado rico pero que en América latina las élites que forjaron las nuevas naciones simultáneamente cuando África era repartida literalmente como una torta, se obstinaron en no reconocer. El silencio aún se muestra y la reticencia invita a creer frases como que en Argentina no hay negros, o el racismo en sus múltiples formas contra la población afro en varios países latinoamericanos.
Hegel enseñó, además de mostrar la ahistoricidad de África, que la dialéctica mueve al mundo, por así decirlo. Como se ve, la tenaz oposición entre la voz y el silencio aún sigue escribiendo las páginas de la historia. El papel del historiador es lograr que la primera se anteponga. Si en África dominó el silencio, su meta es recobrar la totalidad de voces y permitir que el continente deje de ser un algo opaco y silencioso. Superar la ignorancia porque, como resume una brillante frase “La cosa más oscura sobre África ha sido siempre nuestra ignorancia de ella”.
Original en : Blogs de El país . África no es un país