Desde la llegada de los primeros esclavos africanos, desde los primeros instantes en que el continente americano se transformó en una pieza indisociable del comercio triangular, las colonias americanas vivieron bajo la influencia africana. Una influencia sutil, difusa, prohibida, negada, pero que, al fin y al cabo, fue impregnando los tejidos sociales como lo hace una fragancia en una prenda. Es decir, sin poder apreciar su progreso, sin poder descifrar cuáles son las dinámicas detrás de este proceso.
El flagelo de la esclavitud y la dura segregación, una aculturación de cinco siglos impuesta desde las elites políticas y religiosas, no permitieron que esa huella cultural africana desapareciera. La Colombia de hoy sigue siendo, a pesar de todo, y por encima de aquellos grandes obstáculos nacidos con los diferentes conflictos tras la independencia, un territorio que exhala africanidad en muchas de sus expresiones y sentimientos, en sus valores, en sus momentos más inocentes y maduros.
Así pues, Colombia es un espejo con el que se puede reconstruir el África que la “conquistó”. Observar este horizonte en busca del África de antaño reviste un esfuerzo sutil y contrastado: el de releer la historia, las costumbres y tradiciones, interpretar los silencios, y reubicarlo todo en un espacio más amplio, saltar el gran océano, para entender lo que llegó a ser África antes de la trata negrera. De este modo se puede recomponer la riqueza del África y ordenar los elementos en una cartografía que supera los límites terrenales y que se alimenta de todas las experiencias del ser humano.
Johari Gautier Carmona
Original en: Panorama Cultural