autor: Johari Gautier Carmona
Desde la llegada de los primeros esclavos africanos, desde los primeros instantes en que el continente americano se transformó en una pieza indisociable del comercio triangular, las colonias americanas vivieron bajo la influencia africana. Una influencia sutil, difusa, prohibida, negada, pero que, al fin y al cabo, fue impregnando los tejidos sociales como lo hace una fragancia en una prenda. Es decir, sin poder apreciar su progreso, sin poder descifrar cuáles son las dinámicas detrás de este proceso.
El flagelo de la esclavitud y la dura segregación, una aculturación de cinco siglos impuesta desde las elites políticas y religiosas, no permitieron que esa huella cultural africana desapareciera. La Colombia de hoy sigue siendo, a pesar de todo, y por encima de aquellos grandes obstáculos nacidos con los diferentes conflictos tras la independencia, un territorio que exhala africanidad en muchas de sus expresiones y sentimientos, en sus valores, en sus momentos más inocentes y maduros.
Así pues, Colombia es un espejo con el que se puede reconstruir el África que la “conquistó”. Observar este horizonte en busca del África de antaño reviste un esfuerzo sutil y contrastado: el de releer la historia, las costumbres y tradiciones, interpretar los silencios, y reubicarlo todo en un espacio más amplio, saltar el gran océano, para entender lo que llegó a ser África antes de la trata negrera. De este modo se puede recomponer la riqueza del África y ordenar los elementos en una cartografía que supera los límites terrenales y que se alimenta de todas las experiencias del ser humano.
1. Un rostro libre ante el espejo
El ser humano es el primer testimonio de lo que fue una sociedad. Sin individuos no hay sistema que funcione, ni jerarquías, ni relatos. El ser humano es la base de todo, y en su experiencia se encuentra la luz de una comunidad, el secreto de su fundamento.
En la pesadumbre del esclavo africano, aquel hombre que se ve forzado a abandonar su tierra, se antepone una tragedia: la del indígena que sucumbe durante el trabajo forzoso a causa de epidemias y condiciones de trabajo devastadoras. Ante esa cruel realidad, el colono europeo opta por la mano de obra africana, más fuerte, más resistente, quizás también ya acostumbrada a trabajar con claros fines productivos y expuesta a contactos con otras gentes. En Europa, desde el siglo XIV, y a través de cartografías financiadas por el rey francés Carlos V[i], se sabe que algunos reinos africanos –entre ellos, los de Malí y Ghana– son productores de un oro de calidad excepcional. El viaje del mansa (emperador) Kanku Musa a La Meca en 1324 fue un claro testimonio.
El sometimiento al régimen esclavista de las potencias europeas fue el resultado de la fuerza, la división y la desolación. No hubo aceptación en ningún momento. La historia de Benkos Biohó[ii], ese esclavo cimarrón que puso en jaque a la corona española a principios del siglo XVII y se autoproclamó Rey del Arcabuco en Cartagena de Indias tras inspirar la lucha de sus semejantes, habla de la existencia de clases altas en las sociedades africanas, íntimamente ligadas al poder militar, que insuflaban fuerzas a sus seguidores. Él, Benkos Biohó, rey africano hecho preso en las costas de la actual Guinea Bissau[iii], hostil al trato humillante e inhumano que se daba a los negros esclavos, impuso su jerarquía noble al conducir los esclavos negros a la libertad en el Palenque de San Basilio y exigir el derecho de llevar sombrero, capa y daga en el centro de Cartagena. Fue posiblemente el primer negro en montar a caballo en América Latina. El primero también en reivindicar la monarquía como atributo africano.
Héroes y gobernantes del África negra con visión no faltaban en aquella época para inspirar a hombres como Biohó. Desde los reyes del imperio de Ghana en el siglo XI (quienes comerciaban con orgullo su oro con los mercaderes musulmanes), hasta la leyenda de Sundiata Keita (quien superó las limitaciones de su cuerpo tullido para levantar el Imperio de Malí), el Rey Abubakar II (quien proyectó la odisea de cruzar el océano Atlántico desde las costas de Senegambia), o las conquistas de Sonny Ali Ber dentro del Imperio Songhai (comparables con las conquistas de Alejandro Magno), la tradición oral de la costa occidental africana no escasea en ejemplos de liderazgos que alimentan el grito de dignidad que expuso Biohó hasta su fatídica muerte.
El continente del que llegaban los secuestrados negros era una tierra dinámica, de una extrema complejidad idiomática y cultural, donde las relaciones entre los pueblos se construían sobre un sutil equilibrio que implicaba amistad histórica, vasallaje, compenetración y vecindad geográfica, así como especialización productiva o militar. Las fronteras eran difusas, intangibles, al igual que en la América pre-colonial. En su obra “La estación de la sombra”[iv], la escritora Léonora Miano, reconstruye ese entramado complejo de pueblos antes de que la trata negrera ocasionara el principio del fin. Es el “minuto antes” de que desaparezca el África que dejaron atrás los primeros esclavos.
2. Madurez y fortaleza antes del abismo de la Trata negrera
Desde los primeros contactos con Europa, África estaba densamente poblada. Según el historiador Niane[v], la población del continente negro era cercana a los 200 millones de habitantes en el siglo XV, muy por encima de lo que algunos investigadores estiman para América Latina (60 millones para la corriente moderada más reciente y 150 millones para la corriente alcista de mediados del siglo XX). Por este motivo los europeos desestimaron toda iniciativa de colonización: el esfuerzo de conquistar África hubiese sido inviable dada la población y la poca diferencia armamentística que existía en aquel entonces. América Latina, sin embargo, ofrecía, un contexto mucho más favorable en cuanto a la demografía y al dominio militar.
Ese desarrollo poblacional venía también respaldado por un progreso urbanístico[vi]. Tombuktú, la ciudad de El Cairo, las ciudades-estado Haussa y las de la zona del Gran Zimbabwe representaban algunas de las grandes aglomeraciones, verdaderos puntos neurálgicos, por los que se establecía la intensa actividad económica del continente. Los intercambios entre ciudades no sólo incluían bienes de primera necesidad sino también libros y otros objetos de carácter cultural, artístico y religioso.
En el siglo XV, por ejemplo, Tombuktú tenía unos 100 mil habitantes (superando los 60.000 de Roma y acercándose a los 180.000 de París), y en sus mercados los libros eran percibidos como objetos de máximo valor, superiores incluso al oro, que otorgaban prestigio social y conocimiento. En sus bibliotecas universitarias, entre las primeras del mundo, se conservaban hasta veinte mil volúmenes de libros, y también se conocían bibliotecas privadas que incorporaban miles de textos.
De Tombuktú nacieron grandes pensadores y filósofos. El gran cronista árabe Ibn Batuta y el historiador Ibn Jaldún, quienes retrataron un África en constante movimiento también evocaron la profundidad de un pensamiento social y filosófico. Ibn Jaldún definió ya en aquel entonces la Historia como la sumatoria de procesos de cambio social y propuso un marco analítico para el estudio de los pueblos.
Así era el África que dejaban los primeros esclavos. Diversa, original en sus estructuras, libre en su funcionamiento y relacionamiento, polifacética, consecuente, auténtica, y todavía muy inocente. La sombra de la trata negrera, que vendría más adelante a institucionalizar el fantasma de la esclavitud, estaba a punto de acabar con esta base, pero también con una buena parte de su capital humano. Algunos investigadores estiman que, entre 1500 y 1866 (fecha oficial de la abolición de la esclavitud) fueron arrancados 11 millones[vii] de seres humanos de su suelo natal. Otros consideran que la cifra fue mucho mayor y que podría avecinar los 40 millones. Esta diferencia en los cálculos se debe a que muchas naciones se vieron involucradas en el negocio esclavista, a la clandestinidad de una buena parte de estas operaciones, pero también al hecho que entre 20 y 25% de los esclavos se suicidaban o fallecían durante la travesía[viii].
3 El reflejo de los saberes y tradiciones
Aunque Cabo Verde, Cacheo, Loanda, la isla de Santo Tomé y Ouidah se destacan como los principales puertos africanos donde se embarcaban a las personas destinadas a la esclavitud americana, se reconoce que en el periodo entre 1533 y 1580 debieron ser deportadas oficialmente hacia el puerto de Cartagena de Indias alrededor de 3.000 personas a los que se le llamaba “gente de los ríos de Guinea” ya que procedían de la región comprendida entre las actuales repúblicas de Senegal y Sierra Leona[ix]. Estos guineos estaban conformados por diferentes grupos humanos, como los Yolofos (que predominaban), sereres, mandingas, fulos y muchos más. Más adelante, desde el año 1580 hasta 1640, el origen de los secuestrados era principalmente el reino del Kongo y la región bantú.
Del país Yolofo -que durante el periodo comprendido entre el siglo XIII al siglo XV fue uno de los grandes estados musulmanes del África del oeste medieval-, llegaron el millo y el arroz, los principales productos agrícolas de la región comprendida entre Senegal y Gambia. El millo servía de cereal y también para preparar bebidas alcohólicas. En el oeste africano también se cultivaba de manera común las habas, el ñame, y la palma que se utilizaba para extraer de ella aceite y vino de palma.
El arroz era abundante en toda la región de Senegambia, y como bien lo expresa la investigadora Judith Carney, su cultivo llegó a ser continuo, muy complejo y de gran rendimiento en la época. “Mediante la integración de la variación en los tipos de suelo, la topografía y los regímenes de humedad con los objetivos de la producción de alimentos, los agricultores de África Occidental han logrado desarrollar un sistema agrícola que minimiza el impacto de las limitaciones de producción. Los primeros portugueses en llegar al litoral de Senegambia en 1444 se maravillaron del ingenio humano que había creado este sistema de producción de alimentos, al igual que quienes estudian su funcionamiento más de 500 años después”[x].
Los esclavos africanos fueron usados en las minas y en los campos, pero también supieron destacar sus destrezas en el cuidado del ganado y la cría de aves o cerdos, el cultivo de cereales como el sorgo rojo o el millo, los tubérculos como la yuca, frutos como el plátano y la caña de azúcar, además del cacahuete (maní) o el algodón, tan corrientes en el África occidental. También en la pesca fluvial y marítima, en la recolección de moluscos o incluso en la metalurgia, áreas en las que ciertos pueblos disponían de saberes muy avanzados. De esta manera. los africanos pudieron lucirse y teñir con sus colores las costas y, más adelante, el interior del continente sudamericano.
“Es muy probable que los negros que vinieron de África, que tenían sus tradiciones agrícolas allí, hayan sentido en su destierro el deseo de recuperar parte de ese conocimiento, y a pesar del trabajo forzado en las minas, en los primeros años de la colonia, hayan “presionado” a sus amos para que se les diera donde cultivar”, expresa el investigador Orián Jiménez[xi]. Y la idea es totalmente defendible. La nostalgia y el desarraigo, de alguna manera, pudo impulsar los esclavos africanos a recrear inconscientemente el África que habían dejado atrás, o el África que habían escuchado en los recuerdos de sus padres o familiares. No debe restarse importancia a la influencia del esclavo en lo que es hoy Colombia: al final, la Colombia de hoy –la Colombia que vibra con la Cumbia o el Vallenato, que come arroz, ñame y malanga- es también el fruto intuitivo y discreto de quienes sentían el África en primera persona, y la fueron introduciendo, moldeando, poco a poco, desde el trabajo cotidiano, e impregnándola paulatinamente en los tejidos del gran proyecto colonialista que era la América Latina.
Los saberes de los esclavos africanos son esenciales para reconstruir el África pre-colonial y entender lo que era, su nivel de conocimiento, su adelantamiento en ciertos aspectos medicinales, botánicos o humanísticos. Estos saberes eran considerados hasta hace poco como insignificantes, llegando a ser incluso tachados de simples supersticiones o consecuencias de creencias animistas sin importancia[xii].
4 – El espejo de una resistencia: las creencias, la cultura y la oralidad
Actuando como espejos poderosos y valiéndose de la rica biodiversidad Caribe y Pacífico, muchas comunidades de esclavos y sus descendientes preservaron la creencia de que los elementos del mundo natural eran dotados de energía o esencia, y que las formas de vida eran todas interdependientes[xiii], recreando así un equilibrio respetuoso con el medio ambiente. Estas creencias los llevaron a buscar en su entorno las respuestas naturales a epidemias, malestares, u otras heridas derivadas de alguna picadura.
El conocimiento acumulado recaía en una línea sucesoria –o círculos cercanos- de conocedores y expertos (curanderos, comadreras, parteras, o remedieras) que transmitían y conservaban su conocimiento de manera oral. Muchos investigadores defienden que la oralidad, en particular para los pueblos afrodiaspóricos, es una tradición socializante que garantiza la continuidad de valores éticos como la solidaridad, el respeto, la familia extensa y la alegría a pesar de los infortunios de la vida[xiv]. Es también un gran reflejo del África pre-colonial, ese África de los griots y de una memoria colectiva que fluye de boca en boca, generación tras generación.
Ante las vejaciones y prohibiciones padecidas durante la esclavitud, el afrodescendiente vio en la oralidad un arma para sobrevivir. En la inmaterialidad de las palabras, de la música, de las rimas y los versos, se hallaba la esencia de su legado, de su identidad y su libertad. Ser esclavo en América no alejó el afrodescendiente de ciertas prácticas socializadoras africanas sino todo lo contrario: las reforzó.
Ese volver a la esencia africana –ese abrazo con la identidad del continente negro- lo vivió Benkos Biohó al refugiarse en los Montes de María y fundar el primer pueblo libre de América Latina: el Palenque de San Basilio. Esto resultó ser como un encierro libertador. Un refugio para no ser desposeído de todo. Allá, con los demás cimarrones, organizados en comunidad autosuficiente, esa oralidad, y esos sistemas de transmisión del saber volvieron a afirmarse. Y en ese ímpetu, también se avivaron las expresiones del África pre-colonial, los ritos, las celebraciones y los cantos a los difuntos.
En este abrazo con el África auténtica se encuentran la danza y la música, dos formas de expresar una identidad y de construir memoria. Ambas representan lenguajes indispensables para activar el vínculo de la gente con la naturaleza y el pasado[xv]. Los alabaos, arrullos, chigualos o cantos de lumbalú exponen procesos de oralidad en los rituales mortuorios. Con ellos se llora a los que se fueron[xvi], a los que siguen guiando el pueblo desde otro mundo, como también se creía en el África que dejaron los esclavos africanos.
Y ese vínculo con los antepasados también conlleva una relación íntima con el tambor: el instrumento que ordena una gran parte de estas celebraciones, el que da vida o solemnidad a un instante, pero que también servía de comunicación en el África pre-colonial. Los tambores eran en aquella África símbolo de una potencia sobrenatural. Cada jefe de clan o de tribu tenía su tambor al que se le daba diversas funciones[xvii]. El bombo legüero o los tambores parlantes son los mensajeros o teléfonos de aquellos tiempos. Su sonido permitía la comunicación entre pueblos ubicados a una legua o más de distancia. Era un sistema de comunicación práctico, que se nutría de las entonaciones de cada idioma y servía para anunciar con precisión y rapidez eventos, sucesos o situaciones. De hecho, al descubrir estos sistemas de comunicación a principios del siglo XIX, los exploradores europeos se quedaron pasmados con la eficacia y elocuencia de estos tambores[xviii].
Los tambores fueron desde un principio parte esencial de la estructura social de los Palenques. Desde la actividad cultural y social hasta la organización de la resistencia, el tambor se consolidó como un instrumento fundamental e identitario. El tambor de los poblados liberados de América suena como en el África, con ese tono grave de verdad y de urgencia, de emoción y de orgullo. Como bien expresa Beatriz Mesa Mejía[xix], “Los tambores de Palenque sonamos distinto. Y no me pregunten por qué. Será porque en nuestros orígenes fuimos voz entre los pueblos cercanos, cuando anunciábamos festejos y fallecimientos o advertíamos la presencia enemiga. Acontecimientos dichos con ese sonido poderoso, sonido batá de lenguaje simbólico que se encierra en nuestro vientre”.
En la actualidad, el África libre de las Américas lucha por sobrevivir, por preservar ese legado nacido de la resistencia continua de muchos hombres y mujeres: el idioma palenquero, su gastronomía, su memoria, sus límites geográficos, su conciencia de pueblo. La lucha de Benkos Biohó (y por extensión la de todos los demás palenques) es también un espejo del África moderna y continental, aquella que se debate entre el modernismo y la tradición, que se encuentra dubitativa –porque el momento es crucial y vertiginoso- frente a grandes dilemas de adaptación y supervivencia.
De lado a lado del Atlántico, la cartografía de África se refuerza en un punto crucial: encontrar el camino a la verdadera liberación.
@JohariGautier
Referencias:
[i] África en Colombia. Publicado por el Ministerio de Educación de Colombia.
https://www.colombiaaprende.edu.co/html/etnias/1604/articles-88185_archivo.pdf
[ii] Gautier Carmona, J. (2010). Un rey negro en América Latina. Publicado por Revista Afribuku. http://www.afribuku.com/un-rey-negro-en-america-latina/
[iii] Camacho Sánchez, Alberto & Zabaleta, Alberto (ed. 2007) Bibliografía general de Cartagena de Indias: F-O. Escrito. P.488
[iv] Jurado, Á (2013) Las pequeñas grandes historias de Léonora Miano, Blog África no es un país. El País. https://elpais.com/elpais/2013/11/26/africa_no_es_un_pais/1385448960_138544.html
[v] Niane, D.T (1985), Historia general de África: África entre los siglos XII y XVI. Vol. IV, UNESCO, Editorial Tecnos.
[vi] Díaz Díaz, Antonio (1992). África: ¿un grado de evolución similar al de América? Revista Credencia, Historia. Nº34. http://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-34
[vii] Moya, José C. (2012) Migración africana y formación social en las Américas, 1500-2000. José C. Moya Barnard College Columbia University. Revista de Indias Nº255.
[viii] Los africanos: cifras y origen. La diáspora africana y el péndulo de las cifras
[ix] Maya Restrepo, Luz Adriana. Demografía histórica de la trata por Cartagena 1533-1810. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/geografia/afro/demografia_maya
[x] Carney, Judith (1991), “Indigenous Soil and Water Management in Senegambian Rice Farming Systems.” Agriculture and Human Values, Winter-Spring.
[xi] Jiménez, Orián (1986). Informe final proyecto Baudoseños: convivencia y polifonía ecológica. Area histórica. Santa Fe de Bogotá, MS, , pp:2. A.G.N. Miscelánea. Rollo de microfilm, tomo 47, fol: 654r.
[xii] Meneses Moreno, Loretta Alejandra. Saberes ancestrales, memoria del territorio, usos y costumbres. Universidad Distrital Francisco José de Caldas, p. 72.
[xiii] Meneses Moreno, Loretta Alejandra (2017). Saberes ancestrales, memoria del territorio, usos y costumbres. Universidad Distrital Francisco José de Caldas, p. 77. [
Meneses Moreno, Loretta Alejandra (2017). Saberes ancestrales, memoria del territorio, usos y costumbres. Universidad Distrital Francisco José de Caldas, p. 77. http://repository.udistrital.edu.co/bitstream/11349/5803/1/MenesesMorenoLorettaAlejandra2017.
[xiv] Suárez, F. (2010). Etnoeducación: tradición oral y habla en el Pacífico colombiano en XIV encuentro de latinoamericanistas españoles. Universidad del Pacífico. Recuperado de https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00532565/document
[xv] (Arocha, 1994) Arocha, J. & Maya, A. & Suarez, S. (1994). Los Baudoseños: Convivencia y polifonía ecológica. Bogotá fundación Alejandro Ángel escobar-colección
[xvi] El Tiempo (2007). Un lumbalú, ritual funerario de San Basilio de Palenque, se realiza en el Cementerio Central. El Tiempo. 23 de noviembre de 2007. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-3829378
[xvii] Barriga Monroy, Martha Lucía (2015). La historia del tambor africano y su legado en el mundo. Universidad de Pamplona. http://www.redalyc.org/html/874/87400104/
[xviii] Díaz, Eduardo (2010). Los tambores parlantes. Blog La Naturaleza del Software. http://www.lnds.net/blog/2011/04/tambores-parlantes.html
[xix] Mesa Mejía, Beatriz (2017). Palenque, vientre y tambor. El Colombiano, 25 de marzo del 2017. http://www.elcolombiano.com/cultura/los-instrumentos-musicales-de-san-basilio-de-palenque-DI6208599
Original en : Afribuku