África en cinco mujeres, por Rafael Muñoz Abad

8/03/2021 | Bitácora africana

Chya vive en Atar. Encrucijada de ese pedregal inabarcable que es Mauritania. Tierra cercana en lo físico pero distante en lo emocional. Obesa y sobrealimentada en su infancia por una dieta de tazones a rebosar de leche de camella y mantequilla, sus cien kilos se “disimulan” y envuelven en una especie de holgado y multicolor sari llamado mulafa. Seis de sus quince hijos no sobrevivieron a los pocos meses de su alumbramiento y señala al cielo mientras en su islam se presina con la risa fría del que todo lo aguanta. El leblouh es el engorde forzado de las niñas. Práctica que con independencia de que el canon de belleza mauritano sea el de la gorda desbordada, inundada en este caso, busca asegurar la descendencia en un país donde la tasa de natalidad infantil es una locura.

Un llanto dolorido quiebra la madrugada y envuelve el pánico de una cría amarrada cuyas piernas abiertas escupen un riachuelo de sangre violáceo que en carmesí tiñe el fondo de una oxidada palangana de esmalte que alguna vez fue blanca. A Fátima le acaban de amputar el clítoris con una hojilla de afeitar. La mutilación sexual femenina es una práctica usual en la franja del Sahel. Un acto cultural –medieval- que a sus ya tardíos diez años la prepara en [su] cruel dote para ser entregada a un hombre que podría ser su abuelo. En breve será madre. Relato de una infancia sesgada y truncada pues su familia no puede mantenerla y el camino natural es casarla “dignamente”. Posiblemente las hijas de Fátima sufran un destino similar.

mujer.pngHentie finalizará este año sus estudios de derecho en la prestigiosa Universidad de Stellenbosch, el Oxford de África. A las faldas del Table Mountain, vive en una zona residencial donde los Mercedes Benz y los court de tenis, convierten en un arrabal el sueño Americano de casas con césped. Despreocupada en su vida, es la menor de tres hermanas rubias: una economista de renombre que vive en un luminoso penthouse de la city de Jo´burg, corazón financiero de África, y la mayor, Deltjie, una doctora del Christiaan Barnard. La más acreditada clínica de Ciudad del Cabo. Hentie gasta sus fines de semana tomando unas copas en Long Street o con los pies en el salpicadero de un Beetle recorriendo la enamoradiza carretera costera que siempre te conduce relajado al quimérico final del mundo que es El Cabo de Buena Esperanza.

Atrapada en el infernal tráfico de Lagos, alcantarilla ya no de Nigeria si no del mundo, Sheyla convierte a la Kardashian en una gitana. Tiene operada hasta las orejas y en su Louis Vuitton lleva cuatro móviles que pese a sus largas uñas, magistralmente los maneja a la vez que mangonea a su [sufrido] chofer. Detrás de unas gafas de Gucci [chinas] explica al guardia de adunas que sus cinco containers de cuarenta pies ya están en el puerto y viene a retirarlos. Sheyla es la mano derecha e izquierda de Yammal, uno de los mayores importadores de basura electrónica de Nigeria. Ilusos los que aún pensáis en el reciclaje del “yo no soy tonto”…Toda la mierda que nuestra pantagruélica sociedad de consumo ya no quiere acaba ahí abajo. Vestida a lo Oprah Winfrey, mientras habla con un enlace que está en el puerto de Rotterdam, maneja a los aduaneros con un tono más que ordinario, decididamente extraordinario.

Descalza y sin despiojar, Aamiina tiene once años y lleva ya tres recogiendo pastillas de sal que dócilmente apila a los pies de una inacabable – a la vista – fila de resplandecientes dromedarios somalíes. Las amontona porque es tan chiquilla, que sus pequeñas manos roídas por el salar no alcanzan a las alforjas de los animales. Su padre nunca la mandó a la escuela pues es mujer y en su inutilidad algo debe aportar al negocio familiar. Escupida al mundo, simplemente la dejo nacer. El Cuerno de África esconde la sociedad más compleja del continente con primos en las orillas del talón yemení. Aamiina, que paradójicamente significa sentirse segura, fue vendida a un tratante de Adén a cambio de diez burros jóvenes y un kalashnikov. Envuelta en una sábana remendada a bordo de un Dohw, cruzó Bab el Mandeb y sólo el diablo sabe qué pasó con ella…

África es sobre todas las cosas mujer, pues son ellas las que día tras día, amarradas a su anonimato, sacan el continente adelante. Ricas y pobres, hay muchas Áfricas distintas. No tienen día que celebrar pero si albas que apurar. Sus responsabilidades son demasiadas como para gastarlas en apoteosis, griteríos y procesiones del género, o huelgas de sociedades obesas de despachos caso de la nuestra. África es una concatenación de historias ignoradas y a menudo crueles, distantes en lo geográfico y humanamente contradictorias donde los contrastes perfilan la feroz belleza de un mundo olvidado.

Centro de Estudios Africanos de la ULL

cuadernosdeafrica@gmail.com

@Springbok1973

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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