Chya vive en Atar. Encrucijada de ese inabarcable pedregal que es Mauritania. Tierra cercana en lo físico pero distante en lo emocional. Obesa y sobrealimentada en su infancia por una dieta de tazones a rebosar de leche de camella y mantequilla, sus más de cien kilos se “disimulan” y envuelven en una especie de holgado y multicolor sari llamado mulafa. Seis de sus quince hijos no sobrevivieron a los pocos meses de su alumbramiento y señala al cielo mientras en su islam se presina con la risa fría del que todo lo aguanta. El leblouh es el engorde forzado de las niñas. Práctica que con independencia de que el canon de belleza mauritano sea el de la gorda desbordada, inundada en este caso, busca asegurar la descendencia en un país donde la tasa de natalidad infantil es alta.
Un llanto dolorido quiebra el silencio y envuelve el pánico de una cría amarrada cuyas piernas abiertas escupen un riachuelo de sangre violáceo que en carmesí tiñe el fondo de una oxidada palangana de esmalte que alguna vez fue blanca. A Fátima le acaban de amputar el clítoris con una hojilla de afeitar. La mutilación sexual femenina es una práctica usual en la franja del Sahel. Un acto cultural –medieval- que a sus diez años ya tardíos la prepara en [su] cruel dote para ser entregada a un hombre que podría ser su abuelo. En breve será madre. Relato de una infancia sesgada y truncada pues su familia no puede mantenerla y el camino natural es casarla “dignamente”. Posiblemente las hijas de Fátima sufran un destino similar…
Hentie finalizará este año sus estudios de derecho en la prestigiosa universidad de Stellenbosch; el Oxford de África. A las faldas del Table Mountain, vive en una zona residencial donde los Mercedes Benz y los court de tenis convierten en un arrabal el sueño Americano de casas con césped. Despreocupada en su vida, es la menor de tres hermanas rubias: una economista de renombre que vive en un luminoso penthouse de la city de Jo´burg, corazón financiero de África, y la mayor, Deltjie, una doctora del Christiaan Barnard. La más acreditada clínica de Ciudad del Cabo. Hentie gasta sus fines de semana tomando unas copas en Long Street o con los pies en el salpicadero de un Beetle recorriendo la enamoradiza carretera costera que siempre te conduce relajado al quimérico final del mundo que es El Cabo de Buena Esperanza.
Atrapada en el infernal tráfico de Lagos, alcantarilla ya no de Nigeria si no del mundo, Sheyla convierte a la Kardashian en una gitana. Tiene operada hasta las orejas y en su Louis Vuitton lleva cuatro móviles que pese a sus largas uñas, magistralmente los maneja a la vez que mangonea a su [sufrido] chofer. Detrás de unas gafas de Gucci [chinas] explica al guardia de aduanas que sus cinco containers de cuarenta pies ya están en el puerto y viene a retirarlos. Sheyla es la mano derecha e izquierda de Yammal; uno de los mayores importadores de basura electrónica de Nigeria. Ilusos los que aún pensáis en el reciclaje del “yo no soy tonto”…Toda la mierda que nuestra pantagruélica sociedad de consumo ya no quiere acaba ahí abajo. Vestida a lo Oprah Winfrey mientras habla con un enlace que está en el puerto de Rotterdam, maneja a los aduaneros con un tono más que ordinario, decididamente extraordinario.
Descalza y sin despiojar, Aamiina tiene once años y lleva ya tres recogiendo pastillas de sal que dócilmente apila a los pies de una inacabable – a la vista – fila de resplandecientes dromedarios somalíes. Las amontona porque es tan chiquilla, que sus pequeñas manos roídas por el salar no alcanzan a las alforjas de los animales. Su padre nunca la mandó a la escuela pues es mujer y en su inutilidad algo debe aportar al negocio familiar. El Cuerno de África esconde la sociedad más compleja del continente con primos en las orillas del talón yemení. Aamiina, que paradójicamente significa sentirse segura, fue vendida a un tratante de Adén a cambio de diez burros jóvenes y un kalashnikov; envuelta en una sábana remendada a bordo de un Dohw cruzó Bab el Mandeb y sólo el diablo sabe qué pasó con ella…
África es sobre todas las cosas mujer; pues son ellas las que día tras día en su anonimato sacan el continente adelante. Una concatenación de historias ignoradas y a menudo crueles, distantes en lo geográfico y humanamente contradictorias donde los contrastes perfilan la feroz belleza de un mundo olvidado.
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