África: Cincuenta años de Independencia, por Achille Mbembe

20/05/2010 | Opinión

El historiador camerunés Achille Mbembe presenta su balance de los cincuenta años de independencia de Africa. Un bello texto desesperado del que, desgraciadamente, no se saca una proposición concreta… La Nueva Propuesta (New Deal) que evoca es impracticable en el terreno puesto que se opone a la soberanía de los Estados. Leamos. Henos aquí en 2010, cincuenta años después de la descolonización. ¿Hay algo que conmemorar o se debería volver a empezar de cero?

Restauración autoritaria por aquí, multipartidismo administrativo por allá, un poco por todas partes niveles muy elevados de violencia social, incluso situaciones enquistadas, conflictos larvados o de guerra abierta causados por una economías de extracción que, siguiendo las pautas lógicas del mercantilismo colonial, continua favoreciendo la naturaleza de la predacion. Esta es, diría yo, la situación en conjunto.

En la mayor parte de los casos, los africanos no tienen la oportunidad de elegir libremente a sus dirigentes. Muchos países están siempre a la merced de déspotas cuyo único objetivo es permanecer de por vida en el poder. De hecho, la mayor parte de las elecciones están trucadas. Se sacrifican los aspectos más elementales de la gente pero se conserva el control sobre los puntos fuertes de la burocracia, economía y sobre todo el ejército, la policía y las milicias. La posibilidad de derrocar al gobierno por las urnas es casi inexistente por lo que se recurre al asesinato, la rebelión o el levantamiento armado, únicas maneras de acabar con la estancia indefinida del gobierno en el poder. En general, las cosas están más bien bloqueadas, sobre todo en el África francófona donde la manipulación electoral y la herencia de padre a hijo del poder están a la orden del día. Vivimos, digámoslo así, en sociedades de jefaturas enmascaradas.

¿Hacia dónde nos dirigimos?

Debo tratar principalmente cuatro puntos.

El primero es la ausencia de un verdadero proyecto democrático, de una visión de la democracia que constituya una alternativa real al modelo predador actual instaurado casi en todas partes.

El segundo es el retroceso de cualquier perspectiva de revolución social radical en el continente.

El tercero es la senilidad creciente de los poderes negros. Sus gobernantes van envejeciendo y con ello se van haciendo más histéricos y carniceros, y las sucesiones en el poder se convierten aún más en un asunto familiar.

El cuarto es el enquistamiento de sectores enteros de la sociedad y el incontrolable deseo, de millones de personas, de vivir en cualquier sitio excepto en su país. El deseo generalizado de las huidas y deserciones.

A estas dinámicas estructurales se añaden una emergente cultura de extorsión, motines sanguinarios sin futuro y que incluso se convierten en guerras de saqueo. Este tipo de radicalismo marginal, violento y sin proyecto político alternativo no sólo es defendido por los “jóvenes de la sociedad” del que “el niño soldado” y el “desempleado” de las chabolas constituyen los trágicos símbolos, sino que este tipo de populismo sanguinario se moviliza, cuando se considera necesario, por las fuerzas sociales destinadas a colonizar el aparato del Estado.

Esperemos que esta violencia sin proyecto político alternativo no se generalice. Provocaría la vuelta a un endurecimiento por parte del Estado que, aunque ilegitimo o amputado para la mayor parte de sus prerrogativas clásicas, tiene el apoyo de una clase que ha hecho de él su medio de enriquecimiento personal o simplemente una fuente de acaparamiento de todo tipo en un contexto de lucha cotidiana ya sea por acumulación, o por la supervivencia pura y simple. Esta clase está dispuesta a todo por conservar el poder, no les importa pasar por encima del Estado, la economía o las instituciones. Para ellos, la política no es más que otro modo de dirigir la guerra civil o la guerra étnica.

Estas bruscas observaciones no significan que no haya alguna sana aspiración de libertad y de bienestar en África. Aunque este deseo tenga muchos problemas para encontrar un lenguaje, prácticas efectivas y sobre todo una traducción en instituciones y vida política nuevas donde el juego del poder sea justo.

La violencia de los “sin nada que perder”

Para que la democracia pueda echar raíces en África es fundamental que sea ejercida por fuerzas sociales y culturales organizadas; instituciones y medios nacidos de la genialidad, la creatividad y sobre todo de la lucha de la población y la defensa de su tradición solidaria. Pero esto no es suficiente. Es necesaria una Idea en la que la democracia sea la metáfora viva y absoluta. Así, reorganizando por ejemplo la política y el poder en torno a la crítica de formas de vida, o más concretamente del imperativo de alimentar las “reservas de vida”, se podría abrir camino a una nueva visión de la democracia en un continente donde el poder de matar es más o menos ilimitado, y donde la pobreza y la enfermedad hacen que la existencia sea tan precaria.

En el fondo, esta visión debería ser utópica. Debería ser por necesidad, una visión de emergencia y rebeldía. Pero esta rebeldía debería ir más allá de la herencia anticolonial y antiimperialista donde los límites, en un contexto de mundialización y según lo que ha pasado después de la independencia, son flagrantes.

Mientras tanto, dos factores decisivos constituyen el freno a una democratización del Continente. Por un lado una cierta economía política y por otro lado una cierta imagen del poder, de la cultura y de la vida.

Por un lado, la brutalidad de las dificultades económicas a las que países africanos se han enfrentado en el transcurso del último cuarto del siglo XX- y que se continua bajo la férula del neoliberalismo- ha contribuido a la fabricación de una multitud de «gente sin nada que perder» cuyas apariciones en la escena pública se efectúan cada vez más a modo de matanza, en olas xenófobas o luchas étnicas, casi siempre al día siguiente de elecciones trucadas, en un contexto de protestas contra la vida cara o por la luchas de los derecho básicos.

Se trata de gente que no tiene nada que perder, abandonados por el gobierno y de cuya condición sólo pueden escapar mediante la inmigración, la criminalidad así como cualquier actividad delictiva. Son una especie de “superfluos” con los que el Estado (si existe) e incluso el mercado de trabajo no saben qué hacer. Es gente que no se puede vender como esclavos, como al principios del capitalismo moderno, ni reducir a trabajos forzosos, como en la época colonial y el apartheid.

Desde el punto de vista del capitalismo y mientras este regule en esas regiones del mundo, esta población es inútil: deshechos humanos entregados a la violencia, la enfermedad, a la evangelización norteamericana, a las cruzadas del Islam y a todo tipo de fenómenos de iluminación.

Por otra parte, la brutalidad de las dificultades económicas ha vaciado de contenido el proyecto democrático reduciéndolo a una mera formalidad. Un ritual sin contenido, ni siquiera simbólico y más grave aún, sin consecuencias reales en la vida cotidiana de la población. Además, como sugería anteriormente, la incapacidad de salir del círculo de extracción y predación instaurado por la tradición colonial. Todos estos factores juntos pesan enormemente sobre la forma que toma la vida política de nuestros países.

A estos datos fundamentales hay que añadir el acontecimiento surgido a mediados de los años 80 de difracción social. Esta difracción social ha llevado un poco por todas partes a que las relaciones sociales y económicas no se hayan formalizado, una fragmentación sin precedentes de las reglas y las normas y un proceso de desinstitucionalización que no ha salvado ni el propio Estado.

Este desvío ha provocado igualmente un gran movimiento de deserción por parte de numerosos actores sociales, abriendo así nuevos canales de lucha social: una lucha sin piedad por la supervivencia centrada en torno al acceso a los recursos. Hoy en día, las chabolas se han convertido en el centro neurálgico de estas nuevas formas de enfrentamiento sin razón aparente. Se trata de enfrentamientos de tipo molecular y celular que combinan elementos de lucha de clases, de raza, de etnias, milenarismo religioso y brujería.

Por lo demás, la debilidad de la oposición es conocida por todos. Poder y oposición operan en función de un tiempo corto marcado por la improvisación, los acuerdos puntuales e informales, los compromisos de todo tipo, los imperativos de conquista inmediata del poder o la necesidad de conservarlo a cualquier precio. Las alianzas se firman y rompen constantemente. Pero sobre todo, el imaginario del poder no ha cambiado. El imaginario que estructura la política en Africa sigue siendo el de la guerra civil permanente. Mientras no se separe por completo política y guerra, el potencial de la violencia seguirá siendo explosivo.

Descolonización e internacionalización

El cincuenta aniversario de la descolonización africana no es sólo un asunto africano. Según me comentan, Francia quiere que el 2010 sea el “Año de África”. Justamente Francia, que parece que sólo acepta de boquilla la democratización del continente. Desde su territorio se opuso, salvajemente y desde 1960 sin ninguna vacilación, si el caso llegaba, a recurrir al asesinato y a la corrupción.

Todavía en nuestros días es conocida, con razón o sin ella, por su apoyo tenaz, retorcido e indefectible a los hechos más despóticos y corruptos del continente, así como a los gobiernos que, justamente, han dado la espalda a la causa africana.

Hay una razón muy sencilla para todo esto: las condiciones históricas en las cuales se efectuó la descolonización y el régimen de capitulaciones que han cimentado los acuerdos desventajosos “de cooperación y defensa” firmados en los años 1960.

No se sabe lo suficiente sobre el objeto de los acuerdos secretos. No se celebraron con el fin de terminar con las relaciones coloniales sino para regularlas en forma de contrato. Es por este contrato de las viejas relaciones coloniales que Francia sigue teniendo derechos reales de propiedad sobre el suelo, subsuelo y espacio aéreo de sus antiguas colonias.

En el último viaje oficial que Nicolás Sarkozy realizó al Sur de África, prometió que esos acuerdos se harían públicos. Desconozco si lo ha hecho.

Estados Unidos no se opone activamente a la democratización de África. Pero su actitud es cínica e hipócrita a pesar de que un gran número de instituciones privadas americanas aportan ayudas de diferentes tipos para que las sociedades civiles africanas se consoliden. Es el caso, por ejemplo, de varias fundaciones americanas. Pero el carácter moralizador y evangélico de sus intervenciones deja mucho que desear.

Un gran cambio, en los próximos cincuenta años será la presencia de China en Africa. Esta presencia, no equilibrará las cosas pero por lo menos nivelara los intercambios desiguales tan característicos entre el continente africano y las potencias occidentales e instituciones internacionales. Es cierto que, por el momento la relación con China no se sale del modelo de economía de extracción, modelo que añadido al de predación constituye la base material para las tiranías negras. Por lo tanto no hay que pensar que China va a ser la gran ayuda en el futuro para las luchas en pro de la democracia.

La influencia de la otra potencia emergente, India, es por el momento secundaria.

En cuanto a Suráfrica no puede, ella sola, promover la democracia en África. No tiene ni los medios, ni la voluntad, ni los recursos de la imaginación. Además, debe enraizar la democracia en su propio territorio antes de pensar en promoverla en el resto del continente. Es una pena que fuerzas exteriores continúen presionando a Suráfrica para que haga el papel de policía en África, un papel que no le conviene y para el que no está equipada.

Lo que se debería hacer es una especie de New Deal (Nuevo Acuerdo) continental, negociado de manera colectiva entre los diferentes Estados africanos y las potencias internacionales. Un New Deal a favor de la democracia y del progreso económico. Un acuerdo que completase y cerrase de una vez por todas el capitulo de la descolonización.

Tras cumplirse más de un siglo de la famosa Conferencia de Berlín que inauguró la repartición de África, este New Deal seria el de prever fondos para la reconstrucción del continente. Pero no sólo se quedaría en lo puramente económico sino que también debería tratar el tema jurídico y penal así como los mecanismos de sanción, incluso de búsqueda y captura multilateral cuya inspiración estaría tomada en las transformaciones recientes del Derecho internacional. Esto significaría que los regimenes culpables de crímenes contra sus pueblos pudiesen legítimamente ser depuestos y castigados y que los autores de esos crímenes compareciesen ante la justicia penal internacional. La noción de “crímenes contra la humanidad” debería ampliar su significado y no sólo ceñirse a las masacres y violaciones de los derechos humanos sino también a los casos graves de corrupción y saqueo de los recursos naturales de un país. No hace falta decir que los actores privados locales o internacionales podrían estar en el punto de mira de tales disposiciones.

Para valorar la democracia y el progreso económico en África debemos remontarnos tanto al nivel histórico como estratégico. Es cierto que la democratización de África es ante todo un asunto africano pero tiene también dimensiones internacionales.

Un nuevo futuro

Para los próximos cincuenta años, una parte del papel de los intelectuales, de las personas de la cultura y de la sociedad civil africana será justamente ayudar a “internacionalizar” el tema de la democratización en África. En el campo del Derecho, los esfuerzos de los últimos años se han centrado en acoplarse al derecho internacional, creando instancias jurisdiccionales supraestatales.

Se debe ir más allá de la visión tradicional de la sociedad civil estrechamente ligada a la historia de las democracias capitalistas. En África, se debe tener en cuenta el factor objetivo que es la multiplicidad social-multiplicidad de identidades, de alianzas, de autoridad y de normas y a partir de ellas encontrar nuevas maneras de movilización y de liderazgo.

Por otro lado, nunca ha sido tan urgente crear una elite intelectual. Esta elite deberá invertirse en un proyecto de transformación radical del continente. La creación de esta elite no será sólo obra del Estado, sino que es, según creo yo, la nueva misión de las sociedades civiles africanas. Para alcanzar este objetivo, hay que deshacerse, cueste lo que cueste, de la lógica de urgencia y de necesidades inmediatas. Lógica, que hasta el momento, estaba presente en todos los debates sobre África.

Hasta que la idea de extracción y predación que caracteriza la economía política de las materias primas en África no desaparezca, y con ella los modos de explotación de las riquezas del subsuelo africano, no llegaremos lejos. El tipo de capitalismo que favorece esta idea aúna fuertemente mercantilismo, desórdenes políticos y militarismo. Este tipo de capitalismo ya era palpable en la época colonial, con los regimenes de sociedades concesionarias. Todo lo que necesitaba para funcionar era un enclave fortificado, complicidades generalmente criminales en el seno de la sociedad local, el mínimo posible de Estado y la indiferencia internacional.

Si los africanos quieren una democracia deben pagar un precio. Nadie lo hará por ellos. No lo obtendrán nunca más a crédito. Necesitarán desde luego la ayuda de las nuevas redes de solidaridad internacional, una gran coalición moral fuera de los Estados. Una coalición de todos aquellos que creen que sin África, nuestro mundo decididamente se empobrecería todavía más en espíritu y humanidad.

ACHILLE MBEMBE

http://kouamouo.ivoire-blog.com/archive/2010/01/10/cinquante-ans-d-independance-le-bilan-d-achille-mbembe.html

Publicado en rwandaises.com, el martes 2 de marzo de 2010.

Traducido por Victoria Pastor, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción/Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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