El pasado 29 de mayo el Portal del conocimiento sobre África de la Fundación Sur informaba sobre la Entrada en vigor de la Zona Continental de Libre Comercio. Más tarde, el 30 de mayo, José Naranjo explicaba en El País cómo “África da el primer paso para impulsar un mercado común”. Se referían al Tratado de Libre Comercio Africano (AfCFTA en inglés) que acababa de entrar en vigor tras haberlo ratificado 22 de los 44 miembros que lo firmaron en marzo del año pasado en Kigali (Sudáfrica lo firmó en julio, y el presidente nigeriano Buhari ha indicado su intención de hacerlo). Al día siguiente, siempre en El País, Lola Hierro, recordando el “III Plan África” elaborado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, y aprobado en consejo de ministros el pasado mes de marzo, escribía en un excelente artículo, “Vender pañales en Nigeria y otros consejos para ganar dinero en África”, sobre las posibilidades para las empresas españolas que ofrece África, un país en crecimiento demográfico y económico, a pesar de las aún tristes realidades del subdesarrollo y las guerras civiles. Y como vivo en Pamplona, también me llamó la atención el que el 30 de mayo, siempre con ocasión de la entrada en vigor de AfCTA, la Facultad de Económicas de la Universidad de Navarra junto con ICEX España Exportación e Inversiones, organizase un encuentro, “África como mercado: retos y oportunidades”, al que asistieron medio centenar de empresas navarras. En 2018 Navarra, aunque es una comunidad relativamente pequeña (650.000h), exportó a África por un valor de 600 millones de euros, el 6,5% del total de sus exportaciones.
La decisión de hacer del continente africano una zona de libre comercio fue tomada en enero de 2012 en Addis Ababa, durante la 18ª Asamblea de la UA, al finalizar el mandato de Jean Ping (diplomático y político gabonés, hoy en la oposición) como presidente de la Comisión de la UA. El objetivo era no sólo llegar al mercado único sino también a la unión monetaria y a la libre circulación de personas en el continente. Y se esperaba que al menos la zona de libre comercio (CFTA por sus siglas en inglés) estuviera funcionando en 2017. En realidad, las negociaciones se iniciaron sólo en 2015, y se necesitaron ocho rondas para que el acuerdo se firmara en Kigali el 21 de marzo de 2018, a los dos meses de asumir el ruandés Paul Kagame la presidencia de la UA. El acuerdo estipulaba que la CFTA entraría en vigor tras la ratificación de al menos 22 de los países firmantes. Que es precisamente lo ocurrido la semana pasada.
¿Y después? África será una de las áreas de libre comercio más grandes del mundo, 1.200 millones de personas y, según el Washington Post, más de 4.000 millones de dólares si se tiene en cuenta el consumo y el gasto comercial. Pero primero, como ocurre con todas las uniones comerciales, se tendrán que negociar los detalles: mecanismos de resolución de disputas, concesiones arancelarias, protocolos para la libre circulación de mercancías, etc. Y surgirán los problemas que ya en el pasado han impedido funcionar a pleno ritmo a las uniones regionales que se han ido creando hasta ahora, en especial la Comunidad del África Oriental, la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental, el Mercado Común de África Oriental y Austral y la Comunidad de Desarrollo de África Austral.
Todavía África se declina en plural y un problema fundamental será el diferente peso económico (industrial y comercial) con el que los diversos países harán su entrada en el mercado común. Se comprende que Ghana y Kenia fueran los primeros países en ratificar el acuerdo de unión. ¿No terminará Ghana, con un PIB per capita de 2.046 dólares, comiéndose a Burkina ($642), Mali ($827) o Níger ($378)? Durante la época colonial los británicos apostaron por el desarrollo de Kenia, a la que enviaron un buen número de colonos, convirtiendo a Uganda y Tanzania en proveedores de materias primas y trabajadores. Kenia tiene hoy un PIB per capita de 1.595 dolares. ¿Qué podrán hacer Uganda ($606), sin salida al mar, y Tanzania ($936)? Este último año se han multiplicado los problemas en Sudáfrica ($7276) por la presencia de trabajadores provenientes de Mozambique ($428) y Zimbabue ($1.091). Esa emigración aumentará seguramente con la puesta en vigor de la AfCFTA, y con la esperanza de que se llegue un día a la prometida libre circulación de personas.
Albert Muchanga, comisario de Comercio e Industria de la Comisión de la UA, ve muy positivo el futuro. Tal vez porque a su país, Zambia ($1.513) se le facilitará la exportación de minerales, en especial la del cobre. No es tan optimista Jacques Berthelot, economista francés especializado en temas agrícolas. En «La agricultura africana en las tenazas librecambistas» (Le Monde Diplomatique octubre 2017) Berthelot opinaba que con la AfCFTA se corre el riesgo de “no sólo aumentar significativamente la dependencia alimentaria, sino también arruinar a los productores lácteos, a los de cereales locales (mijo, sorgo, maíz) y otros productos amiláceos (mandioca, ñame, plátanos) […]”. Por otra parte, los países menos desarrollados perderán la fuente de ingresos de los derechos de aduana, que en el caso de África Occidental podrían ascender a 35.000 millones de dólares para el período hasta 2035.
La gran cuestión es cómo impedir que AfCTA aumente las desigualdades entre los países al abrir las puertas a las multinacionales que ya están presentes en muchos países y que sin duda concentrarán sus actividades en los más competitivos y con mayores facilidades de exportación. Porque eso es en buena parte lo que buscan también las empresas europeas, incluidas las españolas, cuando hablan de su presencia en África. ¿Cómo prevenir para no lamentar cuando los peces grandes se coman a los pequeños?
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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