Mientras los cristianos se pelean por los derechos de los homosexuales, el Estado de Uganda, construido sobre mártires que se resisten a una supuesta homosexualidad, tiene que hacer un examen de conciencia.
El enfoque de los periodista sobre cualquier tema es buscar a aquellos atrapados en la historia y obtener sus puntos de vista. Esta no es esa clase de historia. Los cables están repletos de despachos anecdóticos sobre la “homofobia” africana en los que durante la última década en el este de África, Uganda se ha convertido en la Zona Cero.
El último punto álgido es un nuevo proyecto de ley presentado en el parlamento la semana pasada que contiene propuestas para criminalizar aún más los actos homosexuales. Este movimiento ha seguido lo que, una década después de la introducción del primer proyecto de ley que afianzaba la ley de la era colonial que criminalizaba la homosexualidad, se ha convertido en un guión familiar.
Hace una década se leyó, en el funeral de un activista gay encontrado muerto a golpes en su casa, una carta de pésame y condena escrita por el entonces presidente Obama. Los gobiernos occidentales aumentaron la presión emitiendo advertencias públicas a gobiernos africanos de que sus actitudes y políticas contra los homosexuales eran inaceptables.
Esta vez, son clérigos en los más altos niveles de las iglesias madre cristianas en Europa los que han reabierto el cisma. En rápida sucesión, la Iglesia de Inglaterra y el Papa han expresado su apoyo a las comunidades LGBTQ. Si bien el arzobispo de Canterbury y el sínodo del Consejo de Europa solo llegaron a bendecir uniones entre personas del mismo sexo (en lugar de respaldarlas por completo), el Papa expresó sus plenas simpatías por los homosexuales, un gran avance en la posición de la Iglesia Católica sobre el tema.
El liderazgo de la Iglesia Anglicana en Uganda, así como muchos grupos evangélicos, se encuentra en un polo opuesto. Sus fulminaciones contra esta “abominación” dominan las ondas de radio, los seminarios consultivos y el púlpito.
Sintiéndose atrapado, el gobierno de Uganda recurre a un complejo baile de claqué. En la última vuelta el presidente sancionó el proyecto de ley y luego se mostró indignado cuando fue anulado en los tribunales debido a un error parlamentario previamente “imprevisto” pero muy visible en el proceso de su aprobación.
Esta vez, hubo algunos titubeos iniciales en el Ministerio de Finanzas, que está legalmente obligado a examinar cualquier proyecto de ley y aprobarlo (o no) a través de un instrumento conocido como Certificado de Implicación Financiera (léase en este caso como: “¿qué pasa si los donantes realmente cortaran el dinero esta vez?”).
En el mejor de los tiempos, el sexo humano puede ser un tema complicado y sigue siendo motivo de discordia en las sociedades de todo el mundo. Cuentos del Norte lo atestiguan. Hace dos décadas, la controversia del obispo Gene Robinson, en la que el sacerdote episcopaliano, abiertamente gay, fue nombrado obispo de pleno derecho, precipitó un cisma en toda regla, primero dentro de la Iglesia de los Estados Unidos (donde los Anglicanos son conocidos como Episcopalianos), y después en la comunión Anglicana mundial. Nuevas iteraciones de esta controversia sobre homosexualidad continúan dividiendo a anglicanos hasta el día de hoy.
Este es el enigma que la sociedad civil de Uganda–, para regocijo de la dictadura–, no puede resolver. Recitaciones de déspotas africanos de la historia europea del siglo XX, que muestran que se permitió votar a las mujeres hace solo 90 años, a la gente pobre tal vez otros 20 antes de eso, y la sexualidad legalizada por completo hace menos de 30 años, les hace preguntarse por qué a sus países de 60 años se les niega el derecho a una igualmente pausada democrática evolución.
El discurso se confunde aún más por la mentalidad occidental percibida como de estar obsesionada con asuntos sexuales que luego es transmitida globalmente como «normal» como resultado de su dominio cultural global.
Sólo la voz nativa está verdaderamente silenciosa. La discusión pública sobre sexo no es lo común en la mayoría de las sociedades africanas. Esto no quiere decir que nunca se hable de sexo; hay muchos espacios culturalmente designados donde se realizan las más explícitas exposiciones en materia sexual.
Esta diferenciación fue mantenida hasta que las presiones de la Guerra Contra el Sida rompieron la barrera entre el espacio privado y el mediático, creando un festival mediático sexual fluido al estilo europeo.
Pero eso no es todo. Como la mayoría de las antiguas colonias en el África subsahariana, Uganda es un artilugio institucionalmente racista que comenzó como en una guerra de conquista contra nativos africanos. La élite, entrenada en la escuela de la misión que heredó el puesto de gobernador colonial, ha mantenido el amordazamiento colonial de las opiniones nativas sobre una amplia gama de cuestiones políticas, como la tierra y la gobernabilidad. Por lo tanto, tampoco es lógico esperar que voces nativas sean mágicamente incluidas en este debate.
Uganda no es una democracia. Conserva la lógica organizativa que le legaron sus raíces en el proyecto colonial. El estado está regido en lo más alto por poderosos grupos de interés descendientes de las diversas facciones de señores de guerra africanos que aseguraron la colonia para Gran Bretaña. El principal de ellos es la Iglesia Anglicana, uno de los mayores terratenientes del país, propietario de casi la mitad de las escuelas del país, algunos hospitales y clínicas rurales y, hasta la víspera de la independencia en 1962, el único grupo religioso cuyos miembros tenían el derecho exclusivo y legal de ascender a la cima del servicio civil debido a su denominación religiosa.
El partido gobernante NRM de Uganda, la comunidad de donantes, las poderosas facciones cristianas y activistas de derechos humanos tienen perspectivas que no buscan ningún beneficio en retrospectiva, pero dominan el debate hasta el punto de silenciar todas las demás voces.
Quizás esto no es una discusión sobre sexualidad. Quizá se trate de teología y de organización de saber. Tal vez se trate del peso de la historia. Tal vez se trata sólo de buenos modales. O voyerismo.
Un conflicto entre historia y motivos
El aventurero John Hanning Speke fue un hombre de su época victoriana. Tales hombres nunca recibirían órdenes de una mujer común, y mucho menos de una africana.
Speke estuvo en pre-Uganda en 1862. Estaba buscando ayuda africana para que le mostraran la ubicación de la fuente del Nilo (para poder «descubrirla» inmediatamente después).
En su revisión del diario de Speke, Sean Redmond comenta sobre los aspectos prácticos con los que tuvo que lidiar el aventurero:
“Speke brinda un relato verdaderamente valioso, día a día, de la vida en una corte real africana… Speke se encontró atrapado en turno entre Muteesa y Namasole (la reina madre) mientras maniobraban por prestigio y poder. Los dos estaban celosos el uno del otro por la compañía de Speke, por lo que favorecía ahora a uno, ahora al otro, visitándolos por turnos, tratando de engatusar su permiso para continuar hacia el Nilo…”.
En ese pasaje nos enteramos que había una mujer de considerable poder institucional en la corte Africana.
Al reflexionar sobre la evidencia en sistemas africanos de «poder político de género» en su ensayo «Queen Mothers and Good Governance in Buganda«, la investigadora estadounidense Holly Hansen afirma que las mujeres africanas son «una de las poblaciones femeninas políticamente más viables de la historia«.
Esas voces no fueron escuchadas con el nombramiento en 1997 de la primera mujer vicepresidenta de Uganda. Presagiando el entusiasmo impulsado por los donantes por la elección de la primera mujer presidenta de Liberia, los comentaristas promovieron la idea de que estas ascensiones a cargos neocoloniales eran desarrollos innovadores: que las mujeres africanas tenían poder político por primera vez.
Hay más. La religión nativa en Buganda ha estado siempre fuertemente dominada por mujeres sacerdotes. Dicho de otra manera, la noción de que una mujer asuma un papel de liderazgo en asuntos religiosos no es un problema conceptual para algunas culturas africanas. Esta realidad debe ser contrastada con el cisma que amenazó con quebrar a la Iglesia Anglicana cuando se planteó por primera vez el tema de la ordenación de mujeres sacerdotes una década antes de la actual controversia sobre mujeres obispos que también sacude a la Iglesia Anglicana mundial en la actualidad.
Y más. Una forma de matrimonio del mismo sexo entre mujeres era una práctica entre los igbo, y sigue siéndolo entre los kikuyu y los akamba en Kenia. Sea sexual en natura o no, el mero hecho de su existencia muestra un alcance de conceptualización de matrimonio en mentes africanas que no existía en la judeo-cristiana.
Como el descubrimiento del Nilo y el discurso sexual, hasta que no se ha puesto la mano europea en los acontecimientos africanos, no han sucedido.
¿Cómo se entenderá cualquier aspecto de vida africana cuando África en su conjunto, en su actual forma y costumbres nunca ha sido plenamente reconocida?
Muchas pequeñas tragedias de mente y método se derivan de la falta de respuesta a esa pregunta. Una comprensión de sexualidad bien puede ser la mayor víctima.
Imperialismo sexual: una breve historia
El 3 de junio es el Día de los Mártires de Uganda. Día Festivo, atrae a peregrinos de toda la nación.
Conmemora el día de 1886 cuando se gestó por primera vez en esta región un tóxico nexo de políticas, sentencias de muerte y condena occidental sobre asuntos sexuales. Misioneros cristianos derrocaron al rey Mwanga de Buganda, denunciándolo públicamente como homosexual después de que quemó en la hoguera a decenas de convertidos jóvenes, anglicanos y católicos, por resistirse a sus supuestos avances.
Beatificados por el Papa Benedicto XV el 6 de junio de 1920 y canonizados por el Papa Pablo VI el 18 de octubre de 1964, los mártires, 45 en total, son reconocidos como los primeros mártires cristianos del continente africano. De Dakar hasta Mombasa, el nombre de San Kizito– el rostro de los mártires– se ha convertido en sinónimo de escuelas, hospitales e iglesias católicas.
La ejecución de los convertidos se transformó en una importante herramienta de proselitismo y forma la base ideológica de las iglesias anglicana y católica en toda la región de África Oriental. Para ser claros: el crecimiento del cristianismo en el este de África tiene sus raíces en la misma homofobia que ahora condenan sus sembradores.
El cristianismo que liberó a África de su oscuridad ancestral ha dejado desconcertados a muchos de sus seguidores africanos. No logran comprender cómo cambió la teología global mientras la Biblia fundacional permaneció igual: “¿Murieron en vano los mártires de Uganda?” preguntó un consternado clérigo africano en la cumbre mundial anglicana de 1998 en Lambeth.
Surge la pregunta: ¿fue el cambio de Canterbury motivado por el Espíritu Santo, o por prudente complicidad con del nuevo régimen legal europeo, disfrazado ahora de argumentos teológicos?
En la Europa industrial, cuando la mano de obra fue expulsada de la tierra y absorbida por las fábricas en las ciudades, el lugar de trabajo se convirtió en el lugar de legislación contra la discriminación racial y de género y explotación sexual. Los abusos y la injusticia en el lugar de trabajo, debido a que afectaban a un importante porcentaje de la población, tenían un inmediato impacto negativo en los medios de subsistencia individuales.
Esto puede explicar por qué una legislación tan súper progresista no fue un tema apremiante frente a otras preocupaciones, incluso un siglo después del final de la Ilustración. El poeta Alfred Douglass se encuentra reflexionando sobre “el amor que no se atreve a decir su nombre” en 1894. ¿No era lo suficientemente razonable entonces?
En efecto, países como Uganda están ahora bajo presión para abandonar la liberación europea aquí implantada por la misión cristiana para un nuevo tipo de liberación defendida desde la misma fuente, pero sin el margen de maniobra ideológico para navegar por la misma transición lograda en su fuente.
En sus casi 40 años de dominio absoluto de poder de Estado, el partido gobernante de Uganda tiene más que un poco de sangre en sus manos, desde los campos de batalla del norte de Uganda hasta las bien documentadas cámaras de tortura estatales en la capital, las devastadas aldeas del este del Congo y muy recientemente en las calles de Kampala convertidas en un sangriento teatro preelectoral en 2020 por agentes de seguridad del Estado. Su historial de abusos de derechos humanos, que alcanzó niveles verdaderamente espectaculares en el punto álgido de la entrega de ayuda, ha dejado a algunos opositores del gobierno preguntándose por qué este particular proyecto de ley atrajo la intervención directa de los donantes hace una década y prolongó la ansiedad occidental en su segunda versión la semana pasada.
Otros ejemplos de los conocidos hábitos de una dictadura (censura de los medios, detenciones sin juicio, represión de manifestaciones y fraude electoral) abundan en Uganda y están bien documentados por Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
El gobierno de Uganda sigue siendo, sin embargo, un pilar de la gran estrategia occidental en la región. Durante los últimos 37 años, el presidente Museveni ha sido agasajado por no menos de tres presidentes de EE. UU. y ha sido el aliado voluntario de todas las administraciones de Washington para asegurar sus intereses en los Grandes Lagos. A cambio, a Uganda se le ha permitido vivir del dinero de donantes.
Ninguno de ellos ha sido capaz de explicar por qué el posible destino de unos 500.000 ugandeses homosexuales pesa más en su conciencia que el fatídico destino de esos ugandeses y congoleños que en número incontable han perecido a manos de este régimen.
Tales contradicciones deben proporcionar una amarga satisfacción a los dictadores de África.
Al debatir las perspectivas de progreso, todos podemos ahora utilizar, cuando surja la necesidad, la jerga de ciertos usuarios: eufemismos y palabras clave como “desafío”, “marginación”, “intervención” vienen fácilmente a la mente. Todos podemos vincular nuestros dilemas a varias resoluciones respaldadas por la ONU que piden su solución. Sabemos dónde se encuentran los sitios web y las bibliotecas cuando necesitamos la munición intelectual para respaldar nuestras posiciones. El rotafolio, el marcador, el micrófono del taller y el identificador de Twitter: estos son los implementos que nos mantienen instalados en nuestros hábitats naturales.
El activismo tiene ahora un formato y un léxico. Solía incluso tener un código de vestimenta, en los embriagadores días de la Década de las Naciones Unidas para la Mujer en los que se usaba el vestido kitenge y un tocado a juego.
En poco más de un siglo, hemos pasado así de una situación en la que la opinión dominante occidental condenaba políticamente la homosexualidad y derrocó a un gobierno africano por ello, a otra en la que denuncia a los gobiernos africanos que la condenan hoy.
El poder no necesita justificarse a sí mismo.
Si la sociedad africana aquí se opone ahora rígidamente a cualquier arreglo que se desvíe de un universo heterosexual monógamo, con limites claramente demarcados para las mujeres, es el cristianismo europeo el que lo ha hecho institucionalmente así, y no necesariamente las culturas nativas, donde la evidencia apunta a un enfoque más matizado–algunos podrían decir más complejo–de estos temas.
Esta es una historia de cómo el futuro de la sexualidad africana se ha convertido en rehén de dos tradiciones de la Ilustración Europea.
Como escritor, debería haber seguido el camino normal y haber transmitido las historias de la gente involucrada en el cuento, pero esta se ha negado a ser ese tipo de historia. Los detalles no están en discusión. Hay opresión y discriminación. Pero esto no es nuevo, y no se limita a ningún grupo. Es la forma en que los ugandeses están condenados a vivir.
Nadie que debería poder explicar por qué la posición de nadie tenía sentido, excepto la posición nativa que nadie excepto el nativo sabía que existía.
Esto es esencialmente una búsqueda de una visión que abarque todo sobre el matrimonio, la sexualidad, el género, el liderazgo religioso y una conceptualización de lo que es y lo que no es generalmente útil en la esfera de la coda cívica.
Nadie que debería saber eso parecía saberlo.
Finales y comienzos
Un pensamiento no es un pensamiento real hasta que una mente blanca también lo haya pensado. Una vez que ha sido aprobado de esta manera, se convierte en su pensamiento. Una vez que es su pensamiento, entonces es el único pensamiento que vale la pena tener, y todos los demás pensamientos deben hacerse a un lado.
La presunción parece ser que las complejidades de la sexualidad humana fueron descubiertas solo cuando el mundo occidental las encontró, y a medida que el mundo occidental llegó a sus conclusiones acerca de ellas, estas son ahora los únicos Pensamientos Válidos.
Al final, las sociedades deben decidir por sí mismas cómo quieren vivir. Los procesos de gobierno de Uganda nunca han sido lo suficientemente inclusivos para captar eso. El debate a tres bandas entre la élite secular, los gobiernos donantes y el establecimiento cristiano, todos muy bien financiados, es aún más estrecho.
Las preguntas, como los ciudadanos oprimidos, quedan empobrecidas.
Fuente: African Arguments
[Traducción, Jesús Esteibarlanda]
[CIDAF-UCM]