Autor. Pablo Arconada Ledesma
Son casi las nueve de la mañana en Maramba, una de las comunidades más empobrecidas de Livingstone, en el sur de Zambia. Por una calle, al fondo, se oyen voces de niños que corean diferentes ritmos siguiendo a las de tres adultos que van enfundados en unas mallas negras. Entran en el colegio y en el patio forman un gran círculo. La emoción y la alegría se palpan en el ambiente. Los niños dan palmas, ríen y cantan. Por un segundo parece que todo lo demás ha desaparecido: la basura, la pobreza y el día a día. Los adultos marcan el ritmo. Nos dirigimos al mercado de Mbita, donde empieza su actuación. Piruetas, saltos, volteretas, equilibrismo y aros de fuego. Pero detrás de este espectáculo hay mucho más.
Amos, Edgar y Joseph, son los tres acróbatas que viven en este barrio, que dedican su tiempo y sus esfuerzos a mejorar las condiciones de su comunidad. Todo empezó en 2009 cuando comenzaron sus entrenamientos de la mano de un voluntario australiano, que vio en el compañerismo y el trabajo en equipo un arma contra los principales problemas de la zona. Desde entonces han seguido entrenando, aprendiendo e innovando. Cualquier idea es buena y se puede poner en práctica. Trabajan en diferentes barrios de Livingstone y en ocasiones colaboran con otros grupos dedicados a las artes escénicas como los bailes de máscaras o mulala.
Su objetivo es el futuro de Zambia: los niños, conseguir que vayan a la escuela, ayudarles a salir adelante. Para lograrlo usan todo el dinero que obtienen de sus actuaciones, cuando les contratan, para comprar material escolar y financiar las tasas del colegio. También organizan diferentes actividades culturales con los niños de la comunidad: les enseñan danza, teatro y música. Les enseñan el valor del esfuerzo, del trabajo en equipo.
Esto es algo más que una actuación. Esto es cultura local. Los acróbatas de Maramba hacen uso de las artes con un fin social, más allá del ocio y la diversión. Han convertido la cultura en un instrumento a través del cual se aprende, y del que se pueden obtener los medios para que la comunidad logre cierto empoderamiento.
Puede resultar irónico, pero estos tres artistas no terminaron la escuela. Quizás porque no les dieron la oportunidad, o simplemente porque tenían que cubrir otras necesidades. Amos tuvo que dejarlo hace dos años, cuando falleció su padre. Pero ganas no le faltan. Mientras tanto usa todas las herramientas disponibles para fomentar la educación entre aquellos que le rodean sin perder la esperanza de finalizar sus estudios.
Original en : Wiriko