La semana pasada acudí a un acto celebrado en la madrileña plaza de Lavapiés, en el que varios inmigrantes agrupados en la asociación Sin Papeles denunciaron el acoso policial al que se ven sometidos y que se ha intensificado mucho más desde que hace varios meses las comisarías de policías recibieron órdenes de arriba para cubrir determinados cupos y de determinadas nacionalidades para acelerar las expulsiones. «Salir a la calle es un desafío. La policía nos busca en los lugares a los que vamos para ganarnos la vida, regularizar nuestra situación o llamar a nuestras familias. A muchos nos han detenido cerca de juzgado y embajadas. Nos sacan de la cabina del locutorio cuando hablamos por teléfono. Nos piden que aprendamos español, que vayamos a los juzgados, que tengamos un trabajo, pero se nos persigue justo allí donde vamos a hacerlo».
Los inmigrantes dicen también padecer en muchas ocasiones un trato vejatorio: «Muchos policías nos dicen que no les gusta hacer eso, que son órdenes de sus jefes. Les hemos escuchado decir que tiene que llevar a un número concreto de personas detenidas a comisaría, y como su coche es muy pequeño y no caben todos los que sus jefes les han pedido que lleven detenidos nos llevan en furgonetas. Y nos tienen esperando dentro durante mucho tiempo hasta que se llenan. Como si fuéramos en un camión de mercancías. A veces nos tratan con respeto, pero otras veces nos aprietan las esposas, nos insultan y se burlan de nosotros. En comisaría nos encierran a muchas personas juntas, pasamos frío y apenas nos dan unas galletas para comer. Estamos ya muy cansados, por eso ahora muchos de nosotros nos quedamos en casa casi todo el día. No son resignamos a vivir encerrados en el miedo, queremos salir libremente a la calle sin la amenaza de vernos atrapados en una cacería. ¡Porque la vida no es una cárcel!»