Acaparamiento, memoria y resistencia

24/09/2014 | Opinión

[…] Es innegable que hay una relación directa entre la pérdida de tierras y el avance de la megaminería, el petróleo, el gas, y los monocultivos. Como está planteado en el editorial, debemos reconocer que existe un amplio margen de investigación por realizar para descubrir el avance del extractivismo y la fragmentación, desmantelamiento y pérdida de territorios por parte de campesinos e indígenas. Como botones mínimos de prueba, baste decir que en México 26 % del territorio nacional está ya concesionado a las mineras, y que en Colombia, 40% del territorio está también concesionado. En este último país, “el 80% de las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron en los últimos diez años se produjeron en regiones minero-energéticas y el 87% de las personas desplazadas proceden de estos lugares”. En Perú, es el 40% de los territorios campesinos el que está ya entregado a las mineras. Si recorriéramos país por país, algo que sin duda es necesario comenzar a hacer de modo sistemático, nos encontraríamos con panoramas parecidos, hasta el extremo de la República Democrática del Congo donde lo tremendo ya no lo mide el porcentaje de tierras entregado sino el número de muertos desatado por los conflictos por los minerales, sobre todo diamantes, coltán y oro: más de 7 millones de asesinados con violencia en menos de 15 años.

Los conflictos por el agua son también recurrentes. “En África, por ejemplo, una de cada tres personas sufre de escasez de agua y el cambio climático empeorará la situación. El desarrollo en África de sistemas indígenas de manejo de aguas, altamente sofisticados, podría ayudar a resolver la crisis, pero son estos mismos sistemas los que son destruidos por los acaparamientos de tierra a gran escala, en medio de afirmaciones de que el agua en África es abundante, que está subutilizada y que está lista para ser aprovechada por la agricultura para la exportación”, dice otro informe de GRAIN*, Y claro, no es sólo África.

Más allá de las causas, que van de los monocultivos del sistema agroalimentario industrial al extractivismo más severo y contaminante de la minería, pasando por las centrales eólicas, los pozos petroleros, las reservas de la biosfera y los proyectos REDD, el megaturismo y los desarrollos inmobiliarios, los trazos carreteros, las megarepresas hidroeléctricas, los trasvases de acuíferos, los corredores multimodales o la entrada brutal de la cultura de la delincuencia y la narcosiembra, los laboratorios o el tráfico, lo real que hay un ataque contra nuestra memoria territorial porque nuestros territorios son el entorno vital, los ámbitos comunes para recrear y transformar nuestra existencia: ese espacio al que le damos pleno significado con nuestros saberes compartidos en nuestra historia común. Para provocar escasez y dependencia económica, los sistemas mundiales corporativos, industriales o multilaterales han ido promoviendo una deshabilitación progresiva que busca que las comunidades, que durante tanto tiempo han alimentado al mundo, no puedan resolver por medios propios ni su propia subsistencia, ni su salud, su educación, y otras necesidades que se han ido acumulando. El efecto de esta precariedad impuesta es la expulsión de poblaciones, fragilizando sus estrategias y restándole peso a su propio futuro.

Por eso la Soberanía Alimentaria sigue siendo profundamente pertinente y esperanzadora como herramienta de autonomía y defensa territorial, porque revive plenamente nuestra memoria. Una producción propia de alimentos desde el nivel más pequeño y comunitario para arriba es una propuesta vital y existen pruebas de que es posible darle la vuelta a tanto agravio […].

* GRAIN, Exprimir África hasta la última gota: Detrás de cada acaparamiento de tierra hay un acaparamiento de agua, 2012. www.grain.org

Nyéléni (Boletín)

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