En esta obra, la autora hace la autopsia de la tragedia ruandesa de 1994 y desmonta metódicamente la historia oficial destilada desde esa fecha hasta hoy: la historia de los buenos contra los malos, con Paul Kagame en el papel de héroe nacional que puso fin al genocidio en su país. Si, sin duda alguna, el ensayo de esta periodista canadiense dará un golpe definitivo al relato tal y como ha sido escrito por el campo de los vencedores y repetido hasta la saciedad desde hace 24 años, será gracias al rigor de su trabajo. Judi Rever comenzó a interesarse por Ruanda en 1997 cuando mantuvo encuentros con refugiados hutu en Kisangani, en RDC. Desde esa fecha, a pesar de las dificultades, amenazas e intimidaciones, lleva entre manos, en el sentido literal del término, este tema. Ha entrevistado a cientos de personas, entre ellas a personas cercanas a Paul Kagame hoy arrepentidas, ha compulsado miles de páginas de informes de las Naciones Unidas o del Tribunal Internacional para Ruanda, se ha puesto las botas tanto para caminar por la selva congoleña como por los pasillos de la ONU. Por su constancia, su determinación, su coraje, su serenidad y humanidad, Judi Rever merece el respeto. Su obra no está disponible todavía en francés, a la espera de que algún editor francófono publique su libro. IVERIS presenta una entrevista con la autora.
En su obra, usted vuelve sobre el acontecimiento desencadenante del genocidio, el atentado contra el avión del presidente Habyarimana el 6 de abril de 1994. Todos los elementos de prueba acusan al actual Presidente Paul Kagame de haber sido el instigador de este atentado. ¿Por qué esta verdad, conocida desde hace años ya, resulta tan difícil que se admita?
Judi Rever: Los elementos de prueba más convincentes y pertinentes indican que Paul Kagame era el responsable del atentado. Las conclusiones de la investigación del juez de instrucción francés Jean-Louis Bruguière en 2008 y los testimonios en un informe confidencial de la ONU de 2003, que he tenido en mis manos concuerdan de manera contundente. Estas informaciones muestran que Paul Kagame y sus mandos cercanos tuvieron una serie de reuniones para planificar el ataque y formaron un comando para disparar los misiles. Esas armas, de origen soviético, les fueron suministradas por Uganda, su aliado clave. Por añadidura, los testigos de la investigación han señalado nominalmente a los individuos que transportaron y dispararon esos misiles, el segundo de los cuales derribó el avión.
¿Por qué, a pesar de la concordancia de esas pruebas, esta historia sigue siendo un tema polémico?
El gobierno ruandés y sus “lobistas”, sobre todo en Francia, tratan, con mucha fuerza, de deslegitimar cualquier persona o tentativa seria de aclarar estos hechos históricos. Estamos confrontados a actos de intimidación y de denuncia. Cada vez que los testigos aportan pruebas, están expuestos a los riesgos de violencia física. Los individuos, investigadores o periodistas que intentan investigar o que se atreven a evocar los crímenes de Paul Kagame son poco numerosos y son tratados de negacionistas. Son acusados sistemáticamente de negar el genocidio de los tutsi y de minimizar los sufrimientos de las víctimas. En Francia en particular, los medios repiten sin cesar el relato extendido por el régimen de Kigali.
Otra verdad parece imposible de admitir: el hecho de que este atentado haya devastado todo el país, significa que todos los ruandeses han sido víctimas y no solamente los tutsi. Si con relación a éstos las cifras de víctimas son conocidas, 800.000 personas asesinadas, ¿se tiene una idea del número de hutu matados durante los 100 días del genocidio? ¿Quiénes eran los responsables de estas masacres?
Los ex-miembros del ejército de Paul Kagame que yo he entrevistado estiman que el número de víctimas hutu asesinados durante el genocidio y en los meses posteriores por parte de sus propias fuerzas es, como mínimo, 500.000 personas, y probablemente muchas más. Un investigador de la ONU que ha examinado los crímenes de Paul Kagame y de su ejército me afirmó que al menos medio millón de hutu fueron masacrados por el partido del Presidente ruandés, el Frente Patriótico Ruandés (FPR) y sus soldados. El antiguo dirigentes del “buró” político del FPR, hoy en exilio, estima en cerca de un millón el número de víctimas hutu. Según otros testimonios fiables que he recogido, como mandos responsables de estas masacres estaban Paul Kagame, y sus mandos más próximos como Kayumba Nyamwasa, Emmanuel Karenzi Karake y James Kabarebe. En mi libro, yo explico que esos crímenes de masas constituyen un genocidio contra los hutu. Explico cómo, tras el asesinato del presidente Habyarimana, los escuadrones de la muerte de Paul Kagame, inmediatamente y sistemáticamente, con una organización sorprendente detrás del frente, actuaron en el exterminio de los líderes de la comunidad hutu y de los campesinos, sea dirigiéndolos hacia el bosque de Akagera donde fueron fusilados o quemados o masacrando la población en el campo o con ocasión de reuniones.
En esta historia trágica, permanecen acontecimientos inexplicados, concretamente la salida de la misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas (MINUAR) diez días después del inicio del genocidio. ¿Ha mantenido usted algún encuentro con Roméo Dallaire, el pat5rón de esta misión? ¿Cómo justificó en su día la ONU esta salida? ¿Cómo sigue justificándola 24 años después? ¿Por qué no ha habido denuncias judiciales o sanciones contra quienes tomaron esta decisión?
Desdichadamente, el general Dallaire rechazó mi solicitud de entrevistarle y sus palabras públicas desde 1994 tienden a oscurecer la historia. La realidad es ésta: Paul Kagame dijo claramente que la MINUAR debía abandonar Ruanda; si la ONU tratara de intervenir en el conflicto, el ejército del FPR consideraría la MINUAR como un enemigo y la atacaría. Los EEUU, aliados con los dirigentes del FPR, también impidieron activamente que el Consejo de seguridad de la ONU mantuviera una fuerza de paz en Ruanda durante el genocidio. En los años posteriores, Paul Kagame ha deformado la historia al explicar que la comunidad internacional había abandonado Ruanda; es falso. En realidad, hizo todo para que la ONU dejara el terreno. Según personas próximas a él, se irritó especialmente cuando el presidente francés en aquel momento François Mitterrand, autorizó el despliegue de la Operación Turquoise en junio de 1994. Temía que esta misión retrasase o parase su victoria militar o que constatase lo que estaba sucediendo sobre el terreno, esto es, lo que las tropas hacían detrás del frente. Por otra parte, no es nada extraño que después de la tragedia François Mitterrand haya evocado un doble genocidio.
Recientemente todavía, uno de los pretexto utilizados por Paul Kagame para justificar la intrusión de su ejército o de milicias en territorio vecino congoleño consiste en decir que perseguían las milicias interahamwe, hutu que habían huido de Ruanda. ¿Existen supervivientes de esa época?
Lo que los investigadores de la ONU han podido demostrar es que las fuerzas del FDLR siguen siendo activas en el Congo, pero que no representan una verdadera amenaza para Ruanda. Las exacciones y ataques que se atribuyen a las FDLR se cometen contra el pueblo congoleño y no contra los ruandeses. Hay que decir también que el porcentaje de interahamwe entre los miembros de las FDLR ha sido exagerado; un gran número de combatientes FDLR lo constituye huérfanos hutu, consecuencia de las masacres FPR cuando invadió por primera vez el Congo (1996-1997) Hay que señalar, igualmente, que después de esta invasión, el ejército de Paul Kagame y sus milicias tutsi han colaborado con esos interahamwe en varias ocasiones para hacerse con los recursos mineros y naturales del Congo. Este fenómeno está bien documentado.
Usted conoce bien la RDC; en algunos territorios del este (los Kivu, en Beni), la situación es dantesca, hasta tal punto que algunos evocan “un matadero a cielo abierto”. ¿Según usted, el Congo sigue pagando de alguna manera las consecuencias del incendio de Ruanda en 1994?
Es delirante hasta qué punto desde hace 20 años el estado ruandés y sus agentes militares y políticos desestabilizan el Congo. Desde la creación del Tribunal Penal internacional en 2002, los investigadores poseen suficientes pruebas para inculpar a Kigali por haber creado, formado y armado milicias tutsi (RCD, CNDP y M23) que han cometido las peores atrocidades contra los congoleños. Sin embargo, Ruanda no ha sido objeto nunca de persecución judicial. La “comunidad internacional” traiciona el Congo y protege a Kagame. Se constata ahora que los antiguos combatientes tutsi y sus milicias actúan en la sombra en Kasai y en Beni, donde el conflicto arrasa. Son responsables del desplazamiento de más de un millón de víctimas y matan a inocentes. Una vez más, estamos confrontados a un ciclo de impunidad por razones geopolíticas.
En Francia, el dossier ruandés sigue suscitando controversia y es difícil volverá hablar sobre la historia “oficial”. ¿Las mismas dificultades se encuentran en los EEUU y Canadá?
También es difícil volver a hablar sobre el relato oficial, la historia oficial del FPR, pero, al menos podemos exponer los crímenes de guerra y los abusos de los derechos humanos de Paul Kagame sin ser etiquetados de negacionistas. Tenemos un poco más de margen de maniobra. En Francia, hay personas como Alain Gauthier y su esposa Dafrosa, que trabajan para el colectivo de Partes civiles; esta pareja ha sido decorada por Paul Kagame el año pasado. Alain Gauthier posee la nacionalidad ruandesa y Dafrosa es prima por alianza de James Kabarebe, un hombre que está acusado de las peores atrocidades en el Congo y en Ruanda. Está también Patrick Sain-Exupéry, que ha cimentado su reputación profesional acusando a algunos militares y políticos franceses de haber defendido ciegamente un régimen sanguinario (el antiguo régimen hutu); ha sido condenado por difamación sin que los medios se pregunten por el fondo del dossier y por las razones de ese veredicto.
[Traducción, Ramón Arozarena]
Fuente: The Rwandan
[Fundación Sur]
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