La casa de Abasse Ndione se encuentra casi al final de Rufisque, a las afueras de Dakar, muy cerca de una enorme fábrica de cemento. A la sombra de las torres de esta inmensa estructura correteaba hace 60 años el pequeño Abasse, pues su padre, comerciante y agricultor, también trabajó allí durante años. Así es este impenitente devorador de libros, uno de los escritores más reconocidos de Senegal, pero a la vez hombre sencillo, amante de la vida en familia, discreto, acogedor. Un autor que se resiste a las nuevas tecnologías, no tiene teléfono móvil y sigue escribiendo a mano, pero a quien le gusta estar informado de lo que ocurre a su alrededor y que luego traslada a sus novelas. Considerado uno de los pocos autores africanos de novela negra, el pasado 11 de diciembre participó, desde Dakar, en una de las actividades del Salón Internacional del Libro Africano (SILA) que este año se celebró en Gran Canaria.
Abasse Ndione nació en Bargny, a pocos kilómetros de Rufisque, el 16 de diciembre de 1946. “Mi infancia fue muy feliz, formidable. Éramos 14 ó 15 niños en la casa, mi padre era polígamo y tenía varias mujeres. Como propietario de una piragua de pesca, daba trabajo a treinta ó cuarenta personas, no pasamos necesidades. Además, durante la II Guerra Mundial, trabajó con los americanos en una base que habían montado al lado de casa, y cuando se fueron en 1945 la casa se llenó de muebles y cosas que ellos le habían dejado. Recuerdo especialmente un fonógrafo con el que toda la familia oía discos de jazz”.
Pero no era lo único que escuchaban en la casa. El pequeño Abasse y sus hermanos se reunían a menudo en el patio para disfrutar de las historias que se contaban a la luz de los candiles. Normalmente eran las mujeres las encargadas de inflamar la imaginación de los niños con historias extraordinarias en las que los personajes eran espíritus mágicos, liebres inteligentes y escurridizas o desagradables hienas. “Eran las tías de la familia las que asumían este rol, pero me acuerdo también de un viejo pariente que venía de Podor, Papa Lö le llamábamos, que nos impresionaba mucho por su manera de contar”, recuerda.
A los siete años, Abasse comenzó a aprender el Corán en una escuela islámica, pero su padre se empeñó en que también aprendiera otras disciplinas y acabó enviándolo a un colegio francés. “Recuerdo el primer libro que leí en la escuela. Se llamaba En el país azul, del escritor galo Armand Grébauval. Pero, desde mi mirada de niño, me sentí muy decepcionado, yo pensaba que en los libros debía haber también historias extraordinarias como las que nos contaban nuestras tías. Fue en aquella época, allá por el año 1956, tendría yo unos diez años, cuando decidí que un día yo también escribiría libros”.
Pocos años más tarde, el joven Abasse se traslada a Saint Louis, al norte del país, para estudiar Secundaria en el Liceo Peytavin. “Nuestro profesor nos planteó un dilema, nos pidió que escribiéramos una redacción en la que plasmáramos un recuerdo de nuestras vacaciones o bien qué queríamos ser de mayores. Yo escogí esta opción y dije que quería ser escritor. Aproveché la ocasión y le pregunté qué disciplina tenía que estudiar para convertirme en escritor. Recuerdo su respuesta como si fuera hoy. Me dijo que no era una cuestión de estudios, sino de sensibilidad, que en realidad no había ninguna disciplina concreta que yo pudiera cursar para ser escritor, pero que tenía que cultivarme mucho, leer mucho”, añade Ndione.
Y empezó. No descartó ningún género, ningún autor. Abasse Ndione leyó todo lo que cayó en sus manos. De Víctor Hugo a Balzac, de Dostoievski a Hemingway. Finalmente se convirtió en enfermero de Estado y su primer destino fue la ciudad de Sedhiou, en la región de Casamance, al sur del país. “Llegué allí cargado con mis maletas en las que llevaba, sobre todo, libros. Después fui trasladado a dos pequeños pueblos a donde casi nunca llegaban los medicamentos, así que me pasaba las horas leyendo y leyendo. De todo. Cómic, novelas, piezas de teatro, ensayos, cuentos”. Entre sus novelas preferidas, El viejo y el mar, de Ernest Hemingway y No hay orquídeas para la señorita Blandish, de James Hadley Chase.
Y claro, como una cosa lleva a la otra y las casualidades no existen, Abasse Ndione coge el bolígrafo. Cada noche, en una suerte de letanía, el enfermero se quedaba escribiendo libretas y libretas, como si estuviera poseído. “Me acuerdo que escribí tres libros, pero luego destruí los manuscritos. No me gustaron”. Siete años después, fue destinado a Dakar y se instaló muy cerca de la casa familiar, en Bargny. Y hasta allí, ahora sí, vino a buscarle su primera novela. Fue en 1973. “Una noche hubo una redada en el pueblo y la Policía se llevó a cuatro traficantes de cannabis. Para mí aquello era inaudito. Pero claro, en mi ausencia había venido el mayo del 68, el movimiento hippie, la guerra de Vietnam, Woodstock y tantas cosas. El mundo había cambiado”.
El curioso Abasse Ndione empezó a investigar. Se encontró con que en el pequeño pueblo donde había nacido había seguidores de Bob Marley que fumaban marihuana y un mundo que para él era nuevo, desconocido y, por tanto, estimulante. Y volvió a escribir. A la manera tradicional. Cada noche, cuando los niños y la mujer se acostaban, Abasse sacaba su viejo cartón, se lo ponía sobre las rodillas, cogía las libretas y el bolígrafo y se sumergía en ese mundo urbano y nuevo que estaba surgiendo. En dos meses lo tenía terminado.
En un primer momento, Abasse Ndione pensó que había escrito un guión cinematográfico. Lo envió a la Sociedad Nacional de Cinematografía y allí alguien le dijo que no, que aquello era, en realidad, el embrión de una novela. Abasse volvió a casa y retomó la escritura. El proceso le llevó dos años: cortó, limpió, añadió, retocó su texto, le dio vueltas, lo rehizo en fin. “Escribía hasta que me vencía el cansancio, una costumbre que cogí en aquella época y que aún mantengo”. De aquel frenesí salieron decenas de cuadernos. Veinticuatro meses después, lo llevó a la editorial Nuevas Ediciones de Senegal. Le dijeron que sí, que era excelente, que la publicarían. Ndione estaba satisfecho. Había nacido La vida en espiral.
Sin embargo, tuvo que esperar ocho largos años, hasta abril de 1984, para ver publicada su obra. “A la senegalesa” comenta con ironía. El éxito es inmediato. Seis meses después, se habían vendido todos los ejemplares y en 1985 recibe el Premio de Novela Léopold Sedar Senghor. Un año más tarde, la lectura de La vida en espiral se incluye en la programación de los estudios de Secundaria de todo el país, novela de la que aparece una segunda parte en 1988. La vida en espiral narra la historia de cinco jóvenes que viven en un pueblo llamado Sambay (en realidad su Bargny natal) a una hora de Dakar y que pasan todo el día fumando cannabis. Sin embargo, Ndione no se queda ahí y también fotografía en esta obra a la clase política senegalesa y sus prácticas corruptas.
Pero al escritor le aguardaba aún una gran sorpresa cuando un día de 1998, diez años después, recibe una llamada telefónica. La prestigiosa editorial francesa Gallimard quería publicar su novela y lo hace pocos meses después. Animado por su proyección internacional, empieza a escribir su segunda obra. “La tenía en mi cabeza. Yo no tengo costumbre de tomar notas, pero cuando me siento sé hasta dónde quiero llegar, sólo me falta encontrar las palabras. Me llevó un año y medio, casi dos, darle forma a la novela”, asegura. En 2000, coincidiendo con su jubilación, la editorial Gallimard publica Ramata, la historia trágica de una ambiciosa mujer a la que muchos consideran la Madame Bovary africana, que luego sería llevada al cine.
Tendrán que pasar ocho años, hasta 2008, para que Ndione publique su tercera obra, Mbëckë mi, basada en el drama de la emigración que en aquellos años azotaba a Senegal. Decenas de miles de jóvenes se subían en aquella época a los cayucos que llegaban de dos en dos o de tres en tres hasta las costas de Canarias. Y Ndione se subió figuradamente con ellos a una de estas piraguas y contó su azarosa travesía. “Hubo gente que me llegó a preguntar si realmente había hecho ese viaje. Con este libro se ha hecho también un guión para una película”, explica el autor, ya inmerso en nuevos proyectos, uno de ellos sobre el largo conflicto de Casamance que dura ya treinta años.
“Quiero aportar mi contribución a la búsqueda de la paz. No es posible que los dirigentes de este país no hayan trabajado lo suficiente para conseguir acabar con una de las guerras más fratricidas y olvidadas que existen en el mundo”, explica. Por lo que parece, la hija del escritor, que se encarga de transcribir al ordenador las libretas de su padre, seguirá teniendo trabajo. En sus obras, como si fuera una paciente araña, va tejiendo una red de descripciones precisas y sucesos cotidianos y a la vez sorprendentes en la que acaban cayendo tanto sus personajes como sus lectores. Cronista de lo real, el escalpelo de Abasse Ndione penetra también en los perfiles de seres humanos obligados a desenvolverse en un mundo que los zarandea. Y al final, a uno le queda el regusto de haber paseado por calles, sombras y esquinas que son las mismas que nos esperan a todos en cualquier día y cualquier ciudad y, por eso, tan extraordinarias como los cuentos que el propio Ndione escuchaba contar de niño a Papa Lö.
Original en : Blogs de El País : África no es un País