En Pamplona, desde donde escribo estas líneas, se ha convertido casi en una tradición. El sábado 5 de septiembre de 2015 los colectivos SOS Racismo Nafarroa, la plataforma Papeles y Derechos Denontzat y Amnistía Internacional convocaron una manifestación para exigir «un mundo sin fronteras» y mostrar su solidaridad con las personas refugiadas. “Bienvenidos, ongi etorri, welcome” se leía en las pancartas. El alcalde de Pamplona confirmó su voluntad de que la capital navarra se sumara a la red de ciudades-refugio. Un año más tarde, el 17 de diciembre de 2016, los manifestantes reivindicaron «una acogida real» para las personas refugiadas y migrantes. Y el 26 de febrero de este año, convocados por las iniciativas ciudadanas de acogida de Pamplona, Estella, Tafalla, Villava, Barañáin y Help-Na, los participantes coreaban “No a la Europa fortaleza”. Como en toda manifestación popular, también en ésta la ambigüedad y el partidismo asomaban su cabeza por las rendijas. “Gobernantes asesinos”, se leía en una de las pancartas. Y entre los presentes, la diputada de Unidos Podemos, Ione Belarra, y la senadora autonómica por Navarra de ese mismo partido, Idoia Villanueva. ¿Una respuesta un tanto confusa ante una situación cuyas raíces son más confusas todavía? Ciertamente en lo que a Siria se refiere.
Así describía el corresponsal del Washington Post el 14 de febrero de 2016 lo que estaba ocurriendo en Alepo: “Aviones rusos bombardean desde el cielo. Milicias iraquíes y libanesas con asesores iraníes avanzan en el terreno. Un surtido grupo de rebeldes sirios respaldados por Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudita y Qatar intenta que estas milicias retrocedan. Fuerzas kurdas –aliadas tanto con Washington como Moscú– toman ventaja del caos y extienden su territorio. El Estado Islámico (EI) se apodera de un par de pequeños poblados mientras la atención se desvía hacia otros grupos”. El primer ministro ruso Dmitri Medvédev hablaba de «una nueva Guerra Fría» y se preguntaba si el mundo estaba en el año 2016 o en 1962. Más bien una “mini guerra mundial” de todos contra todos, era la conclusión del periódico americano.
Todo comenzó cuando en marzo de 2011 un grupo de jóvenes que habían pintado consignas revolucionarias en Deraa, al sur de Siria, fueron arrestados y torturados por las fuerzas de seguridad. Desde entonces siguen reinando la confusión sobre el terreno y la ambigüedad en las reacciones internacionales. “Trump logra su primera victoria política con el ataque a Siria”, titulaba acertadamente El País este sábado después de que 59 misiles Tomahawk arrasaran la base aérea de Shayrat (Homs) en represalia por el bombardeo con armas químicas que el martes acabó con 86 vidas. Y recordaba El País cómo en agosto de 2013 Trump se había opuesto a una posible intervención americana después de que un ataque gubernamental con armas químicas hubiera matado a 1.400 civiles en las afueras de Damasco. Numerosos líderes internacionales han aplaudido la decisión del nuevo presidente norteamericano. “Ya era hora de que alguien reaccionara de manera real y concreta contra las carnicerías de Bachar al-Assad”, se comentaba. Más importante para Donald Trump, la opinión americana le ha sido casi unánimemente favorable. Representantes blancos de iglesias evangelistas han visto en la decisión del presidente un acto de virtud comparándolo con la indecisión de su predecesor. Los obispos católicos sin embargo, y las iglesias con una presencia importante en el Medio Oriente no se han unido a la alabanza general. Ellos saben por experiencia que por condenable que sea el comportamiento del régimen laico de Bachar al-Asad, la alternativa será seguramente peor. Casi nadie ha hecho caso de las excusas rusas y sirias de que las armas químicas se encontraban en un depósito de los rebeldes. Y exceptuando la BBC apenas si se ha mencionado la opinión del siempre admirado WikiLeaks que vincula al ataque con armas químicas con extremistas islámicos. De hecho a quién más favorece lo acaecido es a los grupos rebeldes en busca de apoyo internacional.
¿Y los refugiados que Trump quiere mantener a distancia? “Jordania, a punto de estallar por la avalancha de refugiados sirios”, informaba Reuters ya en febrero del año pasado, refiriéndose a los 600.000 sirios refugiados en un país que, con sus 7 millones de habitantes, acoge ya a más de dos millones de palestinos. Al norte, en Turquía viven hoy 3,5 millones de refugiados sirios, según la PBSNewsHour del 28 de marzo, transmitida por 350 estaciones americanas de televisión. Y “El Líbano está a punto de explotar”. Así se expresaba el primer ministro libanés Saad al-Hariri en enero de este año. De los cinco millones de personas (la última cifra de Naciones Unidas) que han huido de la guerra en Siria, 1’5 millones se han refugiado en este pequeño país de 7 millones de habitantes, que acoge también a medio millón de palestinos.
Como para sentirse incómodo, si no avergonzado, al escuchar a Jerónimo Saavedra, “Diputado del Común” (Defensor del Pueblo) canario, que se quejaba el pasado viernes 7 en “Canarias 7” sobre la escasa acogida de refugiados en España. De los 17.387 que España se comprometió a acoger en el reparto de 120.000 refugiados consensuado por la UE en 2015, han llegado 1.212. Sólo que cuando Ola Sanmartín le preguntó al director de la Casa Árabe, Pedro Villena, “¿Por qué España no acoge a todos los refugiados que prometió?” (El Mundo 3 de abril) ésta fue parte de su respuesta: “Aparte, hay algo que no se comenta mucho: los pocos refugiados que han llegado a España no quieren quedarse aquí, su obsesión es irse a Alemania o a Suecia.”.
¿Se quedará entonces necesariamente en postureo el “Bienvenidos, ongi etorri, welcome” de las pancartas de Pamplona? Habría una solución… que nadie querrá aceptar. Los expertos del Banco Mundial calculan que ya a finales de 2015 el conflicto sirio le había costado al Líbano unos 18 mil millones de dólares. Hablando en Beirut el 19 de enero, el Primer Ministro libanés Saad al-Hariri pedía a la comunidad internacional 10-12.000 dólares anuales por refugiado durante un período de cinco a siete años en lugar de los 1-1.200 que ahora recibe. Entonces, en lugar de obligar a los refugiados sirios a venir a España ¿no se podría incluir en los presupuestos que se están debatiendo una partida de 460 millones dólares en favor del Líbano? 25 millones saldrían de las arcas del ayuntamiento de Pamplona, “ciudad-refugio” según su alcalde. Sin duda que la mayoría de los jóvenes, tan asiduos en las manifestaciones, estarían de acuerdo para que esa suma se sustrajera de la partida prevista para festejos y juventud… ¿O tal vez me equivoco?
Ramón Echeverría