A propósito de la crisis del coronavirus: esta vez sí, no vamos a olvidar

30/03/2020 | Opinión


“Pronto dejamos de recordar
lo que era inolvidable”.

(Parafraseando a Borges).

Hasta ahora, una vez pasadas las primeras reacciones humanitarias a las tragedias, la humanidad ha olvidado y ha seguido las pautas y el ritmo cotidiano sin tener ya en cuenta las inmensas heridas sin restañar. Un ejemplo todavía reciente es el de Haití. Inmediatamente después del terremoto -el día 14 de enero de 2010- escribí al final del artículo “A vuela pluma: Haití”, lo siguiente: “Los líderes deben saber que la sociedad civil tendrá, por fin, voz, sobre todo en el ciberespacio, y la elevará progresivamente. Que podremos mirar a los ojos de los supervivientes y decirles: el tiempo de la insolidaridad y del olvido, el tiempo del desamor, ha terminado”.

En varias ocasiones después uní mi voz a la de Forges que repetía en sus viñetas “Y no te olvides de Haití”. “Hace bien en insistir, dije, porque nos recuerda la velocidad con que nos olvidamos del tsunami de diciembre del año 2005; de los terremotos de Perú, de China… y Darfur… y de los acontecimientos que hace tan sólo tres lustros asolaron Haití”. Allí estuve y escribí: “Se fueron los últimos / soldados / y estalló la paz / en vuestra vida, / sin reporteros / que filmen / cómo se vive y muere cada día… / Ya no moriréis / de bala y fuego. / De olvido / volveréis a moriros. / Como siempre”.

En un mundo armado hasta los dientes pero incapaz de disponer de la tecnología y el personal capacitado para hacer frente a las catástrofes naturales, mediante una gran acción conjunta coordinada por las Naciones Unidas… todo sigue igual. Debemos movilizarnos contra este curso aparentemente inexorable de los acontecimientos, para que los gobernantes adviertan que ha llegado el momento inaplazable de poner en marcha un desarrollo global sostenible en lugar de la actual economía de especulación y guerra… Desplazando de una vez a los grupos plutocráticos en cuyas manos se han puesto, irresponsablemente, las riendas del destino común.

100.000 edificios destruidos, más de un millón de desplazados, 150.000 enfermos de cólera con más de 3.500 muertos que se añadían a las casi 300.000 víctimas del seísmo. Se pensó, con toda la razón, que no quedarían desoídos sus gritos de ayuda… pero las Naciones Unidas marginadas y gobernado el mundo por los más prósperos y poderosos, pronto quedó muy reducido el apoyo internacional y casi olvidada la gran tragedia sufrida. Las manos que tenían que estar tendidas se hallaban armadas y alzadas. Y la inmensa mayoría distraídos, sin recordar que a todos nos corresponde plantar semillas de amor y de justicia.

coronovirus_ext_cc0.pngEste mismo año de 2020, el 12 de enero, justo a los diez años de la catástrofe, “El País” publicaba un artículo de Jacobo García titulado “Lecciones de Haití”, del que extraigo unos párrafos: “…En pocas horas, el aeropuerto de Puerto Príncipe se quedó pequeño para recibir docenas de aviones con alimentos, tiendas de campaña y bomberos… El Presidente Bill Clinton organizó en Montreal una conferencia de donantes y ONGs de todo el mundo acudieron… Una década después, la hambruna se extiende en un país donde 1,2 millones de habitantes viven en situación de emergencia alimentaria… El 60 % de la ayuda financiera y aprobada nunca llegó a Haití». A pesar de los esfuerzos extraordinarios de las Naciones Unidas y de la Cruz Roja la vulnerabilidad de Haití sigue sin aminorarse. Sus “lecciones” no se aplican.

En consecuencia, constituye una auténtica exigencia ética que no suceda lo mismo con las “lecciones del Coronavirus”. Es imperativo que los ciudadanos del mundo -frente a amenazas globales no caben distintivos individuales- dejen de ser espectadores abducidos y anonadados para convertirse en actores decididos para que no se olvide, una vez más, lo que debe ser inolvidado: que los índices de bienestar se miden en términos de salud y participación, de calidad de vida y creatividad, y no por el PIB, que refleja exclusivamente crecimiento económico, siempre mal repartido; que es apremiante un nuevo concepto de seguridad que no sólo atienda a la defensa territorial sino a los seres humanos que los habitan, asegurando su alimentación, agua potable, salud, cuidado del medio ambiente, educación; la inmediata eliminación de la gobernanza por los grupos plutocráticos y el establecimiento de un eficiente multilateralismo democrático; la puesta en práctica, resueltamente, de la Agenda 2030 (ODS) y de los Acuerdos de París sobre Cambio Climático, teniendo en cuenta, en particular, los procesos irreversibles.

En plena crisis vírica tengamos en cuenta -para que las lecciones sean realmente aprendidas y aplicadas en todo el mundo- la situación en países que siempre quedan fuera del punto de mira de los “grandes”, como la plaga de langostas que hoy mismo causa estragos en Kenia, Etiopía y Somalia; las víctimas del sida y del dengue; y las víctimas de la creciente insolidaridad internacional con las personas refugiadas y migrantes.

En resumen: ahora sí, ahora sí que ya tenemos voz por primera vez en la historia, “Nosotros, los pueblos” vamos a recordar las lecciones de Haití y las del Coronavirus para iniciar a escala global una nueva era con otro comportamiento personal y colectivo de tal manera que todos y no sólo unos cuantos disfruten de la vida digna que les corresponde.

Federico Mayor Zaragoza

[Fundación Sur]


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Autor

  • Federico Mayor Zaragoza

    Federico Mayor Zaragoza nació en Barcelona, en 1934. Doctor en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid (1958), en 1963 fue Catedrático de Bioquímica de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Granada y en 1968 llegó a ser Rector de esta institución, cargo que desempeñó hasta 1972. Al año siguiente fue nombrado catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid.

    Cofundador en 1974 del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, de la Universidad Autónoma de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, entre otras responsabilidades, el Profesor Mayor ha desempeñado los cargos de Subsecretario de Educación y Ciencia del Gobierno español (1974-1975), Diputado al Parlamento Español (1977-78), Consejero del Presidente del Gobierno (1977-78), Ministro de Educación y Ciencia (1981-82) y Diputado al Parlamento Europeo (1987).

    En 1978 pasó a ocupar el cargo de Director General Adjunto de la UNESCO y, en 1987, fue elegido Director General de dicha Organización, siendo reelegido en 1993 para su segundo mandato. En 1999, decide no presentarse a un tercer mandato y, a su regreso a España, crea la Fundación para una Cultura de Paz. Preside el Consejo Científico de la Fundación Ramón Areces.

    Además de sus numerosas publicaciones científicas, ha publicado cuatro poemarios y varios libros de ensayos. Es miembro de una treintena de academias de las ciencias y asociaciones de todo el mundo y Doctor Honoris Causa de varias universidades.

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