“Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo!
(Tiempo de Navidad. Himno para el Oficio de lectura).
A todos “gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”(1).
Permitidme, queridos, que robe al apóstol Pablo, no sólo el saludo, sino también la acción de gracias “por vosotros, por la gracia de Dios que se os dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia, porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo” (2). Doy gracias a mi Dios por vuestra fe, por vuestro trabajo, por vuestra entrega, por vuestra vida.
Restituir en amor lo que debemos en justicia:
Apenas hemos comenzado el año, y a las puertas de esta Iglesia llegan hombres y mujeres con heridas nuevas, testigos de nuevas violencias, víctimas de vejaciones que la reiteración hace insoportablemente renovadas.
El mar de Benzú ha devuelto otro cadáver, otro sin nombre, otro sin padre, sin madre, sin genealogía, otro sin nadie que reclame justicia por otra muerte inicua en la frontera de España.
La pasada noche, la misma frontera ha sido escenario de nuevos despliegues de fuerzas del orden, de nueva violencia con nuevos heridos, con más muertos, como si la única respuesta posible a la tragedia de los inmigrantes fuese la de la fuerza, la de las armas, la del miedo, un ejercicio despiadado, irracional y criminal de intimidación.
Ahora, mientras os escribo, en un aeropuerto de Marruecos, a un joven en tránsito hacia su país, a ciudadano normal, con un pasaporte normal y una tarjeta de embarque normal, a ese joven que, con un cáncer terminal, regresa a la casa familiar para morir entre los suyos, la policía lo ha confinado en dependencias propias, le ha retirado el pasaporte, lo ha aterrorizado, lo ha humillado, y todo ello, mucho me temo, motivado sencillamente porque el joven es negro.
Apenas lo hemos comenzado, y ese amargo anticipo de lo que el año reserva a los pobres se nos hace llamada apremiante del Señor para que esta Iglesia camine con ellos, se solidarice con ellos, cure sus heridas, alivie sus sufrimientos, de modo que les restituyamos en amor lo que les debemos en justicia.
Desde nuestra pobreza:
El Señor tu Dios te ha ungido para que seas de Cristo, y te ha enviado para que seas de los pobres: ¡De Cristo y de los pobres!, valga la redundancia.
No podemos, queridos, humillar a los pobres haciéndolos partícipes de los desechos de nuestra riqueza.
El altísimo Hijo de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nos mostró el camino por el que hemos de ir, pues él se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza: nació pobre, vivió pobre, murió como un desdichado, como un excluido, como un criminal, como un peligro para la sociedad.
Al decir “pobre”, decimos mucho más que hombre o mujer carente de lo necesario para vivir: Decimos hombre, mujer, despreciados, excluidos, humillados, negados; decimos hombre, mujer, a quienes la iniquidad ha obligado a interiorizar que no tienen derechos, a vivir como si no los tuviesen, a ser como si no fuesen; decimos hombre, mujer, a quienes hemos llevado a dudar de su dignidad humana, de su condición de hijos de Dios.
Es gracia inmensa el que se nos haya acercado a esa condición humillada, haciéndonos así partícipes de la pobreza de Cristo, de su pasión, de su cruz. Es la infinita misericordia de nuestro Dios la que nos puso en camino con los pobres, para que les llevemos una buena noticia, para que sepan que Dios los ama.
Trabajar y orar por los derechos de los pobres:
Teme la indiferencia y la crueldad con ellos:
Supongo que no os sorprende ver una y otra vez confirmadas por la experiencia las palabras del Señor en el evangelio: “Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve” (3).
Pero habréis observado también que, lo mismo ahora que en tiempos de Jesús de Nazaret, son muchos los que, imitando a reyes y autoridades de los pueblos, se buscan a sí mismos, se yerguen sobre los demás, y se hacen responsables, no sólo de indiferencia ante los que sufren, sino también de crueldad con ellos.
Si esa indiferencia y esa crueldad hubiesen echado raíces en nuestro corazón, serían evidencia de ausencia del evangelio en nuestra vida. Témelas, hermano mío, hermana mía, mucho más de lo que temerías la muerte. Témelas mucho más de lo que temerías el infierno. Témelas, porque los pobres son de Cristo, porque en los pobres vive Cristo, porque si eres indiferente o cruel con los pobres, lo habrás sido también con Cristo, con Dios.
Acércate a ellos:
Habrás de hacerlo si quieres acercarte a Cristo, si quieres comulgar con él.
Habrás de bajar hasta los pobres, hasta su mundo, y no tendrás más razón para hacerlo que tu fe, que tu esperanza, que tu amor. Habrás de bajar hasta ellos como Cristo bajó hasta ti: “Él se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” (4). Habrás de bajar para que te reconozcan como de los suyos, y no teman asediarte con su indigencia. Habrás de hacerte experta en sufrimiento para que seas, como Cristo, experta en misericordia.
Ama la justicia:
Declara ilegal para ti, por injusta, la posesión de lo que no necesitas; declara intolerable a tus ojos, por inicuo, que alguien carezca de lo necesario para la vida. Declara un crimen el hambre, sencillamente porque lo es.
Declara ilegal una política de fronteras que es discriminatoria con los pobres, que viola sus derechos fundamentales, que es violenta con los pequeños de la tierra, que mata sin escrúpulo a hombres y mujeres que sólo buscan un futuro mejor para ellos y para sus familias. Es criminal esa política, son criminales quienes la aprueban, son criminales quienes la aplican.
Si alguna vez lo hemos hecho, ya no podemos permitirnos el lujo de pensar en nosotros mismos: No eres Iglesia para ti, sino para los pobres; no te han hecho sacramento de la grandeza de Dios, sino de su amor infinito a los que piden vivir; no es tu misión sostener el poder ni apoyarte en él, sino defender de sus abusos a los pobres.
Recomendación final:
Vuelvo a robar palabras a la inspiración de la Iglesia apostólica: “Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad… Acordaos de los presos como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados como si estuvierais en su carne… Vivid sin ansia de dinero, contentándoos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: Nunca te dejaré” (5).
“Que el Dios de la paz os confirme en todo bien para que cumpláis su voluntad, realizando en nosotros lo que es de su agrado por medio de Jesucristo” (6).
En Tánger, el 4 de enero de 2016.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo
Notas:
1.- 1 Cor 1, 3.
2.- 1 Cor 1, 4-6.
3.- Lc 22, 25-26.
4.- Flp 2, 7.
5.- Heb 13, 1-3.5.
6.- Heb 13, 20-21.
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