“A bibliazos para conseguir votos”. Así describía hace poco más de un año un corresponsal de la BBC la campaña para las presidenciales de Kenia en la que Uhuru Kenyatta venció a Raila Odinga con el 54,17% de los votos. Un pasquín con la foto de Kenyatta decía: “Concédeme Señor tus favores, por todo el bien que le he hecho a este pueblo”. Mientras que en otro de Odinga se leía; “Nuestro viaje hasta Canaán es imparable”, refiriéndose al Éxodo bíblico. En Europa, una noticia así suena un tanto extraña, por no decir exótica. No en las Américas. El 80% de los evangélicos blancos estadounidenses dieron su voto a Donald Trump. Y en Brasil, en donde 87 representantes y tres senadores forman parte del “bloque evangélico”, Jair Bolsonaro, venció las presidenciales en gran medida gracias a los voluntarios y medios de comunicación evangélicos. No es pues extraño el que, según los obispos africanos presentes en el sínodo que se terminó en Roma el 28 de octubre, los jóvenes africanos dan mucha importancia a la presencia de los católicos en la política. De hecho la jerarquía católica está jugando un importante papel en varios países subsaharianos, mediando políticamente, defendiendo el estado de derecho o vigilando los procesos electorales.
El compromiso político de los cristianos subsaharianos, muy variopinto, no es algo reciente. A Julius Nyerere (1922-99) le influenció la visión social del catolicismo de América Latina. Tanto que quiso que el obispo brasileño Helder Camara, gran figura de la teología de la Liberación, visitara Tanzania, a lo que los obispos, no sabiendo bien cómo reaccionaría el Vaticano, se opusieron. Se atribuye en buena parte a su temple cristiano la decisión de abandonar de manera democrática la presidencia del país en 1985, y la de su partido, Chama cha Mapinduzi, en 1990. En la Navidad de 1991, un cristiano “born again” (renacido), Frederick Chiluba (1943-2011), recién nombrado presidente de Zambia (1991-2002), declaró a su país “Nación Cristiana”. No hace falta subrayar la implicación de las iglesias cristianas en la lucha contra el apartheid hasta su abolición en 1992. Y en Kenia, en 2010 muchos cristianos evangélicos se opusieron a la nueva constitución (aprobada eventualmente con el 67% de los votos) porque reconocía, dentro de ciertos límites, los tribunales islámicos, y permitía el aborto en algunas circunstancias.
En esta década, los responsables de las iglesias están siendo cada vez más solicitados en el terreno político. Juan Pablo II había prohibido al clero católico toda actividad directamente política. Eso cambió con Benedicto XVI, que insistió en que la palabra de los obispos es necesaria ante los problemas políticos que inciden en los procesos electorales, las injusticias y los derechos humanos. En cuanto a Francisco, basta recordar que ha nombrado al G8 (el más inmediato y restringido grupo de sus consejeros) al cardenal Laurent Monsengwo, que encarna, en la República Democrática del Congo (RCD) la oposición de la Iglesia al actual presidente Joseph Kabila y a sus esfuerzos inconstitucionales para mantenerse en el poder. Con motivo de la puesta en marcha de la Grand Ethiopian Renaissance Dam (GERD), la presa que Etiopía está construyendo en el Nilo Azul, se ha hablado mucho de los progresos sociales y económicos de ese país. La Iglesia Ortodoxa, la más antigua de África, ha ayudado durante siglos a cimentar la identidad nacional, lo que explica en parte su conservadurismo, también en lo social. Pero ahora soplan nuevos vientos. “El motivo por el que somos pobres está en nosotros, no se le debe a Dios”, explicaba el pastor pentecostal Nigusie Roba en una iglesia de Adís Abeba el mes pasado. Así lo entiende el actual primer ministro, Abyi Ahmed, es pentecostal practicante, lo mismo que su predecesor Hailemariam Desalegn.
Siguen siendo numerosos los desafíos sociales y políticos a los que los cristianos subsaharianos tendrán que responder en nombre de la fe. El presidente de Zambia, Edgar Lungi, durante la instalación el 14 de abril del nuevo arzobispo de Lusaka, Alick Banda, pidió a la Iglesia Católica una mayor implicación en la vida política del país. “Centroáfrica se está desmoronando”, declaraba a Jeune Afrique Martin Ziguélé, antiguo primer ministro, pocos días antes de que este 15 de noviembre más de cuarenta cristianos, incluyendo a un obispo y a un sacerdote, fueran masacrados en un ataque a la catedral de Alindao y al campo de refugiados colindante. En Nigeria, en donde ya ha comenzado la campaña para las presidenciales de febrero 2019, una de las cuestiones candentes es la confrontación casi constante entre pastores, por lo general musulmanes fulani, y agricultores, mayoritariamente cristianos. Eso por citar algunos ejemplos.
Responder en nombre de la fe… pero sin corromperla. Porque también el poder espiritual corrompe espiritualmente, en especial cuando se une al “poder” a secas. El presidente burundés, Pierre Nkurunziza, es miembro de la “Iglesia de la Roca” (Eglise du Rocher), en la que su mujer, Denise Bucumi, fue ordenada pastor en 2011. En marzo de este año el comité central de su partido, CNDD-FDD (Consejo Nacional para la Defensa de la Democracia-Fuerzas para la Defensa de la Democracia), decidió que los jueves fueran día de oración y que se edificara en Gitega un centro de retiro y oración en el que se reunieran cada año los militantes (Bagumyabanga) para agradecer a Dios el que con fecha del 21 de enero de 2002, el CNDD-FDD había colocado a Dios como primer referente.
Muy diferente es lo que, en la misma línea “no clerical” del papa Francisco, ha defendido siempre Monsengwo: que en su compromiso político la Iglesia no tiene que buscar ningún tipo de poder. Y que la fe cristiana comporta una dimensión política que obliga a todo creyente a comprometerse políticamente con los pobres, los sin voz, y los relegados a vivir en las diversas periferias culturales y sociales.
Ramón Echeverría