24-10-2011
El blog de Ramón Lobo
Las primaveras árabes no siguen un patrón. Hay alguna, como la de Bahréin, que ha quedado encallada en una invisibilidad mediática que le favorece. Túnez es, de momento, el primero de la clase, el ejemplo. Fue el país que contagió hace nueve meses a los demás con un levantamiento popular contra la dictadura de Zine el Abidine Ben Ali, y ahora puede influir también con los resultados de las elecciones del domingo, las primeras democráticas en 50 años.
Los resultados provisionales apuntan a una victoria del movimiento En Nahda, islamistas moderados. Aseguran haber obtenido el 41% de los 217 escaños de la Asamblea Constituyente, según informa Al Yazeera. Dos partidos laicos y de izquierda se disputan el segundo lugar. La palabra «islamista» asusta en Occidente; sirvió a Ben Ali, Mubarak y Gadafi, entre otros, como parapeto para sus dictaduras. La revista Time propone dejar de preocuparse por ella y aprender a amarla.
No es la opinión de Ahmed Ibrahim, fundador del Polo Democrático Modernista, liberal. Afirma que En Nahda recibe dinero del golfo Pérsico (eufemismo para señalar a Arabia Saudí). Para Ibrahim se trata de una amenaza para «la frágil democracia tunecina», según el blog The Angry Arab News Service.
Le Monde afirma que los islamistas están dispuestos a buscar alianzas en la izquierda. The Economist se preocupa por el siguiente paso y The New York Times subraya en su titular la moderación de los islamistas de En Nahda. Lo mismo que Der Spiegel, que destaca que votó cerca del 90% de los registrados.
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