A finales de año suelen aparecer numerosos rankings universitarios como colofón al año que termina o como introducción al que llega. Entre los más influyentes, entre otros, los elaborados por Quacquarelli Symonds (QS), Times Higher Education (THE), EduRank, y Shanghai Ranking Consultancy (ARWU). No siempre coinciden, porque no analizan necesariamente las mismas áreas del variopinto mundo educativo. Me he fijado esta vez en el “Ranking Mundial de Universidades 2024” del Times Higher Education (THE). Por dos motivos. Porque en mayo ha recibido el prestigioso King’s Awards for Enterprise, y porque el pasado 27 de noviembre publicó un ranking específico de 129 universidades de 22 países subsaharianos.
Para su evaluación, THE analiza 18 indicadores en los tres grandes ámbitos de actividad universitaria: docencia, investigación e impacto. A nivel mundial, y desde hace ocho años, la Universidad de Oxford ocupa el primer puesto del ranking. En el de 2024 le han seguido el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), la Universidad de Harvard, la Universidad de Princeton y la Universidad de Cambridge. Ya en 1096 se impartía en Oxford algún tipo de enseñanza, y Cambridge fue fundada en 1209. Pero no son las más antiguas. Según la UNESCO y el Guinness World Records, la más antigua sería la Universidad de Al Quaraouiyine, abierta en Fez en 859 e incorporada al moderno sistema universitario estatal de Marruecos en 1963. En realidad, más antigua todavía es la universidad tunecina de Ez-Zitouna, importante centro islámico de aprendizaje en el norte de África, fundada en 737 en la mezquita del mismo nombre, y primera en el mundo en otorgar títulos oficiales.
Antigüedad, sin embargo, no siempre equivale a calidad. En los rankings de 2024, Ez-Zitouna ocupa el lugar 12 en su país, Túnez, y Al-Quaraouiyine el 17 en Marruecos; mientras que universidades de tres países africanos, Nigeria, Ghana y Uganda están entre las 1000 mejores del mundo, y una de Sudáfrica entre las 500 mejores. Según el ranking específico del Times Higher Education (THE), las de esos países están también entre las mejores de África subsahariana. Entre las diez primeras, cuatro sudafricanas, las de Johannesburgo (1), Pretoria (2), Witwatersrand (3) y KwaZulu-Natal (10). Junto a ellas, dos de Ruanda: UGHE – University of Global Health Equity (4) y University of Rwanda (6); dos de Ghana: University of Ghana (5) y Ashesi University (9); SIMAD University (7) de Somalia y Makerere University (8) de Uganda. Entre los países subsaharianos francófonos, la primera que aparece en el THE ranking, lo hace en el grupo de los 61-70: el Institut International d’Ingénierie de l’Eau et de l’Environnement (2iE) de Burkina Faso. En el grupo de los 81-100 se clasifican el Institut Universitaire Abidjan de Costa de Marfil y la Mariam Abacha American University de Níger. Superioridad pues de los países anglófonos. Pero, de todas maneras, el que, a pesar de su éxito en África, la Universidad de Johannesburgo sea la única universidad subsahariana en la banda 401-500 de la THE lista global, indica lo mucho que las universidades africanas en general, y las subsaharianas en particular, tienen que mejorar.
Ya en 2017 Jonathan Chuks Mba, de la Universidad de Ghana y miembro en la actualidad del African Education Trust Fund (AETF), analizó para la Alianza global para la Educación (Global Partnership for Education, GPE) los “Desafíos y oportunidades para la Enseñanza Superior en África” (GPE, 2 de mayo 2017). En algunas áreas se ha mejorado bastante desde entonces, pero todavía siguen siendo de actualidad los desafíos enumerados por Chuks Mba. A las dificultades propias de todo país en desarrollo se añadieron a partir de los años 1970 las consecuencias de los Programas de Ajuste Estructural (PAE)) que siguieron a la recesión económica, y que siguen afectando seriamente el rendimiento de las instituciones de enseñanza superior africanas. La falta de recursos y la consiguiente fuga de cerebros influyen negativamente en las universidades, y socavan la capacidad para impartir una educación de calidad. Las competencias que las universidades confieren hoy a los estudiantes apenas si corresponden a las necesidades del mercado laboral y del desarrollo económico de sus países. Como consecuencia, uno se encuentra al mismo tiempo con numerosos graduados sin empleo y con una significativa escasez de mano de obra cualificada.
Hace tiempo que el Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo y, en general, las agencias para el Desarrollo han reconocido la importancia de la Enseñanza Superior en el desarrollo socioeconómico de África. Utilizando como catalizadora la Asociación de Universidades Africanas (AAU), han surgido iniciativas oficiales para fomentar la calidad de la enseñanza y la administración y promover la puesta en común de los recursos para la investigación. Diseñada por la Unión Africana en 2008 e iniciada en 2011, la Pan-African University (PAU) recibió el estatuto de Universidad en 2013. Con ayuda del Banco Mundial se crearon en 2013 «Partnership for Skills in Applied Sciences, Engineering & Technology”, y en 2014 “Africa Higher Education Centres of Excellence”. Queda por ver en qué medida esas iniciativas conseguirán mejorar la colaboración entre la Industria y la Universidad. O si contribuirán a absorber el número creciente de universitarios y las consecuentes dificultades financieras y de gestión. Y cabe también preguntarse ¿en qué medida el creciente número de universidades privadas (611, 48 % del total, según UniRank) podría ayudar a mejorar la situación… o tal vez agravarla?
Ramón Echeverría
CIDAF-UCM