La mujer de hoy en Argelia

13/05/2011 | Crónicas y reportajes

Informe coordinado por la Sra. Dalila Lamarene Djerbal socióloga, miembro de la Red Wassila

Las mujeres condenadas al silencio en el espacio público durante largo tiempo, desde la lucha por la independencia nacional han cubierto todas las esferas de actividades sociales y reivindican un estatuto de ciudadanas. Las mujeres producen hoy nuevas funciones y sus luchas participan en la definición de los diferentes proyectos políticos de la sociedad. Los testimonios que siguen al artículo de presentación ilustran trayectorias de mujeres en una sociedad en mutación rápida.

Las argelinas desde la independencia

Una amiga jueza contaba con mucho humor las anécdotas de la justicia acaecidas cuando ella empezó a ejercer la magistratura en los años 80, tenía entonces 30 años. En audiencia pública, un acusado metido hasta el cuello en conflictos de tierras, no paro durante todo el proceso de acompañar sus respuestas con un “señor juez” (en árabe) o con un “señor Mohammed”. En efecto, la simbología de la magistratura integraba con dificultad esta imagen femenina y la ceguera era la última muralla de resistencia frente a ese cambio intempestivo.

La colonización y la lucha de liberación nacional han sido los acontecimientos que han puesto en marcha una dinámica rápida de mutaciones sociales. La destrucción de la economía domestica provocada por la colonización, ha reducido a las mujeres a empleos temporeros en la agricultura y a los servicios domésticos como empleadas de hogar. La primera estudiante argelina aparece inscrita en la universidad en 1927. Son pocas las que han frecuentado la escuela puesto que en 1954 hay todavía un 86% de niños no escolarizados. Los que están escolarizados lo hacen en una proporción de cuatro chicos por una chica en la Enseñanza Primaria, una chica por siete chicos en la Secundaria y una chica por veinte en la Universidad.

La imagen de la mujer en uniforme militar ha marcado el imaginario social durante los años de la guerra. Esta imagen contradecía el cliché de la “musulmana oprimida” que hay que salvar. Transgrediendo muchos tabús las “muyahidat” han hecho progresar la condición femenina de manera formidable. La generación siguiente las adoptó como modelo. En 1965 por primera vez las mujeres salen a la calle para reivindicar igualdad de derechos, oponiéndose así a la imagen estereotipada de “guardianas de los valores” en las que se les quiere encerrar.

Los programas gubernamentales van a insuflar una dinámica de cambios a través de las políticas de la escuela, la sanidad, del empleo y la urbanización. Las consecuencias serán importantes, a pesar de las contradicciones sociales y las resistencias. Hasta 1980 se puede hablar de un periodo feliz y las ideas de emancipación animan todavía el discurso oficial. Grupos numerosos de chicas salen de la Universidad, los Institutos y Centros de Formación y encuentran fácilmente trabajo en la enseñanza, las administraciones y las empresas que se desarrollan en las ciudades. Esta nueva categoría social, consciente de sus capacidades, pide derechos, se organiza en los primeros círculos y debate sobre el lugar de la mujer en la sociedad.

Mientras que todo el Derecho desde la independencia consagra la igualdad de los ciudadanos, el código de la familia promulgado en 1984, constituye una verdadera vuelta atrás al inscribir en un texto de Derecho Positivo las discriminaciones tradicionales. El código de la familia fija la legitimidad de la poligamia, de la repudiación, de la obediencia al esposo así como de la tutela matrimonial, de la sola tutela paterna y de la desigualdad de la herencia. Es la negación de los progresos realizados por las mujeres. Al legitimar la discriminación, este texto consagra simbólicamente el fin del derecho al reconocimiento de las nuevas funciones sociales de las mujeres. La lucha contra ese código durara muchos años, hasta la crisis de 1988 que va a sumergir la sociedad en grandes turbulencias con aparición del Islamismo y su discurso segregacionista y la violación a gran escala utilizada como arma de guerra por el terrorismo islámico durante los años 1990. Pero un mar de fondo ha transformado la sociedad y es difícil no ver sus efectos en las necesidades de las clases sociales desfavorecidas, en la estructura y funcionamiento de la familia así como en las aspiraciones de las jóvenes cada vez mas encolerizadas.

Hoy la tasa de escolaridad de los niños es prácticamente igual para los dos sexos. La escuela ha sido un medio de promoción formidable. A pesar de las desigualdades geográficas y sociales ha producido una juventud femenina más numerosa que la masculina en los institutos y en las universidades. Ha tenido repercusiones en el plan demográfico por un retraso en la edad de matrimonio y un descenso importante de la natalidad. Se ha pasado de tener 7 hijos por mujer en los años 1970 a 2,8 en 2008. El celibato es un fenómeno nuevo que necesita redefinir el lugar de la mujer en tanto que individuo dentro de la familia y la sociedad. La escuela ha permitido una mayor participación de las mujeres en las diferentes actividades públicas: empleo en todos los sectores, investigación, actividades sindicales y asociativas, en la cultura, el deporte, la producción literaria y científica, el cine la pintura.

Sin embargo una coyuntura marcada por la crisis económica no permite a las mujeres traducir sus resultados escolares y universitarios en una presencia masiva en el mercado del empleo. El 16% de las mujeres solamente están ocupadas a pesar de su nivel alto de calificación, frenadas tanto por el paro como por la situación de subordinación en la familia y la violencia que reina en el espacio privado y público. No obstante hay sectores que se feminizan como el de la enseñanza y el de la sanidad constituido mayormente por mujeres; ellas forman el 40% de la magistratura. Hoy el sector privado emplea cerca de la mitad de las mujeres de las cuales el 80% no tiene cobertura social, lo que acentúa los riesgos de discriminatorio y el acoso sexual. Un número pequeño de mujeres es dirigente de empresas, menos de un 4%. Las mujeres están cada vez más presentes en la policía, la gendarmería, el ejército y la protección civil, lo que banaliza estos sectores antes esencialmente masculinos. La esfera política sigue siendo fundamentalmente masculina. Al nivel de las Asambleas Populares el 74%, 13% a nivel de la ciudad (Wilaya) y el 7.5% a nivel de la Asamblea Popular Nacional.

Pero la aparición de las mujeres en los puestos prestigiosos como las altas funciones del Estado, la Universidad, el Poder Judicial, el ejército, la policía provoca las oposiciones más radicales a la igualdad de sexos. Si esta visibilidad promete progresos adquiridos irreversibles como la escuela y el empleo, no ocurre lo mismo en el caso de las funciones y del estatuto de la familia todavía poco tratados. La brutalidad de las transformaciones sociales ha generado nuevos interrogantes sobre el lugar de las mujeres, interrogaciones muy influenciadas en los años 80 por la ideología islamista, que trata de grado o por fuerza, durante el periodo terrorista, de situar de nuevo a la mujer en el hogar, pero sin éxito dadas las necesidades económicas y las aspiraciones de promoción social.

Estos cambios se han producido en el espacio de tiempo de una generación, en una era en la que la juventud sometida a modelos culturales diversos, comunica con el mundo. Queda aun el hecho que las mujeres son todavía dependientes económicamente, obstáculo mayor a su autonomía, pero ellas tratan de remediar esta situación de diferentes maneras, dirigiéndose hacia el sector informal para responder a un mercado de demanda de empleo en el terreno de los “cuidados a las personas”, o de productos de consumo para cubrir a veces un único ingreso existente en la familia. La gran familia que estaba obligada a mantenerlas ya no existe, esta reemplazada por la familia nuclear incapaz, a causa de la precariedad y de los nuevos modelos culturales más centrados en las aspiraciones individuales, de asegurar a través de los hombres una garantía social a las mujeres, ante los imprevistos matrimoniales, entre otras causas, particularmente cuando se trata de las que están en la calle, repudiadas y divorciadas.

Las mujeres buscan trabajo, ocupan puestos de responsabilidad, están presentes en los sindicatos, las asociaciones, en los medios de comunicación, en el campo de la cultura, en la policía, en el ejército. Son también jefes de familia, sus ingresos son esenciales, para subvencionar las necesidades cotidianas, esto sin prejuzgar de su concepción del modelo de relaciones sociales, secular o religioso.

La ideología común, aun refractaria al reparto de la autoridad familiar y del espacio público, no puede ignorar el papel de las mujeres cada vez más indispensable y visible en todas las esferas, presencia que impone nuevas relaciones entre los ciudadanos y nuevas relaciones también entre los sexos.

Argelia ha firmado y ratificado diversas convenciones internacionales, entre ellas la convención sobre la “eliminación de todas las discriminaciones con respecto a las mujeres” (la Cedaw) pero las reservas sobre ciertos artículos permiten mantener una ley discriminatoria, y situar a las mujeres bajo tutela masculina, en contradicción con todas las declaraciones de igualdad de los textos tanto nacionales como internacionales. Esta cuestión divide, en el plano político, la sociedad, una parte de la cual reivindica el principio de una ley no sometida a los textos religiosos, por una igualdad real entre los ciudadanos y un progreso de las libertades civiles e individuales. Esta división atraviesa también el movimiento femenino.

Ciertos progresos, resultado de la lucha de las mujeres son palpables. Hoy se trata de hacer frente a los nuevos problemas generados por las mutaciones sociales, se trata de hacer coherentes la ley y las reglamentaciones con la vida de los ciudadanos y ciudadanas. El estado de derecho solo puede garantizar el arbitraje entre las diversas concepciones de las relaciones sociales y asegurar los derechos humanos de las mujeres, por una igualdad de los hombres y mujeres delante de la ley y en el acceso a los recursos.

Dalila lamarene Djerbal

Socióloga, miembro de la Red Wassila

La Red Wassila fue fundada en el año 2000, constituida por asociaciones y personas de profesiones diferentes, para el acompañamiento, medico y psicológico de las mujeres y de los niños víctimas de toda clase de violencia. Milita por la igualdad de los derechos entre todos los ciudadanos, mujeres, hombres y por la justicia social.

TESTIMONIOS:

Djamila 45 años. 3 hijos.

Cuando me case viví en una barraca en lo alto de Bah el Oued. El alojamiento comprendía una habitación y un pasillo pequeño donde dormía mi suegra. No teníamos w.c., había unas letrinas colectivas a las que no estaba autorizada a ir y existía también una fuente pública. Un año más tarde nos realojaron en un barrio populoso al Sur de Argel. La casa no estaba terminada, sin cristales, sin gas, ni agua, y era muy fría. Allí tuve dos niños y una niña.

Mis padres me sacaron de la escuela en el 4º curso de primaria. Yo era la mayor y tenía que ayudar a mi madre, éramos 5 chicas y 7 chicos. Más tarde seguí todos los cursos de formación que podía encontrar. Aprendí mucho, así como a tejer alfombras con las vecinas. Tenía la bulimia de aprender, quería compensar todo lo que había perdido dejando la escuela. Había olvidado todo hasta que mi hijo mayor pasó al segundo año aunque no sabía leer. Entonces me inscribí en los cursos de “Lucha contra el analfabetismo”. Al principio, era como si nunca hubiera ido a la escuela, a los 15 días recupere la memoria. Hoy, puedo ayudar a mi hija pequeña, conozco el alfabeto francés pero los cursos cuestan 1.500 dinares argelinos [unos 14 euros y medio], Siempre quiero adquirir nuevos conocimientos por placer pero a los 45 años no puedo esperar gran cosa. Mis hermanos y hermanas han ido todos a la escuela y algunos trabajan.

En Biskra no tenía muchas aspiraciones, una chica no podía salir sola de casa. Había una o dos maestras, pero hoy día las chicas trabajan. Cuando era niña iba a menudo de vacaciones a casa de mi abuela. Yo era diferente de otras niñas, veía a otras gentes, otros lugares mientras que algunas mujeres no habían puesto los pies nunca fuera del sitio en el que habitaban. En esa época yo no salía de casa, esperaba el fin de semana para pasear con mi marido. Ahora salgo como quiero. Gracias a Dios tengo una casa, hijos, todo lo que una mujer instruida o no puede esperar porque la vida es muy dura. Mi marido trabaja de manera intermitente. Es duro caer y levantarse cada vez.

Yo he trabajado 8 años como cocinera en una sala de fiestas cuando mi marido estaba sin trabajo. Pude por fin comprar ropa para mis hijos y me sentí bien. La casa estaba vacía a parte de un juego de plata de té y una televisión en blanco y negro. Yo compre unas estanterías para libros, sofás, la mesa. Transforme la casa. Para las estanterías alquile un camión, mi hijo se fue en él y yo fui en el autobús y entre mi hermana y yo subimos el mueble. Yo me he sentido hombre y mujer al mismo tiempo. Ahora preparo en casa algunas cosas para comer y las vendo a clientes asiduos. En la vida hay cosas buenas y otras menos buenas y creo que me las he arreglado bien.

En la radio se oye hablar a menudo de violencias contra las mujeres, no en la televisión. Parece ser que pueden encontrar ayuda por teléfono. No pueden salir de casa porque ellas saben que no podrían regresar; soportan las violencias en silencio, aunque creo que esto es ahora menos usual. Las vecinas no hablan de ello. Se debe al paro y a lo caro que esta la vida. Si yo no hubiera sido razonable… mi marido a veces regresaba del trabajo a la casa con violencia, nervioso, porque él no había podido vender nada, puede ser… o bien ¿es que ellas no hablan de esto?

Djamila

Farida, médico legal [forense], 3 niños.

Mi madre no estudio. Mi padre, trabajador en una empresa, nos ha dado una educación estricta. Pero eran unos padres que nos daban seguridad. Mi padre aceptaba una mala nota, pero no una mala apreciación sobre la conducta. No hubiera aceptado ver empañada la reputación de varias generaciones de la familia en el plan de la educación. Yo lo he visto llorar en una fiesta de fin de curso en la que yo había monopolizado todos los premios. Siento que este tipo de ceremonia haya desaparecido. Recibíamos el reconocimiento de nuestros profesores, del director. Existía un gran respeto reciproco.

En casa no era necesario ser una lumbrera, pero yo era de todas maneras la niña mimada porque era el payaso de la familia. Tenía una cierta facilidad para los estudios. Saqué el bachillerato argelino y francés con una buena nota media y sabia, desde mi más tierna infancia lo que quería hacer: medicina.

Dos profesores me han marcado durante mis estudios. El primero se hacía llevar la cartera y las planchas de anatomía por un bedel al que intimidaba solo con un gesto de la mano a poner sus cosas donde él deseaba. Aquello me ponía muy furiosa. Nosotros habíamos recibido una educación diferente. Las personas que nos ayudaban en la casa eran todos “tía” o “tío” y supimos siempre que eran como de la familia. El otro profesor fue la Señorita Chitour. Era mi modelo. Muy guapa, estricta y con un gran valor humano. Ante nuestras respuestas, algunas veces erróneas, siempre llegaba a decir “Si, pero…” desarrollando entonces sus explicaciones y en donde nos dábamos cuenta de que estábamos completamente equivocadas.

No he conocido jamás la discriminación sexista ni en mis estudios ni en mi profesión. He crecido en un medio mixto, las fiestas familiares son mixtas y también mi escolaridad. Eso no ha sido nunca un obstáculo para mí. Siempre he pensado que había tenido una gran suerte pudiendo hacer estudios. No se trataba únicamente de ser médico, sino de estar cerca de la gente. Cuando era muy joven la miseria me conmovía y empecé a hacer voluntariado y trabajo social. Después trabaje en el barrio el-Aquiba y luego cuatro años en un gabinete en Haouch el-Mokhfi. Un día dije “voy a continuar mis estudios”. Mi marido lanzó una exclamación de aprobación y yo me puse a estudiar de nuevo. Quería hacer oftalmología pero después de tres oposiciones, no se me abrió ningún puesto. Sin mucha convicción me puse a estudiar medicina legal y salí primera de la promoción.

La medicina legal ocupa un lugar especial. Me decían “Tú, tu estas con tus muertos, cállate”. La cuestiona es ¿Qué es lo que podemos aportar a esta sociedad que sufre?. La medicina legal es un termómetro. La persona que tienes delante se quita el velo y habla de las violencias y de los fallos de esta sociedad. En una consulta médica se puede cambiar siempre el tratamiento; en medicina legal aparecen otras dificultades que hay que tomar en consideración.

Yo nunca he sufrido de discriminaron ni de violencia de sexo pero jamás me aventuro por lugares que no conozco. Veo demasiado en mi trabajo lo que la sociedad produce como violencia.

Conozco la realidad.

Soy miembro de la Red Wassila.

Farida

Artículo publicado en la revista “Pax & Concordia, de Argelia. Segundo trimestre de 2011, nº 6.

Traducido por Inmaculada Estremera, hmnsda.

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